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Identidades fragmentadas

Identidades fragmentadas
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La subjetividad individual no es una mónada aislada y constituida de una vez y para siempre, más bien se construye de forma dialéctica, en interacción con el contexto social al que las personas pertenecen. En ese proceso de mediación entre el “mundo exterior” y “el mundo interior”, la auto percepción se nutre de la forma en que el exterior nos devuelve una imagen de nosotros mismos. Que ese proceso no es estable y que la subjetividad no es una continuidad que evoluciona linealmente no es un hecho novedoso, aunque es a principios de siglo XX que ese quiebre de la conciencia individual se empezó a plasmar en creaciones que fragmentan la experiencia de quienes la protagonizan. Las elaboraciones sobre la crisis de la subjetividad individual fueron una característica del arte moderno. Fredric Jameson ha colocado como ejemplo paradigmático de transición al cuadro El grito de Edvard Munch en el que: “este grito ausente nos coloca de forma inmediata ante la experiencia, aún más inaudible, de la atroz soledad y de la ansiedad que el propio grito debería «expresar».Sus ondas se inscriben en la superficie pintada, en forma de grandes

círculos concéntricos en los que la vibración sonora deviene finalmente visible, como

en la superficie del agua, en una regresión infinita que emerge del que sufre para

convertirse en la geografía misma de un universo en el cual el propio dolor habla y

vibra, materializado en el ocaso y en el paisaje. El mundo visible se ha convertido en

las paredes de la mónada en las que se registra y transcribe ese «grito que recorre la

naturaleza»” El grito representa una forma de “expresión” que: “requiere la

categoría de mónada individual, pero al mismo tiempo pone de manifiesto el elevado

precio que ha de pagarse por esta condición de posibilidad, escenificando la

desdichada paradoja de que, al constituir la subjetividad individual como un

territorio autosuficiente y un reino cerrado por derecho propio, nos apartamos en el

mismo acto de todo lo demás, condenándonos a la soledad sin ventanas de la mónada

enterrada en vida y sentenciada en la celda de una prisión sin salida”.

Pero las patologías de esa mónada individual desaparecen con ella. El mismo Jameson agrega: “El fin de la mónada o del yo burgués tiene por fuerza que implicar también el

fin de las psicopatologías de este yo, o lo que he estado denominando hasta ahora el

ocaso de los afectos. Pero significa también el fin de muchas otras cosas: por ejemplo,

el fin del estilo considerado como único y personal, el fin de la pincelada individual

distintiva (simbolizado por la progresiva primacía de la reproducción mecánica).”

La ausencia de esa “mónada” o de ese “yo burgués” genera otro tipo de patologías, potenciadas por las posibilidades que brindan las redes sociales de multiplicar las posibles imágenes de nosotros mismos que nos brinda el exterior “virtual”. Dice Byung-Chul Han en el programa de mano de la obra Crisálida: “Lo que genera la adicción al selfie no es un auto enamoramiento o una vanidad narcisista, sino un vacío interior. Aquí no hay ningún yo estable y narcisista que se ame a sí mismo. Más bien nos hallamos ante un narcisismo negativo.”

La ausencia de ese yo burgués o “yo estable” promueve, en esta lectura, una multiplicidad de subjetividades en una misma “unidad” que se expanden con la posibilidad de generar “identidades virtuales”. Y esas identidades pueden ser intercambiables, teniendo una para cada subgrupo social, descentrando definitivamente la subjetividad contemporánea. El grito de Munch ya no es posible, si una personalidad individual se manifestara a través de ese gesto, serían múltiples las subjetividades que gritarían al unísono. Al menos esa es una de las formas en que podemos interpretar Crisálida, obra escrita y dirigida por Fabiana Charlo.

En el programa de mano vemos una foto de la actriz Sara de los Santos sentada en una cama, con un gesto de depresión y mirándose al espejo. La sintonía con las ideas anteriores de esa imagen se ilustra observando que el espejo está quebrado y devuelve una imagen fragmentada de quien se mira en el mismo. En el escenario serán cinco las actrices que conformarán esa subjetividad vacía, configurada por el reflejo que recibe del mundo exterior. Cómo se señala en la presentación de la obra: “Crisálida es también una mujer que se define según la opinión de los otros y las otras, quien necesita reconstruir pedazos de su historia para armar un puzzle escrito, al que seguramente le falten piezas/palabras porque a veces, los recuerdos se oxidan.”

Aisladas del exterior, las cinco subjetividades lucharán por predominar en un juego escénico tan disfrutable como patético. El alcohol y los psicofármacos forman parte de un combo en el que solo la música, y pasajes de humor, dan respiro a una personalidad que parece necesitar hundirse para esconderse del producto de una exposición a la que ella misma se ha expuesto. Este juego de crisálidas parece hacer un camino inverso al de las mariposas que salen del capullo.

Detrás del escenario una pantalla irá proyectando imágenes cotidianas y reacciones de seguidores de una red social ante los posteos de la/s protagonista/s. Lo que finalmente dará idea del control que tiene Charlo sobre su material es la introducción de la “autora” en la ficción en un último pliego que vuelve a potenciar tanto la fragmentación del espectáculo como de la subjetividad desde la cual interpretarlo.

Crisálida es un ensayo escénico que reflexiona sobre la subjetividad fragmentada que caracteriza a nuestro tiempo, y lo hace a partir de un conjunto de recursos estéticos que fragmenta, coherentemente, la representación de esa subjetividad. La coherencia entre forma y contenido es perfecta. Lo disfrutable de las actuaciones una invitación a verla. Estuvo en cartel hasta hace dos semanas en la sala Atahualpa de El Galpón, esperemos pronto vuelva a las tablas.

Crisálida (un efecto mariposa). Dramaturgia y dirección: Fabiana Charlo. Elenco: Sara de los Santos, Sara Bessio, Adriana Do Reis y Alejandra Aceredo. Música en Escena: Giuliana Delfino. Diseñadora de Arte: Verónica Lagomarsino. Equipo Técnico: Claudia Carbone. Fotografía, diseño Gráfico y Vídeo Arte: Alejando Persichetti. Producción: Tania Pintos.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.