Home Reflexion Semanal La prohibición es un buen negocio

La prohibición es un buen negocio

La prohibición es un buen negocio
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El enfoque predominante en el mundo para enfrentar el problema de las drogas parece demostrar su absoluto fracaso. Las cifras de la llamada “Guerra a las drogas” muestra la multiplicación del consumo, el incremento exponencial de los delitos conexos y la violencia, cárceles y cementerios abarrotados. La ley seca en Estados Unidos en su momento, demostró ser un rotundo fracaso.

Nuestro país, con alrededor de la mitad de sus presos condenados por delitos vinculados al narcotráfico, no escapa a esa tónica y, también aquí, surgen voces que proponen cambiar el paradigma, en lugar de atacar la oferta, centrarse en la demanda.

¿Es hora de despenalizar las drogas? ¿La prohibición y persecución ha evitado en Uruguay el incremento del consumo? ¿Pueden campañas educativas intensivas ser eficaces para evitar que los jóvenes ingresen al consumo? ¿Qué efectos podría obtenerse en el combate al delito en general? ¿Debilitaría esto al poder de los narcotraficantes para corromper a los estratos dirigentes de la sociedad? ¿Fue efectivo lo actuado por Uruguay con respecto a la marihuana? ¿Es perfectible? ¿Se puede seguir obcecadamente fracasando en el mismo camino y no intentar otras alternativas? ¿Cuáles son los impedimentos para cambiar?  ¿Es posible hacerlo unilateralmente o debe ser a nivel global?

 

 Sin cuartel y sin sentido por Leo Pintos

Remotas tribus americanas, milenarias aldeas de China, Nepal y Tailandia, aborígenes perdidos del corazón de África o de Oceanía han utilizado sustancias alucinógenas para distintos fines: calmar el hambre, sobrellevar el frío o el apunamiento, contactar con espíritus, aliviar dolores, bajar inflamaciones, eliminar enemigos y alcanzar el éxtasis. Ayahuasca, coca, peyote, opio, cucumelo; la naturaleza ha sido desde siempre el dealer del ser humano. Las invasiones y el comercio posibilitaron el intercambio entre civilizaciones, luego la ciencia hizo el resto. Los laboratorios lograron «hackear» los sistemas de la naturaleza, esto es, sintetizar las sustancias, algo de lo que nos beneficiamos todos pues significó el desarrollo de la industria farmacéutica y la medicina. Recordemos que Sigmund Freud fue pionero en descubrir y analizar las propiedades excitantes y anestésicas de la cocaína, pero la fuerte adicción que provocaba, sumada al declive en su utilización como anestésico en favor de sintéticos más baratos, hizo que se convirtiera en una droga de uso exclusivamente recreativo.

Lo cierto es que, durante siglos, y hasta hace menos de cincuenta años, la humanidad convivió en relativa paz con las drogas, a tal punto que la cocaína era de venta libre en las primeras décadas del siglo XX. Con la llamada «Ley seca» como el antecedente más señalado en cuanto a fracaso de las políticas prohibitivas, Richard Nixon, en el marco de una supuesta política sanitaria, inició en los años setenta la lucha frontal contra la cocaína y otras drogas. Política impuesta al resto de países de occidente, fue el inicio de una sangrienta lucha interminable y la puesta en marcha de una fabulosa maquinaria económica y financiera.

Fue entonces que vastas zonas del tercer mundo, culturas arraigadas en el cultivo y uso de la hoja de coca y opio, fueron tomadas por organizaciones criminales aprovechándose de la miseria que las nuevas políticas prohibitivas provocaron. El resto ya es cosa bien sabida.

Lo cierto es que parece imposible entender como una política sanitaria puede ser aplicada a sangre y fuego, provocando tantas o más víctimas que las adicciones que se pretende combatir. Quizá se pueda entender por los inmensos volúmenes de capital que el narcotráfico inyecta en el sistema financiero mundial o por el financiamiento de proyectos inmobiliarios y de otros tipos. Tal vez la explicación pase por que la enorme mayoría de las víctimas del combate al narcotráfico, dentro y fuera de EEUU, son pobres. Nuestras cárceles están atestadas de jóvenes y pobres enfermos o atrapados en el mundo del narcotráfico. Hombres y mujeres sin nada que perder ni que ganar. La mayoría de asesinados en el marco de las guerras entre bandas narco son jóvenes pobres. La Inmensa mayoría de involucrados en el gran negocio de la droga son adultos y profesionales universitarios. Mientras tanto la JUTEP agoniza ante la indiferencia de todo el sistema político. La ley de financiación de partidos no se cumple y a nadie le interesa que se cumpla. Los empresarios que envían toneladas de droga desde Uruguay siguen siendo tratados como empresarios por los medios de comunicación.

