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LA NEGACIÓN Por Hoenir Sarthou

LA NEGACIÓN  Por Hoenir Sarthou
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En los últimos días, varios artículos publicados en la prensa y en las redes sociales se ocuparon de negar la existencia de una “conspiración” para promover el miedo y el encierro como respuesta ante el coronavirus.

El hecho genera varias interrogantes.

¿Por qué escribir sobre algo que no existe? ¿Por qué molesta  que se hable de la influencia de ciertos intereses transnacionales en la información y en las políticas relativas al coronavirus? ¿Qué relación hay entre esa molestia y la influencia de esos mismos intereses en las posturas “progresistas” o “de izquierda”?

Ante todo, una aclaración: el concepto “conspiración” presupone secreto o reserva. Si los supuestos conspiradores aparecen en televisión y dan conferencias públicas declarando su intervención en el asunto (como lo hace Bill Gates), si se comunican abiertamente con los gobernantes para convencerlos de aplicar ciertas políticas (como lo han hecho Melinda Gates con el premier español, y George Soros con el presidente argentino), no nos encontramos ante una conspiración sino ante un grupo de presión que persigue ciertos objetivos, o un proyecto político a gran escala. En cualquier caso, el tema ya no es asunto de creencia o incredulidad, y merece análisis serios. La mera negación de los hechos es lo contrario de un análisis serio.

Voy a dejar de lado las trampas argumentales.  Asociar a quienes plantean estos hechos con posturas como el terraplanismo o el reptilianismo, o con gobernantes previamente demonizados (Trump, Bolsonaro, etc.) es un golpe bajo, que revela no sólo falta de argumentos sino poco respeto por el interlocutor y por el lector.

Vayamos a lo que importa: los hechos. En lo que va de este año el mundo ha experimentado anomalías nunca vistas. Nunca se había encerrado a más de la mitad de sus habitantes, ni se les había prohibido circular por la calle o reunirse. Nunca la economía global había sufrido una detención de este tipo. Nunca se había visto a los gobiernos acatar las sugerencias de un organismo técnico-político (la OMS) como si fueran órdenes. Nunca se había recortado tantas libertades y propuesto controlar virtualmente a la gente. Nunca se habían transferido tantos recursos públicos a una industria (la farmacéutica). Nunca la prensa había difundido en forma tan obsesiva y acrítica un tema. Y nunca se había visto a los financiadores privados de un organismo internacional hablarle al mundo como lo ha hecho y lo sigue haciendo Bill Gates.

En términos epistemológicos – Kuhn mediante-  la presencia constante de anomalías indica problemas en el paradigma dominante. Salvando las distancias entre las ciencias de la naturaleza y las sociales, podría decirse que, si la visión tradicional de la politica no permite explicar esos hechos, la visión tradicional de la política está en problemas.

¿Pueden las dicotomías políticas tradicionales (izquierda-derecha, liberales-autoritarios, progresistas-conservadores) explicar la realidad que vivimos este año?

Todo indica que no. Es muy difícil explicar la realidad política actual del mundo sin considerar un nuevo eje no incluido en las dicotomías tradicionales: el eje “globalización-soberanismo”.

Se ha hablado mucho de la globalización en abstracto. En teoría, todos sabemos que existen fuerzas económicas de alcance global, con la potencialidad de influir decisivamente en el ordenamiento económico, social y político del mundo.

A lo que no estamos acostumbrados es a vivir las consecuencias prácticas de la aplicación de ese poder en toda su capacidad.

Hoy es evidente que la historia del Uruguay de los últimos treinta años no puede explicarse sin tomar en cuenta al modelo forestal. La ley de forestación vigente, la de zonas francas, la de puertos, los tratados de protección de inversiones y un sinnúmero de reformas aplicadas a distintos niveles del Estado han estado destinadas a promover un modelo de producción cuya síntesis última, por el momento, es UPM2.  Un modelo que ha contado con el apoyo y la financiación de los organismos internacionales de crédito y de las empresas calificadoras de riesgo.  No por casualidad ningún gobierno uruguayo se anima hoy  a romper el contrato ROU UPM, aun admitiendo que es nefasto.

¿Por qué creer que a nivel global las cosas son distintas?

Los inauditos fenómenos que reseñé antes requieren explicación.  Nadie puede afirmar que la instalación de una política de encierro, paralización y endeudamiento globales, en menos de dos meses, es un fenómeno casual y espontáneo. Fueron necesarios muchos factores para que se produjera: pronósticos catastróficos (incumplidos) de la OMS y de buena parte de la academia, el acatamiento de la mayoría de los gobiernos, una difusión mediática universal, el amedrentamiento sistemático de los gobernantes y científicos díscolos (basta ver cómo se ataca a los gobiernos de EEUU, Suecia, Brasil y México por no obedecer).

Ese fenómeno inaudito sólo puede explicarse por la acción de factores que no están registrados en el mapa formal de la política nacional ni internacional.

Si algo debemos agradecerles a personajes como Bill Gates y George Soros es que le hayan puesto cara humana a ese factor.  Qué hay detrás o junto a ellos es algo que no podemos saber con certeza. Pero sus apariciones y discursos públicos confirman que hay un actor de peso determinante en la política global. Algo sobre lo que hasta ahora se podía teorizar o fabular, pero que ahora es una realidad tangible.

Los verdaderos objetivos y los recursos de ese actor no los conocemos. Bah, yo, al menos, no los conozco. Pero resulta indiscutible que el actor existe y pesa. Su poder financiero, mediático, político y académico está  a la vista.

En síntesis, todo indica que la política no podrá pensarse más en los términos tradicionales.  Más allá de que uno se considere de izquierda o de derecha,  progresista o conservador, liberal o partidario de la “mano dura”, hay una realidad insoslayable: es necesario tomar posición respecto a un factor de poder que no se restringe por fronteras ni por las reglas conocidas.

No debe confundirse el dilema entre globalismo y soberanismo con la disputa entre internacionalismo y nacionalismo. La opción por la soberanía no es necesariamente una postura de arraigo chauvinista a un territorio o a una tradición. Es también la forma de rescatar la concepción democrática de la vida, que muy pocas chances tiene de sobrevivir en un mundo dominado por corporaciones, organismos internacionales cooptados y privatizados, gobiernos sumisos y prensa funcional.

Negar los hechos y esconder la cabeza es también una forma de tomar partido, a menos que se formule una hipótesis distinta para explicar lo inexplicable, cosa a la que, naturalmente, todos debemos estar abiertos.

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