Home ARTES VISUALES Isabel Gilbert, fotógrafa a descubrir por Nelson Di Maggio

Isabel Gilbert, fotógrafa a descubrir por Nelson Di Maggio

Isabel Gilbert, fotógrafa a descubrir por Nelson Di Maggio
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En tiempos de pandemia es difícil una investigación a corto plazo. El nombre Isabel Gilbert no figura en ningún diccionario de literatura, arte o enciclopedia publicados. Y sin embargo tuvo en las décadas del 50 y 60 importancia en el medio cultural local. Casada con el poeta y coleccionista de filmes Fernando Pereda, se dedicó a la crítica literaria, ballet y teatro en Escritura, Marcha y Jaque; hacía tertulias cinematográficas en su enorme casa de la calle Divina Comedia. Tenía un pasado ilustre: su padre, el escribano Genaro Gilbert, diputado por Tacuarembó, en 1908 propuso la ley por la cual se suprimió de las escuelas públicas toda enseñanza y práctica religiosa. Aprobada y ejecutada un año más tarde, se concretó el ideal laicista de José Pedro Varela.

Isabel Gilbert tenía una fuerte personalidad. Era muy estimada por sus colegas por el rigor y la severidad de sus comentarios. Sin ser profesional, también se dedicó a la fotografía. Realizó solo una enorme exposición de 236 fotografías en el Centro de Artes y Letras de El País, en 1961, donde recorría casas, calles, árboles, esquinas, puertas, ventanas, rejas, balcones, azoteas, escaleras muros fuentes, patios de la Ciudad Vieja y el Prado, escenas de teatro y el carnaval, bailarines y sus alumnos. Y algún gato. Luego participará en estudios de género y danza en promesas del arte de acción, La escena expandida (1962-1975), en el Centro Cultural de España.

La muestra comprendía los últimos diez años de labor. «Luego del regreso de un largo viaje, en el reencuentro con mi ciudad, volví a este diálogo, volví a este diálogo natural, de fruición cotidiana, por entrañable, dolido y desacordado a veces, vivo de amor siempre», escribió en el modesto catálogo. Y agregó: «En busca de imágenes que mi nostalgia había acuñado, aparecieron otras, sorpresivas, al ver Montevideo con ojos que la ausencia renovara. Y se inició así un lento e incesante redescubrimiento. Fruto de este diálogo, registro de algunas de esas voces de dulzura incisiva o severa elocuencia, son estas imágenes.»

La abundancia numérica y la variedad de temas desarticularon la deseable unidad. Los enfoques de teatro y ballet, los barcos y los gatos no se engastaron adecuadamente con la profunda y cerrada sensibilidad que recorre lo más importante de su obra. Una obra formada por el paciente encuentro con casas, esquinas, puertas, balcones y patios, azoteas y muros de un Montevideo colonial altamente ignorado a fuerza de saberlo y frecuentarlo, como sucede a menudo en todas las ciudades.

La autora se aferra a los rincones más henchidos de habitualidad montevideana sobre los que actúa la acidia del tiempo, transformándolos en ruinoso presente. Descubre —como ya lo había hecho Simmel— el encanto nostálgico de las ruinas, las carcomidas superficies desfiguradas irremisiblemente por el tiempo. La actitud puede ser declaradamente sentimental o de suave denuncia social. Pero no es lo que importó. Antes que nada —por encima de ciertas deficiencias técnicas y composiciones convencionales— predominó la capacidad singular de provocar en el espectador imágenes intensificadoras de vida. Después de ver estas escalinatas, rejas, rincones o fragmentos de pared que Isabel Gilbert recreó en exquisitos grises, no se pasará indiferente ante la presencia directa de esos objetos. Lejos de ser una manera de conocer una ciudad (aunque también puede ser) estas estampas aspiraron a conformar una integración insólita: incorporar el pasado en el presente para construir armoniosamente el porvenir. Al patentizar realidades ocultas, la autora muestra un hermoso y palpitante mundo que pertenece a todos, aunque sea incanjeablemente de Isabel Gilbert.

Un sobrino de la fotógrafa donó a Pelayo Díaz, brillante diplomático de vasta e intensa sensibilidad cultural (Francia, Hungría, República Popular China, entre otros), la totalidad de los negativos para que a su vez los entregara al Museo de Arte de Salto. Conviene, para su preservación, la digitalización y eso lleva tiempo y contar con un buen presupuesto, tarea que sin duda encontrará el apoyo de generosas instituciones.

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