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La identidad nacional por José Manuel Quijano

La identidad nacional  por José Manuel Quijano
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Es frecuente la opinión entre quienes se interesan por los orígenes de la nacionalidad y  la formación de la identidad nacional que Uruguay  transitó un camino atípico, casi único, en este emprendimiento. Estas breves líneas están destinadas, en parte, a preguntar si las cosas fueron realmente así o, por el contrario, seguimos los  mismos pasos que tantos otros en la segunda mitad del siglo XIX. La respuesta depende de si la identidad es un hecho natural  que se manifiesta por el mero paso del tiempo o es un fenómeno construido; en este  último caso vale preguntar cuáles  han sido los instrumentos para construirla y los rasgos más característicos de la identidad nacional.

La escuela tradicional  consideraba que la nación precedía al estado pues este era una construcción política posterior o una etapa más avanzada de la nacionalidad y la identidad. ¿Que era entonces la nacionalidad? Un grupo de  seres humanos que tenía la voluntad de constituirse en una nación y se atribuía soberanía sobre un territorio. El éxodo del pueblo oriental, con su formidable adhesión emocional, podría, por tanto, constituirse en el acto fundacional que habría marcado a los orientales durante los dos siglos siguientes. Quienes cuestionan esta visión ( por ejemplo el profesor Guillermo Vazquez Franco: “Traición a la patria”) dicen, con razón que por entonces nadie  deseaba la independencia: Artigas defendía un proyecto de confederación (Ardao: “Artigas y la confederación”); Lavalleja desembarco en la Agraciada y proclamó en agosto del 25 la  adhesión a las provincias unidas (tercera ley); y Rivera había sido cisplatino al servicio de Lecor y, hasta poco antes de asumir la primera  presidencia  del Uruguay independiente, dudó de la conveniencia y viabilidad de la misma (Telmo Manacorda: “Rivera”)

La escuela tradicional ha sido reemplaza – al menos en la academia – por la moderna o constructivista que postula que habrían sido las elites nacionales las que fomentaron el nacionalismo como camino a la modernización y reafirmaron deliberadamente una identidad nacional. La identidad nacional es, entonces una construcción. ¿De quién?  Del Estado que, según esta visión, precede a la nación y la construye. Benedict Anderson “Comunidades imaginadas”) y Eric Hobsbawm (“Nations and Nationalism since 1780”)  dieron un impulso decisivo a la escuela moderna.  Más  recientemente José Alvarez Junco (“Dioses útiles. naciones y nacionalismos”)ha publicado una revisión  de los principales aportes a la teoría moderna que es de suma utilidad.

Hay aquí, en la escuela moderna, un cambio de enfoque y de secuencia que es fundamental. Anderson dice que la nación sería una “comunidad imaginada” y Hobsbaum la menciona como “artefacto inventado”  o “construcción artificial”  a partir de la invención de la tradición (“conmemoración del pasado en términos nacionales”) y  de la imposición de prácticas rituales simbólicas que inculcan valores y  normas de conducta. ¿Es la nación uruguaya una construcción artificial? La respuesta es sí, pero en abundante compañía.

1.- La sublime intriga.- Pero quizá la formación y construcción inicial de nuestra  identidad nacional transita un camino intermedio. Los  anhelos no son rígidos y, desde una aproximación dinámica, ¿no habrá nacido, o se habrá extendido, el deseo de independencia entre 1825 y 1830 cuando, ya desengañados de la adhesión al imperio del Brasil nos  enfrentamos a las torpes y tortuosas decisiones de Buenos Aires?  Basta mencionar la designación del patético  general Alvear al frente del ejército que combatió en Ituzaingó (y que al concluir la batalla tuvo un fuerte enfrentamiento personal con Lavalleja); el  nombramiento por Rivadavia  del negociador  Manuel José García, quien se apresuró a   entregar a la Banda Oriental luego del triunfo militar en Ituzaingó. Se estaba gestado, dice Telmo Manacorda  el foco de la tormenta: “Don Nicolas de Herrera, Gregorio Tagle, Manuel José García, tramitaban en Rio de Janeiro los hilos trágicos del negociado que el primero de ellos llamó la “sublime intriga””. Pero, ¿se habrá mantenido incambiada la voluntad de los jefes orientales  ante las tropelías de los vecinos?

