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La memoria como pastiche

La memoria como pastiche
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El trabajo de la dupla Peveroni-Dodera es pasible de ser estudiado desde desde diversos ángulos, tanto específicamente estético-teatrales como filosóficos. Lejos de caer en fórmulas autocomplacientes, esta pareja creativa profundiza en búsquedas estéticas que dan cuenta del mundo en que viven y trabajan. Por eso mismo veremos como se cruzan intuiciones estéticas con ideas de pensadores contemporáneos, desde las reflexiones sobre la modernidad líquida de Zygmunt Bauman en que abrevaron en la época de Shangai (2011), hasta las de Mark Fisher, teórico interesado en la posibilidad de pensar imaginarios que trasciendan al capitalismo contemporáneo, que ha sido un insumo para las búsquedas de El accidente, reestrenada la semana pasada en la Sala Vaz Ferreira. Algunos procedimientos estéticos de esta dupla, sin embargo, pueden ser interpretados desde la forma en que el norteamericano Fredric Jameson pensaba el posmodernismo ya a comienzos de los años ochenta del siglo XX.

Jameson plantea que el posmodernismo es la pauta cultural dominante del capitalismo tardío, un capitalismo con una lógica desterritorializada, global. Con el pasaje a la posmodernidad, según Jameson, se liquida la idea de sujeto individual, y con esto la idea del artista-genio portador de un estilo, y como consecuencia se generaliza la técnica del pastiche, como yuxtaposición de signos que provienen de lugares y épocas distintas. De esta forma se liquida la profundidad histórica y se sitúa al sujeto en un presente del que parece no haber salida. Esto trasciende lo estético por supuesto, en palabras del autor: “la asombrosa proliferación de los códigos en las jergas disciplinarias y profesionales, así como en los signos de afirmación étnica, sexual, racial o religiosa, y en los emblemas de adhesión a subclases, constituye también un fenómeno político, como lo demuestran fehacientemente los problemas micropolíticos”.

En nuestro medio teatral nadie ha trabajado esta liquidación del sujeto individual y este cruce de temporalidades que Jameson señala como característica central del posmodernismo como la dupla Peveroni-Dodera. Y esto es constatable quizá ya desde su primer trabajo, Sarajevo esquina Montevideo, del año 2003. El problema de la identidad individual fue particularmente abordado a partir de Shangai, en 2011, en donde se proponía seres humanos que eran cargados con kits con diferentes identidades. En esos sujetos convivían historias individuales diversas, que luchaban por imponerse, liquidando la idea de subjetividad individual “centrada”. Esas ideas Peveroni las continuó desarrollando en la novela Los ojos de una ciudad china (Estuario, 2016) y reaparecen en El accidente, estrenada a fines del año pasado en la Zavala Muniz y reestrenada el pasado fin de semana como decíamos arriba.

En el accidente se cruzan tres historias, la que vertebra el espectáculo es El combate de la tapera, cuento breve de Eduardo Acevedo Díaz escrito entre 1891y 1892. El relato se centra en una batalla entre tropas artiguistas deshechas contra el ejército portugués invasor hacia 1817. De ese relato Peveroni-Dodera toman citas textuales, principalmente protagonizadas por la Cata, quien será la responsable de ejecutar al oficial “portugo” Heitor. A esa historia se superponen otras dos, una tiene que ver con la tortura en épocas de terrorismo de estado, la otra con un accidente de tránsito en nuestro presente. Nuevamente, tres líneas temporales se yuxtaponen, y los personajes se desdoblan en dos o tres subjetividades que no siempre quedan claramente delimitadas. Las tres líneas temporales yuxtapuestas se materializan en la escenografía y el vestuario, pero también en las expresiones del elenco, en los cambios de los modismos, en la aparición del rap junto a la estética teatral más tradicional.

Por supuesto, no es gratuita esta superposición temporal y esta liquidación del sujeto individual. Como señalaba Jameson, vivimos en un momento histórico en que los estamentos sociales organizados tienden a representarse de forma fragmentaria, en donde hay colectivos que se reivindican a partir de identidades no estables. Por otro lado, vivimos en un momento histórico en que constantemente aparecen momentos del pasado, reciente o lejano, fuera de cualquier contexto, dando saltos, sin ser situados. Estas situaciones, al igual que cruces como el de noticias sobre guerras lejanas junto a policiales locales, o el de personajes ficticios con relatos periodísticos, generan un continuo de fragmentos que cada vez es más complejo delimitar y ordenar.

El trabajo de Peveroni-Dodera da cuenta de esa situación fragmentaria no desde lo discursivo, sino desde el montaje de esa yuxtaposición de memorias y subjetividades fragmentadas que no logran ordenarse dando un significado a sus experiencias. En este sentido es interesante que uno de los personajes del cuento de Acevedo Díaz se revele contra el autor, y se queje de la forma final del relato, quizá acorde a sus intereses pero no a la “verdad”. En el espectáculo en sí, que personalmente vimos en la Zavala Muniz a fines del año pasado, se destaca la contundente expresividad de Adriana Ardoguein interpretando a la Cata.

Lo que nos queda por preguntarle a esta dupla es sobre el lugar del espectador. La búsqueda artística los encuentra en un camino de cruce y yuxtaposición de elementos, un recorrido que tiene que ver con la experiencia real de las personas, que es fragmentaria y no lineal. Pero la producción estética mayoritaria, literaria, audiovisual, y teatral (las artes visuales seguramente sean la excepción) continúa ofreciendo historias que ordenan la experiencia de los personajes dándole un sentido, algo que genera cierto confort en el espectador. Ese confort fácil no está presente en las obras de esta dupla, y esto es un planteo consciente. Pero quizá sea un punto para reflexionar hasta qué limite se puede quebrar el lenguaje que más frecuentan los espectadores sin que estos se reduzcan a un mínimo solo de especialistas. Es una pregunta que hacemos, y nos hacemos, desde esta página.

Más allá de esto último, de nuestra parte recomendamos ir a ver El accidente, un espectáculo que da cuenta de nuestra experiencia sin concesiones, y que invita a la reflexión, como pocas creaciones teatrales de nuestro medio.

El accidente. Dramaturgia: Gabriel Peveroni. Dirección: María Dodera. Elenco: Adriana Ardoguein, Romina Capezzuto, Gabriela Pintado, Adrián Prego, Franco Rilla, Nicolás Suárez. Banda sonora en vivo: Federico Deutsch, Sáez93

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.