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La política del chimpancé

La política del chimpancé
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Anoche el sueño huyó de mí, quizás escondiéndose tras un recodo de la mente. Es decir, me desvelé.

Cuando esto ocurre no hay que enfurruñarse y putear, duplicar las pastillas medicadas o caminar por la habitación. Hay que esperar que una idea llegue y luego trabajar sobre ella para lograr ya que siempre encierran una interrogación- las respuestas pertinentes que calmen la ansiedad.

La idea llegó al fin en forma de pregunta: ¿es posible que, a esta altura de la evolución de la humanidad, estemos asistiendo a la paulatina desaparición de una especie?

¡Qué desafío, lector! Cansado lo suficiente como para no intentar idioteces, recurrí a ciertas lecturas que podrían calmar la inquietud que de pronto me atrapó ante semejante hipótesis.

¿El proceso puede estar dándose respondiendo afirmativamente a la teoría del etólogo Konrad Lorenz, basada en la acumulación de reacciones violentas impulsadas por el instinto innato de agresividad?

A ver: esta teoría va de la mano de la pérdida del equilibrio –todo o parte-, también innato, del instinto de conservación. Cuando un viejo chimpancé macho, pese a sus poderosos impulsos agresivos, no hiere –ni mucho menos mata- a congéneres más débiles, lo cual pondría en peligro la conservación de su especie, sigue una conducta también innata basada en la inhibición, que acciona mecanismos desencadenantes muy poderosos.

Claro, estoy hablando de chimpancés, en definitiva una especie muy evolucionada en la escala zoológica. Según el propio Lorenz, hay especies donde estos comportamientos no existen tan definidos y esquemáticos. El escritor austríaco Gustav Meyrinck lo ha dicho con una fábula divertida: “El ciempiés marcha coordinando maravillosamente el movimiento de sus cincuenta pies izquierdos y sus cincuenta derechos, cuando se topa con un sapo maligno que le dice: ‘¡Oh, venerable animal de muchos pies! Permite que te  haga una pregunta: ¿Cómo te las arreglas para levantar siempre el pie izquierdo treinta y siete, cuando pones en el suelo el pie derecho treinta y ocho?’ El ciempiés queda inmovilizado como si hubiese echado raíces, y no puede dar un paso más”.

Algo semejante, ha dicho Lorenz, puede ocurrir cuando, por ejemplo, un médico jefe de clínica estima necesario, de pronto, dirigir las funciones de sus subordinados, que se desarrollan sin obstáculo alguno por haber sido realizadas multitud de veces.

Caramba, caramba. Se me hace que por esta dirección estamos avanzando en búsqueda de probar mi hipótesis de vigilia. Apurado, busqué otro libro.

Parafraseo a Alexis Carrel: “Del mismo modo que el desequilibrio de fósforo y calcio imprimen sobre el esqueleto de algunas especies, básicamente la humana, el estigma del raquitismo, las deficiencias alimenticias, cuando se producen desde los primeros años, dejan para siempre sus huellas en el organismo. ¿No sabemos nosotros que la ausencia de manganeso en los alimentos suprime, en algunos animales, el amor materno? ¿Qué la falta de yodo produce el cretinismo de origen tiroidiano?”.

Lector: noto que seguimos avanzando, aunque tengo la sensación de que vamos, ya sin remedio, a conclusiones catastróficas.

Pero espere, espere. Corrí a la biblioteca y abordé un nuevo texto. Y pasa que Nietzsche escribió, en “La gaya ciencia”, esta parábola: “Se acercó a un santo un hombre que llevaba en brazos a un recién nacido. ‘¿Qué debo hacer con esta criatura? Es horrible, deforme y no tiene vida suficiente ni para morir’, El santo exclamó con voz terrible: ‘¡Mátala! Y sostenla en tus brazos tres días y tres noches para formarte un recuerdo. Así jamás engendrarás un hijo mientras no te llegue el momento’. Tras oír estas palabras el hombre se marchó, desilusionado, y muchos criticaron al santo. ‘Pero ¿no es más cruel dejarlo vivir?’ respondió éste”.

Y ahí fue como si me explotara el cerebro. Uniendo todo lo leído, paso a paso, hasta el fin con esa parábola, me condujo a la comprensión. Yo estaba insomne porque la hipótesis que me quitó el sueño tiene que ver con la especie humana.

Quizás el cansancio hizo del entendimiento final algo rocambolesco y hasta surrealista, pero incontestable.

Lo que está en proceso de extinción es el Partido Colorado.

Y si usted, lector, intenta seguir mi proceso de razonamiento y analiza los aportes hechos al mismo, bueno, quizás le cueste al comienzo pero terminará coincidiendo conmigo.

En cuanto a los colorados, que se van perdiendo en la nada con una celeridad espantosa, creo que, si hay sobrevivientes interesados en salvar su especie en una de esas les servirá, una vez más, el aporte de la etología moderna: armar una excursión al zoológico de Burger, en Arnhem, Holanda, donde el comportamiento de los chimpancés parece extraído de páginas de Maquiavelo y son animales con un comportamiento político muy sólido, que ha justificado la pregunta a su director: “¿Quién considera usted que es el chimpancé más grande de nuestro actual gobierno?”.

Tal vez detengan el proceso de extinción y, haciendo concesiones, recuperen, claro que modificada, su condición de especie que, claro, sería muy peculiar.

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Antonio Pippo Tiene 58 años de trabajo en el periodismo. Ha trabajado en todos los canales de TV del país, abiertos y por cable, menos VTV; ha trabajado en casi todos los diarios, semanarios y revistas (los que se han editado y los que aún se editan en el país); ha trabajado como columnista en varias radios. Ha sido docente de comunicación en la Universidad  ORT. Ha publicado seis libros. Ha dictado charlas y conferencias en la capital y diversas ciudades del interior sobre temas de periodismo. Fue productor general y co protagonista de un espectáculo de tango que se presentó en el país durante diez años, cerrando ese extenso ciclo el año pasado.