El documento más revelador que expresa el sentimiento del libertador Lavalleja y su profundo desengaño, es la carta que dirige  a Trapani  del 1 de abril de 1927, escrita obviamente luego de Ituzaingó:  “Comprendo que la Banda Oriental podría mantenerse, por si sola, como un estado libre; pero, mi amigo, no puedo concebir por que la Republica ( es decir Buenos Aires, nota mia) se esfuerza por separar de su liga una provincia que puede considerarse la más importante de todas. Sea como fuere, si la paz es obtenida por ese medio, y los tratados no son perjudiciales a esta provincia (…) soy de opinión que la independencia será una ventaja para nosotros”

Los mediadores ingleses ( finos diplomáticos) apuntan al respecto. El 8 de junio de 1827 Gordon le dice a Canning: “El señor García me ha asegurado categóricamente que ya no existían celos de parte del gobierno de Buenos Aires en cuanto a la completa posesión de Montevideo por los brasileños, y que su independencia se pedía, solamente, porque era esperada por sus habitantes…”.  El 20 de julio de 1827 Ponsonby escribe a Canning :”Es una verdad que yo a menudo he mencionado: los orientales odian a ambas partes”.  (las citas provienen de  LA de Herrera “ La misión Ponsonby” Tomo II)

No existía un grupo humano, al comienzo del proceso de independencia, deseoso de constituir una nación independiente  y de ejercer soberanía sobre el territorio pero, hacia el final del proceso, la conflictiva y errática relación con Argentina  y la mala memoria de la Cisplatina (Alfredo Castellanos :”La Cisplatina. La independencia y la republica caudillesca”) parece claro que  fomentaron ese anhelo.  El 28 de agosto de 1828 Argentina y Brasil firmaron, en Río, la Convención Preliminar de Paz  y Uruguay adhirió  al acuerdo de independencia el 4 de octubre del mismo año. En suma,  somos independientes por expresa voluntad de una nación en nacimiento. Pero luego de este primer paso, condición necesaria pero no suficiente, faltaban todavía varios más hasta la  consolidación de la nación y de la identidad nacional.

2.-La carga emocional.- La historiadora francesa Anne-Marie Thiesse (“La creación de las identidades nacionales”) dice que en la primera etapa de la construcción de la nacionalidad  el esfuerzo se concentra en “la identificación de los antepasados”.  Los antepasados pueden ser  personajes históricos idealizados o, incluso, meros inventos o elaboraciones del ingenio popular pero, en todo caso,  construcciones con las cuales los integrantes de un colectivo nacional pueden sentirse identificados y valorar su ética, su apego al interés general y a  sus virtudes. El Cid  Campeador en España  el justiciero Robin Hood en Inglaterra  o Juana de Arco en Francia integran, en sus respectivas naciones, el grupo de los antepasados a los cuales hay   referencia permanente. Son ellos los que ayudan a inculcar, desde el estado, valores y normas de conducta que van forjando, a partir del pasado imaginario, la cohesión social necesaria.

No hay duda de que en Uruguay los valores y virtudes de Artigas comenzaron a inculcarse desde el estado  y desde parte de la elite intelectual a partir  del último tercio del siglo XIX.  Carlos María Ramirez, Juan Zorrilla de San Martin y más adelante Juan Pivel contribuyeron, entre otros, a que Artigas se convirtiera en el referente principal y casi único de la nacionalidad oriental. Y no es de olvidar que el dictador Santos fue el que decretó la primera intervención de la Universidad de la Republica  porque exigió al rector José Pedro Ramirez (y este, en defensa de la autonomía, se negó) que retirara de circulación un texto, redactado por el  catedrático Luigi Desteffanis, que difamaba a Artigas (“gaucho malo, rebelde, anarquista, enchalecador”) repitiendo las patrañas mitristas. (Vicente Cremanti: “La autonomía y el cogobierno en las leyes orgánicas de la Universidad de la República”)

Los defensores de Artigas cumplieron  su tarea reivindicatoria desde el apego emotivo que acompaña al recuerdo del héroe traicionado y calumniado. Discutiendo y refutando los textos argentinos en contra del héroe mancillado,  el “Artigas” de Carlos María Ramirez o la respuesta de Juan Zorrilla (“Detalles de la historia rioplatense”) al biógrafo de Alvear que niega la traición de su biografiado, son piezas que al tiempo que nos separan, de una vez y para siempre, de lo que en el pasado fue capital de virreinato, contribuyen a consolidar con cemento  la identidad oriental.

