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La peste por Luis Nieto

La peste por Luis Nieto
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Cuando Albert Camus comenzó a escribir La Peste, la II Guerra Mundial se había desatado como una de los peores martirios que debió sufrir la humanidad a lo largo de la historia. La Peste es una metáfora de la peripecia humana, de los padecimientos colectivos, que de tanto en tanto, por una u otra causa, han azotado al mundo. La naturaleza es casi impredecible. Aunque el Hombre ha desarrollado la forma de hacerla más predecible, la actual pandemia es la prueba más clara de que su arrogancia siempre le guarda algún fracaso para que no olvide su pequeñez.

La pandemia apareció de la nada, de algún lugar de China, claro, pero, dicen, que una especie de mulita le pasó el virus a los humanos. Se habló mucho del asunto, se silenció a algunos científicos que estaban trabajando en algo parecido, pero el silencio se ocupó de que el tiempo pasara, y cuando la comunidad científica internacional intentó reaccionar, le faltaba información importante para encauzar la investigación. Pudo ser un enojo de la naturaleza, pudo ser un error humano, lo que fuera hizo mucho daño, y todavía sigue matando gente. Alguna de esa gente muere con la compasión de sus familias, o del personal de salud. Las imágenes que llegan de China muestran una sociedad tratada como ganado, incluyendo golpes y malos tratos. Siempre habrá alguien que justifique, de una u otra manera, ese tipo de comportamiento, donde el humanismo ha dejado su huella resulta inaudito que a los pacientes se los trate como a culpables de su enfermedad.

La novela de Camus ilustra detalles de la vida cotidiana, en una Orán, que había sido una plácida y satisfecha ciudad. Como lo era nuestra país antes de los sesenta. Todo empezó a cambiar, como en Orán. La guerrilla estaba en algún lado. De tanto en tanto, un grupo de acción daba un golpe que hacía crecer la mística de la infalibilidad. Era como la peste, invisible y silenciosa: “la acción nos une, las palabras nos separan”. Si no hay palabras, si lo que llega a la ciudadanía son extractos, elegidos con fines propagandísticos, no es dialogar. Terminamos sin saber si el significado de esas palabras con las que la guerrilla podía explicar su accionar eran convincentes, si eran parte de un diálogo duro y franco en el que estuviese en juego la verdad o era parte del equipo de camuflaje. Cuando se reivindicaba las palabras de Saravía: “No quedará piedra sobre piedra, ni árbol que dé sombra, ni semilla que germine, habrá patria para todos o para nadie.” Esta música pretendía lo que Mujica acabó logrando, muchos años después: Reavivar la brasa que se había apagado en el alma de los blancos.  ¿Por qué fueron los tupas los que se propusieron, y se puede decir que tuvieron éxito, en vender humo entre los blancos?

Pero los tupamaros sufrieron una muy dolorosa derrota, tanto en militantes como en propuestas, pero esa confusión de un pequeño grupo trajo, también, mucho dolor al pueblo que pertenecían, y, sin duda, querían. La melancolía de las derrotas es lo que se lee en el libro de Camus, un escritor valiente, que hay que leer como se lee a Onetti. Él y Sartre tuvieron un duro contrapunto a lo largo de sus vidas literarias. A diferencia de Sartre, Camus, premio Nobel de literatura en 1957 sostenía: “Hay causas por las que vale la pena morir, pero ninguna por la que vale la pena matar”.  Cuando Estados Unidos descargó sus bombas atómicas sobre las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki, fue el único intelectual francés que condenó el bombardeo. Lo condenó con la misma fuerza y claridad que condenó el franquismo y el nazismo. Fue dramaturgo, novelista, ensayista y periodista. En su obra está el rebelde que nunca dejó de ser, de una rebeldía íntimamente ligada al pacifismo. “Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía, sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”.

Albert Camus no tendría ninguna duda. Sería el primero en enfrentar a la cohorte de presuntos historiadores que rodean a Putin, y que ven en el período de la URSS sólo un tránsito al destino que la historia le tenía reservada a Rusia. No hay otra cosa lógica en esta guerra contra Ucrania. No hay grandeza en la decisión de Putin, sólo hay una borrachera de añoranzas imperiales, tratando de pescar incautos en la gran pecera del mundo. ¡Y vaya si los hay! Los latinoamericanos tenemos una marcada tendencia a la candidez y la rabia, todo junto. El discurso de Putin sostiene y machaca que los ucranianos son seguidores de Hitler. Una y otra vez repite, y muchos rusos repiten que los ucranianos son nazis, que son el caballo de Troya que lo peor del mundo les dejó en Mariúpol.

Este escenario desgastado, donde Estados Unidos le ha demostrado a América Latina que nunca supo entenderla, que ha estado distraído en otras cosas,  cuando le hubiera sido mucho más afín a su historia no haber permitido dictadores, ni de izquierda ni de derecha, y que el tipo de democracia que ha promovido en Latinoamérica es sólo la de las urnas. Es el escenario decadente en que La Peste cobra fuerza. El buen hombre que ha sido Carter sí tuvo la decencia y la valentía de prohibir la venta de armas a la dictadura uruguaya. En la decadencia moral, en la pobreza, en la arrogancia del gobernante que no ve el triste final de millones de historias, la peste, la pandemia, es la metáfora y la realidad.

La izquierda uruguaya tiene que entender algo que todavía no parece entender: En la democracia el adversario político no es un enemigo, es quien representa a una parte del mismo pueblo. Es comprensible que en el sistema de partidos políticos haya encuentros, y desencuentros fuertes, pero también se debe tener en cuenta la fragilidad de un sistema que está basada en las diferencias y no en las unanimidades. Ese equilibrio entre partidos políticos diferentes es lo que ha hecho de Uruguay uno de los países más destacados del mundo.  Ayudemos, cuidando lo que tenemos. Es el mayor capital que Uruguay puede aportar a la civilización contemporánea.

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