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Hacia el golpe fascista por Julio A. Louis 

Hacia el golpe fascista por Julio A. Louis 
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El núcleo fascista era activo en las FF.AA. Organizado en la logia “Tenientes de Artigas” reclutó a la mayoría de los jefes de la dictadura militar, inspirados en Franco, Mussolini o Hitler. Los  instrumentos que se valió conjugaron el rol  directriz del partido fascista (inexistente en Uruguay) -subrogado principalmente por esa Logia militar- y las fuerzas armadas depuradas.

Ante la escalada fascista la izquierda -salvo excepciones- de escaso peso de masas, ofreció callejones sin salida. Es que el salto cualitativo de la unidad política popular en el FA, tuvo como aspecto negativo, el predominio reformista y pacifista, expresión del estado real de la conciencia obrera y popular y acompañante inseparable de su trayectoria. Se expuso en el irreal  pacifismo burgués  (“paz para los cambios, cambios para la paz”). Por su parte la radicalización armada de los tupamaros, alejada del grado de organización y conciencia de las clases populares, los volvió blanco fácil de una represión feroz y sirvió de excusa para la fascistización.

  

Febrero y junio de 1973: valor y límites de la Huelga General 

Volvamos al golpe de 1973, eslabón del plan estratégico imperialista para América Latina, preparatorio de otros contra los gobiernos de Cámpora y Allende. Por la situación general y las contradicciones internas de las FF.AA. fue necesario la sucesión de dos pasos tácticos.  En febrero, los Comunicados 4 y 7 conjugaron anticomunismo con propuestas de las fuerzas populares. Y confundieron a buena parte de la izquierda, inclusive a dirigentes tupamaros que estaban presos. Los desatinos desconcertaron al movimiento obrero popular y le hicieron perder valiosos meses para la resistencia.  Cuando los fascistas se consolidaron asestaron el segundo golpe, el 27 de junio.

La clase obrera respondió con la Huelga General, prevista hacia años. Y el Partido Comunista (cuyos miembros ejercían en mayoría la dirección de la Convención Nacional de Trabajadores) propuso resistir… hasta que se sublevaran los militares progresistas. Con esa orientación la CNT se entrevistaba con el Gral. Bolentini y los Altos Mandos… La huelga general era para el PC de hecho, la “última carta” de los trabajadores. Y en tanto, evidentemente, no convencieron a los militares fascistas, terminó siendo levantada, desmoralizando a los trabajadores y creando condiciones subjetivas para la desmovilización. Durante la huelga, fue común el lamento: “lástima que ahora no estén los tupas”.

Entretanto los dirigentes del aparato armado del Partido Comunista  consultaron si no había llegado la hora de armar a los obreros, pero la dirección del PC atendió las voces de sus cuadros intermedios, según los cuales  la clase no estaba dispuesta a resistir. Así, un poderoso arsenal recibido desde Vietnam caería ante la represión sin disparar un solo tiro. Y la incapacidad de transformar la huelga general en insurrección partió de la falta de preparación anterior, en la que toda acción defensiva de las masas había sido tildada por el PC como provocación. Los obreros resistieron, cada vez más aislados del resto de los trabajadores y del pueblo, ahondada la cesura Montevideo-interior y ciudad-campo, heroica y pacíficamente hasta ser vencidos. La crítica brotará del seno de la clase: “Ningún gremio fue derrotado; fue derrotado un estilo, un método, una concepción del trabajo sindical (…) Es derrotada también una estrategia y una táctica, un estilo, un método, una concepción del trabajo sindical.” (documento de la Federación Uruguaya de la Salud, Federación de Obreros y Empleados de la Bebida y Sindicato de FUNSA). Pero aún así, la huelga general es un hito importante, pues marca a fuego a la dictadura fascista. Y esa soledad con que nacerá llevará a la apertura de los años 80.

La clase trabajadora fue derrotada pero no quebrada. Es que mientras en febrero los fascistas suscitaron expectativas de cambios, en junio levantaron resistencias. Y su debilidad se reveló en carecer de organismos de masas, que intentaron crear infructuosamente. Los trabajadores fortalecieron su conciencia de clase, intensificando los sentimientos de unidad y de solidaridad para la lucha. Y adquirieron  conciencia elemental de la necesidad de usar la violencia para la represión de los carneros, por ejemplo. De esa manera, a diferencia del fascismo europeo que se consolidó con la movilización de la pequeña burguesía y del lumpen proletariado, los fascistas de Uruguay se vieron con la dificultad adicional de imponer el fascismo por el terror, desde arriba.

También en Brasil, el “gorilazo” se dio con el apoyo de todas las capas de la burguesía, y fue precedido de manifestaciones de masas de más de un millón de personas reclamando “orden”; en cambio, el golpe uruguayo se dio en el mayor de los aislamientos, carente incluso de un apoyo en bloque del conjunto de la oligarquía; así, hubo una actitud neutral del grueso de la capa burguesa industrial   durante la huelga, o simples exhortaciones a retornar al trabajo, de la mayoría de los empresarios privados. Esa actitud fue adoptada por oligarcas como Ferrés o empresas imperialistas, como Coca Cola, aunque luego, aprovecharon los decretos del gobierno para imponer despidos masivos. Además hubo diversos intentos desde los partidos tradicionales  de crear un frente anti dictatorial, que se concretó en algunos lugares del interior, y hubo vaivenes de Ferreira Aldunate, que recién al final de la huelga general, declaró que no formaría un comando junto con el Frente Amplio. En suma el golpe fascista descansó en la soledad de las armas, y  con el peso muerto inicial de la conducta de la Marina.

Para colmo, los fascistas se mostraron incapaces de asegurar el trabajo, con lo que los índices de emigración oscilaron entre 15.000 y 60.000 personas por mes en los primeros años, o de solucionar el problema de la vivienda, y empujaron a la movilización y organización independiente de los trabajadores. Y la crisis económica agudizada empujó a visualizar las soluciones económicas en términos políticos contra el gobierno militar. En síntesis, mientras “los de arriba” no podían  vivir como antes, los “de abajo” pronto percibieron que no querían  vivir de ese modo.  Y las contradicciones estuvieron a la orden del día: caso extremo, el periódico de derecha “Azul y Blanco” (1973) se lamentó de la intervención de la Universidad, aplaudió el ataque contra el “marxismo” y en su carátula tituló “A barrer con los fascistas”.

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