Los canales de difusión fueron similares o idénticos a los de otras realidades.  En el caso de Francia se dice que la escuela pública y el servicio militar obligatorio convirtieron, durante la tercera república ( es decir tan adelante como en las últimas décadas del siglo XIX y parte del XX) , en ciudadanos de la nación francesa a una población mayoritariamente campesina y localista (E.Weber,”Peasants into Frenchmen”, citado por Alvarez Junco). A su modo, los italianos de 1870 decían “Ya tenemos Italia; ahora hay que crear italianos”. Es exactamente lo que la escuela pública vareliana logró, prácticamente al mismo tiempo, con la escasa población uruguaya  y con los inmigrantes o sus  hijos  a partir del siglo XIX. El papel que en Francia cumplió el servicio militar, como difusor de virtudes de los héroes del pasado, quedó quizá reservado aquí a los partidos políticos  que se constituyeron muy temprano.

3.- Los componentes más relevantes de la identidad. La historiadora inglesa Linda Colley  (citada por Alvarez Junco) apunta que la identidad británica se forjó  a partir del protestantismo, la insularidad  y la prolongada rivalidad bélica con Francia. Es decir, la religión (y la independencia del papado), la ubicación geográfica (en Europa pero separada por el Canal de la Mancha) y la guerra ( las batallas y victorias de Crecy y de Azincourt están en el adn de cada británico). Y se debería agregar que en la guerra interna (el parlamento contra el monarca) la derrota de Carlos I  condujo a la instalación de la primera monarquía constitucional  y a la primera democracia parlamentaria, ambas indisolublemente asociadas a la identidad británica.

**A su modo Uruguay ha sido  hasta cierto punto un país insular, con puerto propio y separado de Argentina por un rio tan ancho como el Canal de la Mancha. La insularidad, y su debilidad económica y demográfica, lo  orientaron hacia la diferenciación con los vecinos. Y ganó sus batallas  (Sarandí e Ituzaingó). Pero  sus principales batallas, en el siglo XX, se libraron en las canchas de futbol (el futbol se ha dicho lo inventaron los ingleses para canalizar hacia la civilización las batallas campales entre colegios británicos) donde los triunfos acumulados fueron deslumbrantes para un pequeño país de pocos millones de habitantes.   Marrero y Piñeyrúa (“Futbol, mística e identidad nacional en el Uruguay moderno”) han señalado  “Es imposible sobreestimar el impacto que el »Maracanazo» ha tenido en el proceso de construcción de la identidad uruguaya. (…)Lo cierto es que para el Uruguay del 50 todo parecía posible, y todas las metáforas parecían quedar cortas para un país que parecía estar destinado a contrariar con sus logros, la estrechez de sus fronteras (…) el hito de Maracaná, parecía confirmar uno de los mitos fundantes más poderosos sobre los que se construyó la nación oriental: la inconmensurabilidad entre los medios y los logros; la desproporción entre la pequeñez del origen y la grandeza del destino”.

**Uruguay fue tempranamente un país laico a diferencia de sus dos grandes vecinos, católicos, apostólicos y romanos. Pero no hubo aquí guerra religiosa (entre católicos  y protestantes o  musulmanes y cristianos)  sino tolerancia  a las distintas creencias religiosas. Nada de San Bartolomé y mucho del Edicto de Nantes. Y este es un componente constitutivo de la  identidad oriental que prueba, además, la calidad del liderazgo político de inicios del siglo XX.