Puede que algún día recuperemos la razón y nos volvamos inmunes a los cantos de sirena de estos charlatanes incendiarios, que solo buscan el rédito político a base de llevar al país por caminos que otros países ya recorrieron. ¿Cuánta gente tendrá que perder la vida antes de que esto suceda?

De la historia hay que aprender, no renegar. No se puede combatir la producción desde la prohibición, ya que el único resultado es la formidable rentabilidad del negocio. Rentabilidad que permite corromper gobernantes, fuerzas de seguridad, operadores policiales y desatando la cultura del delito en el territorio. Es momento de probar con políticas educativas, con la prevención del consumo y la reducción de daños como objetivos centrales. Ha funcionado con el tabaco y llegó el momento de hacer lo mismo también con el alcohol (que también son drogas). Pero siempre sabiendo que está en la esencia del ser humano, desde la prehistoria, la tendencia a consumir sustancias alucinógenas y de otro tipo. ¿Liberal en lo económico, conservador en las libertades? Suena incongruente.  Se pueden rebatir las opiniones, los hechos no. Los hechos son eso, hechos. Y los hechos indican, acá y allá, ayer y hoy, que medio siglo de combate a las drogas solo han sido un fracaso. Un enorme -y sobre todo- un oneroso fracaso, en recursos y en vidas destrozadas. No es sostenible una guerra permanente contra las drogas, tarde o temprano las organizaciones criminales encontrarán nuevas rutas y maneras de traficar, hoy una de las rutas pasa por Uruguay, mañana otra. Por eso, a quienes decían que la situación no podía estar peor les digo algo, la ansiedad no es buena cosa.

 

¿Educación o represión? Por Max Sapolinski

Tal vez el tema que nos ocupa sea un claro ejemplo de aquellos sobre los cuales es difícil asegurar que alguien tenga la verdad absoluta.

En lo personal me genera más dudas que certezas. ¿Prohibicionismo o legalización? ¿Atacar la oferta o la demanda? ¿Educación o represión? Todas ellas interrogantes que generan polémica, pero que seguramente ninguna bride a sus defensores garantías de éxito. Lo que sí está claro es que algo está mal y que la realidad se agrava día a día.

Tal vez ya sea hora de que asumamos que debemos encarar la problemática desde una diversidad de aristas. No creo que la sociedad uruguaya esté en condiciones de aceptar una despenalización total del tráfico de drogas. La experiencia llevada adelante con respecto a la marihuana no nos da impulso ni entusiasmo como para pensar que ese es el camino adecuado.

Por otro lado, es evidente que el tráfico de estupefacientes pasó a jugar en las grandes ligas. Organizaciones poderosas y peligrosas están a cargo del mismo. Su combate hace un buen tiempo dejó de ser un juego de niños. Hay algunas estrategias de lucha que parecen volverse imprescindibles. La represión al delito debe estar acompañada por un sofisticado sistema de inteligencia que permita racionalizarla con alguna expectativa de éxito. Como apuesta a largo plazo, se vuelve necesario reencauzar nuestra ya vapuleada educación por un camino que pueda sembrar en nuestra juventud la alarma y la conciencia sobre el peligro que se corre.

Tampoco podemos desentendernos de la realidad global. Lo que hace unas décadas presenciábamos como una película de acción desarrollada en otras tierras, hoy pasó a tenernos como escenario del frente de batalla e imponernos la necesidad de cooperación en la acción y la inteligencia. Es por eso que la antinomia educación-represión ya dejó de serlo. Se nos impone acumular esfuerzos. Educación sí. Inteligencia sí. Represión también. No se debería dejar a los actores del delito sentirse cómodos ni accionar tranquilos. Cabe declarar la guerra al flagelo.

