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La educación de hoy, un barco sin timón  por Martín Patrone

La educación de hoy, un barco sin timón  por  Martín Patrone
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Que la educación está atravesando un momento difícil creo que es un hecho constatable. Basta con ver los porcentajes de deserción de nuestros estudiantes y los pobres contenidos con los que egresan para tener un panorama preocupante del tema.

Pero más allá de los contenidos curriculares que se brindan en las instituciones educativas, la mayor pobreza con la que egresan los niños y adolescentes de nuestro país es la cultural. En las últimas décadas se ha dado mucha prioridad a una educación “contenidista” en donde prácticamente el alumnado se ve obligado a repetir conceptos, fechas, fórmulas, sin poder apropiarse de ellas o, peor aún, no encontrarle una utilidad en la vida cotidiana. Asistimos a un divorcio entro la llamada “educación formal” (término con el que no concuerdo mucho en esta especie de diferenciación de lo que implica la educación en la vida de una persona) y lo relativo a la cultura en la que el individuo está inserto.

Cada vez se habla más de educar en competencias que sirvan a los requerimientos del siglo XXI, concepto que esconde una lógica meramente economicista de producir trabajadores que el sistema requiera, una especie de ser humano autómata especializado en una serie de tareas para poder quedar dentro del mundo globalizado capitalista pero sin poder entender o cuestionar el porqué del mismo. Esto ha desplazado a las ciencias humanas hacia afuera del sistema educativo y con ellas la capacidad de brindar herramientas para poder comprender quiénes somos, en dónde estamos, en qué momento socio-histórico nos toca vivir, etc; múltiples cuestionamientos que hacen al espacio del capital simbólico del ser humano y permiten un desarrollo más integral, en donde los contenidos aprendidos en el aula adquieren otra relevancia y dotan de mayor libertad intelectual a la hora del desarrollo futuro del individuo.

A todo esto, si somos unas cuantas personas las que pensamos así, lo que cabe preguntarnos es: ¿por qué las autoridades responsables no han hecho más que emparejar hacia abajo? ¿Cómo es posible que un país que tenía un altísimo nivel educativo permita que egresen de las escuelas niños que no saben leer y, por ende, su capacidad de comprensión y pensamiento se ven drásticamente disminuidos?

Asistimos a decenas de comparaciones con Finlandia no teniendo en cuenta lo básico, que no nos parecemos en nada a ellos, ni social, ni cultural, ni climática, ni económicamente. A esto hay que agregarle que el plan de educación finlandés, así como el singapurense, son planes globales, abarcando desde las edades más tempranas hasta los adolescentes-adultos, o sea un plan de continuidad con una base sólida, bien definida que da marco contenedor a todo su desarrollo.

En Uruguay, desde hace años, tenemos todo lo contrario. Lejos de tener un plan abarcativo y continuo, las autoridades en educación se han dedicado a “emparchar”, con ideas provenientes del extranjero, aplicadas en determinado nivel curricular, como puede ser la elaboración de plan piloto en algún liceo, en algún ciclo en particular o para determinado tipo de población. Esto hace que nuestros estudiantes transiten entre tropiezos e incongruencias, como ratones de laboratorio que son sometidos a prueba para después ver qué resulta de eso. Creo que es esperable que los resultados sean bastante malos.

Y se suma la resignificación conceptual que ha adquirido la repetición, sobre todo en el ámbito escolar. Se ha instaurado la idea de que repetir un año genera una gran frustración en el niño y por lo tanto hay que pasarlo de ciclo. Esto es algo así como ponerle fecha de vencimiento a la explosión. Cuesta entender como un estudiante, que no pudo adquirir los conocimientos necesarios para aprobar el año, sea promovido. Al año siguiente, sin una base sólida en conocimientos que sirvan de anclaje para aprender lo nuevo, no queda más que pensar que la frustración será más profunda que si hubiese repetido el curso. No se ve a la repetición, desde el mundo adulto, como el dar una segunda oportunidad a alguien que, quizás, requiera de otros tiempos. Se la ve como frustración y eso lo trasladamos al niño. En relación a esto, me ha tocado asistir a discusiones en donde se debatía si un alumno en particular debía repetir quinto año o “lo aceleraban los últimos dos  meses del año” dándole algún contenido de sexto haciendo que egrese de la escuela. No encuentro calificativos para describir lo grave, falto de ética y mamarracho del asunto.

Hace falta sentarnos entre todos, hacer un diagnóstico más acertado de las situaciones que tenemos y, a partir de allí, elaborar un plan educativo acorde a nuestras características y a lo que nuestros estudiantes necesitan para un mejor tránsito educativo, que nos haga más libres para poder elegir un futuro y, sobre todo, para tener la capacidad de cuestionarlo y transformarlo.

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