** No es posible ignorar el  papel determinante de los partidos políticos. “Los partidos políticos – dice Garcés (“Notas…”) han sido los actores centrales en la historia nacional. Esta idea, que estaba implícita en la interpretación piveliana, fue rescatada y profusamente manejada por la generación de historiadores y cientistas políticos que asomó después de la dictadura. En este sentido, la “hipótesis partidocéntrica” formulada por Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez Antón (1987), marcó un hito especialmente significativo”. Y agrega: “el primer gran aporte de los partidos a la identidad nacional fue la identificación de Artigas como “zona de concordia” y la elaboración de un relato nacionalista del proceso que derivó en la independencia”

Los partidos aportaron, además,   conflictos (varios armados) y negociaciones posteriores para regresar a la convivencia. Fueron, desde  la Paz de abril (1872) durante la presidencia de Lorenzo Batlle, los que transitaron  por el camino de la coparticipación  de los actores centrales. Insistieron en ese camino en el Pacto de la Cruz  y en la propuesta de un ejecutivo colegiado ( iniciativa inicial del blanco Martin Aguirre y, posteriormente, del colorado José Batlle). Y sobre las bases de la negociación y la coparticipación se desarrolló el debate constituyente del año 1917, con  varios chispazos brillantes,  y la aprobación de la constitución de 1918.(Jorge Lanzaro “La constitución uruguaya de 1918 y el constitucionalismo latinoamericano”) .  Los partidos se convirtieron, entonces, en actores centrales de la construcción democrática republicana  en el Uruguay, uno de los componentes básicos de la identidad nacional.

**Uruguay vivió, a poco de finalizada la guerra de Corea, el agotamiento del modelo de desarrollo que, en su caso, había predominado, con sobresaltos, en las primeras cinco décadas del siglo pasado. Al finalizar los años cincuenta era cada vez más evidente que los múltiples controles de cambio, las importaciones por cuotas, los subsidios y  algunos aspectos  de la legislación social se volvían  cada vez más disfuncionales y que era preciso introducir cambios y correcciones. Ninguna de las fuerzas políticas parecía en  condiciones de  liderar con éxito ( o al menos con pocos costos) esos cambios. Por el proceso de cambio interno y, también, por la fuerte gravitación de acontecimientos internacionales (como la REvolución Cubana) Uruguay se fue deslizando hacia enfrentamientos violentos y en muchos casos letales  que dañaron, por ambas partes, a la convivencia democrática y, en febrero de 1973 (comunicados 4 y 7) terminaron con la democracia ya debilitada. En los setenta y hasta mediados de los ochenta se implantó una dictadura  que produjo daños políticos, sociales y económicos y dejo desgarros.  De ese periodo traumático se salió rescatando instituciones y democracia . Y una fuerte revalorización de la democracia republicana vino a confirmar que hay ahí un   componente básico de la identidad nacional.

** Pero los partidos sufrieron cambios de significación: un nuevo actor (Frente Amplio) entró en escena y ganó el gobierno por tres periodos consecutivos desde 2004; el Partido colorado vivió un debilitamiento electoral y organizativo muy pronunciado; y los movimientos sociales, particularmente las organizaciones sindicales, crecieron e incrementaron su gravitación.

Desde comienzo del siglo XX  Uruguay apostó muy temprano, con éxito inicial, a la creación de un estado de bienestar.  En la actualidad un país con otra exigencia social  se ha ido consolidando desde la salida de la dictadura y  el FA, fieles a sí mismo, consciente o no del lugar que ocupa como heredero de la política social batllista, y con el aliento durante los primeros diez años de mandato de los precios internacionales relativamente altos de las materias primas, introdujo transformaciones sociales significativas ( reforma de la salud, sistema nacional de cuidados, etc.) que nadie quiere echar atrás pero que nadie sabe si,  en condiciones de estrés regional o internacional, podrán sostenerse.

En el terreno productivo, entonces, al influjo del batllismo que operaba en un mundo de economías cerradas,  el país   manufacturó   algunos bienes industriales de baja complejidad, para consumo interno, pero produjo y exportó bienes primarios. Algo de eso ha cambiado   con  el debilitamiento de la producción industrial, la diversificación de bienes primarios para exportación y la expansión de la producción y exportación de ciertos servicios.  Y en tanto a Uruguay le ha ido bien,  con los nuevos precios internacionales de los últimos lustros, parece reafirmar la vieja convicción  de que se puede vivir en la relativa abundancia, incluso apostar a la supervivencia de un estado de bienestar, sin ingresar al exigente y riguroso mundo  de la producción intensiva en conocimiento. Ese es, sin duda, uno de los componentes menos alentadores de la  identidad nacional.

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