¿Acaso tengo la certeza que todos estos pensamientos, que no son más que los de un ciudadano preocupado por la calamidad que se cernió sobre la sociedad, son garantía de éxito? Seguro que no. Pero ya no podemos quedarnos cruzados de brazos. Hay que actuar. Actuar decidida y contundentemente. Si no lo hacemos, estamos condenados a presenciar como se convierte en realidad la premonición del conocido narcotraficante “Chapo” Guzmán que sostenía: “El negocio del tráfico de drogas no va a terminar porque con el paso del tiempo somos más personas, y esto nunca va a cesar”. El futuro de la sociedad está hipotecado por uno de sus principales azotes.

La pandemia es prohibición por Fernando Pioli

En la obra maestra de Sergio Leone “Érase una vez en América” se retrata una particular época histórica de Estados Unidos, la de la ley seca. La prohibición duró 14 años, desde principios de 1920 hasta fines de 1933, y en su recorrido histórico sentó las bases de uno de los fenómenos culturales más emblemáticos de ese país: las organizaciones mafiosas.

En la película de Leone la trama tiene un momento central en el conflicto entre los personajes: qué hacer tras el fin de la prohibición. El poder y riqueza que habían podido reunir unos jóvenes que crecieron en el barrio judío de Lower East Side de Manhattan, se había debido a su particular capacidad para operar en el submundo ilegal y el líder de la banda reconoce en el inminente fin de la ley seca el fin de su reinado.

Esta situación relatada con maestría por Leone no es sustancialmente distinta de la generada por el resto de las drogas ilegales. El hecho de que la imposibilidad de adquirir bebidas alcohólicas generase una industria del delito que embruteció a los organismos encargados de controlarla debería ser una advertencia histórica, una especie de mojón recordatorio colocado en el camino que nos recuerda lo que ocurre cuando se pretende hacer ingeniería social en contra del deseo no reconocido de la sociedad.

La prohibición legal, sin matices, impide la regulación. Desde el punto de vista de los hechos desregula el negocio de las drogas convirtiéndolo en un paraíso libertario. Sin regulación no hay control del producto ni de los consumidores, se produce un intenso negocio que no aporta impuestos y cuya ganancia termina enriqueciendo a un selecto grupo de empresarios.

Por si fuera poco, al no haber regulación, estos empresarios dirimen sus diferencias de modo violento y sin intermediarios. Sus ajustes de cuentas no se producen en disputas judiciales ni en comunicados de prensa, ni siquiera a través de posteos de redes sociales, sino que recorren el tortuoso camino de la territorialidad y de la ley del más fuerte, un camino que se lleva vidas consigo. La mitad de los presos se deben a delitos vinculados a la droga, ¿qué sentido tiene esto?

Sin embargo, una desescalada (término de moda) en la política de prohibición de drogas debe ser consensuada en internacional. Al menos regional. En todos los casos debe ser dada paso a paso y evaluando consecuencias, casi como salir de una pandemia. La pandemia de la prohibición.

Desplazar al narco por Melisa Freiría

No hay argumento más fuerte que la propia evidencia empírica que nos dice que la prohibición y el combate armado al narcotráfico no han traído en el mundo buenos resultados sostenibles.

La violencia y las influencias del narcotráfico a nivel mundial han crecido como una bola de nieve que no parece tener ni principio ni fin. Los círculos viciosos de corrupción en el mundo entre narcos, poder político y poder económico parecen ser difíciles de romper. En este escenario hay que probar cosas distintas. En lo personal, creo que es mejor dominar el mercado a que lo dominen los narcos. Controlar el mercado buscando desplazar al oferente, tomando las riendas de la producción y comercialización, permitiendo además tomar contacto directo con los consumidores (la demanda) y poder trabajar sobre las adicciones de forma focalizada. Evita la violencia que se genera en el combate armado contra el narcotráfico y lo hace desde una vía pacífica. En la teoría suena muy bien.  Pero, ¿estamos preparados?

Existe una gran industria generada en torno a las drogas ilegales. Crímenes, ajustes de cuentas, mucho dinero, lavado de activos y un largo etc. Incluso hay gurises que ganan más laburando con el narco, que, trabajando 8 horas en un supermercado, y así se sostienen familias, nos guste o no. ¿Qué va a pasar con las personas que viven de este negocio? ¿Aumentará por ese lado la violencia en las calles? Buscarán formas alternativas de continuar con el mercado ilegal seguramente. A esto se suma que el hecho de ser pioneros en la región y el mundo, puede hacer que el país sea un lugar donde los narcos produzcan libremente y abastezcan el negocio de drogas ilegal en otros países. Todos estos puntos deben ser previstos sin caer en la excesiva regulación que pueda hacer ineficiente el mercado controlado y por ende fallar en su objetivo inicial que es combatir el narcotráfico. Se requiere también trabajar sobre las adicciones y evitar disparar el consumo.

El régimen de los ‘dealers’ por Lucía Siola

El problema de las drogas no puede ser analizado de forma disociada de la dinámica de la organización social capitalista. No por casualidad, el negocio del narcotráfico y de la venta ilegal de armas constituye uno de los principales eslabones de la economía mundial. En general, cuando desde el poder político se habla del tema, se oculta el hecho de que el negocio de la droga se encuentra entrelazado con los negocios ‘legales’, y que son las grandes empresas que lavan el dinero a partir de la garantía que les ofrece el secreto bancario. La dinámica del “blanqueo” cuenta entonces con la complicidad del poder político, y con redes de corrupción que se extienden por todo el Estado. Así se ha evidenciado en el último tiempo, en diversos casos que han salido a la luz en el último tiempo de negociados ilegales, por ejemplo el escándalo que involucró al empresario Luis Gastón Murialdo (propietario del establecimiento rural Las Carmelitas) y su hijo productores de soja que traficaban cocaína a África por un valor de 230 millones de dólares, o incluso la trama de redes de explotación sexual que evidenciaron otro negociado donde empresarios, funcionarios y políticos se repartían los dividendos. Lo interesante de estos episodios es que grafican de un lado la descomposición de una forma de organización económica y su correlato en el entramado social y cultural, pues estos negocios ocupan a todo un sector de la juventud pobre que es excluido de un mercado de trabajo (que cada vez más ofrece precarización, bajos salarios, pauperización a un amplio sector de los oprimidos) y que realiza el “trabajo sucio” del tráfico, en un medio atravesado por la propagación del consumo y de la violencia. Son ellos, los que engrosan las filas de las cárceles, pues como hemos visto en los casos señalados, los empresarios que están en la punta de la pirámide del negocio gozan de los privilegios de una justicia que los protege, con penas menores y prisiones domiciliarias. Lo cierto es, que en medio de la profundización de la crisis económica las tendencias a la expansión del tráfico y consumo de drogas aumenta, sobre todo del tipo de drogas más destructivas que se extienden entre la juventud marginada, como la pasta base.

En este cuadro, quienes plantean poner el foco en la represión a los consumidores, expresan una orientación autoritaria que pone el eje en el cercenamiento de las libertades individuales, expresando así el encubrimiento a los verdaderos responsables, aquellos que son parte de la alta clase social y del propio régimen.  Además si fueran consecuentes con este planteo, sus promotores deberían realizar en primer lugar una campaña por la destitución y la prisión en primer lugar del presidente de la República Luis Lacalle Pou, pues según los audios de Argimón filtrados hace unas semanas, el líder herrerista tiene su propio ‘dealer’.

El problema de la droga, cómo todos los grandes problemas que atraviesan a la sociedad actual, presenta un carácter de clase. Pero además constituye un problema complejo que al igual que la prostitución no puede ser abordado bajo un análisis simplista de dicotomía entre legalización versus prohibición, pues cómo problema social intrínseco a las relaciones sociales de explotación sólo puede ser resuelto a partir de la transformación de estas.

En el contexto actual de crisis y aumento de la miseria a la que pretenden someter a la clase trabajadora y a la juventud es necesario que las organizaciones sindicales, estudiantiles, y de la izquierda tomen el tema en sus manos. Es necesario abrir una deliberación, reflexionar y problematizar la función social que algunas de drogas cumplen, además de constituir un negocio que contribuye a girar la rueda del capital. Superar los mecanismos de autodestrucción (fomentados por la falta de perspectiva de futuro) para canalizarlos en una acción organizada de destrucción del régimen actual es el desafío que la clase trabajadora y en especial las nuevas generaciones tenemos planteada. Eso debe hacerse defendiendo las libertades individuales y atacando el corazón mismo del delito, a la clase que vive del trabajo ajeno. Para ello, es preciso para comenzar la eliminación del secreto bancario y la apertura de las cuentas de las empresas, y avanzar en un plan de reorganización económica sobre nuevas bases sociales.

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