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La revuelta como gesto vacío

La revuelta como gesto vacío
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Alguien dijo alguna vez que con el punk el rock ganó la última batalla pero perdió definitivamente la guerra. La sentencia tiene que ver con la capacidad del capitalismo de convertir en mercancía, en moda, un conjunto de prácticas que parecían negar radicalmente a la sociedad de consumo y que durante un par de años escandalizaron a la sociedad londinense (incluídas las viejas estrellas de rock ya aburguesadas). Pero cuando los alfileres de gancho utilizados como alhajas y los jeans rotos comenzaron a aparecer en los exhibidores de las tiendas de moda se comprendió la limitación del movimiento punk como negador de la sociedad de consumo (si en verdad lo intentó ser o fue un invento del productor Malcolm McLaren es una discusión que excede esta nota).

A comienzos de los años ochenta Fredric Jameson justamente empezaba a relacionar una nueva etapa del capitalismo (capitalismo tardío) con una lógica cultural particular a la que denominó “posmodernismo”. Jameson parte de la idea del potencial revolucionario del modernismo a partir de renovaciones formales, pero en esos años empieza a notar que las técnicas modernistas, por rupturistas que sean, comienzan a ser utilizadas en mecanismos publicitarios. A partir de un determinado momento el modernismo, subsumido en las dinámicas publicitarias, iba a dejar de generar innovaciones formales y la escena posdmoderna vuelve constantemente al pasado para convertirse en una cultura de pastiches y revivals, de vintage y nostalgia. Pero, según el planteo de Mark Fisher en Realismo capitalista, este fenómeno se ha profundizado: “Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales “alternativas” o “independientes” que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de la primera vez”, señala Fischer, y continúa ““Alternativo”, “idependiente” y otros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream (…) Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana (…) Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vestidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza  adicional en el espetcáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso es un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché”. Como había predicho Jameson “los productores de cultura solo pueden dirigirse hacia el pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de máscaras y las voces almacenadas en el museo imagiario de una cultura que hoy es global”. En esos términos, agrega Fisher, “incluso el éxito es una forma de fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar”.

Cuba por TAF

El colectivo Teatro Arte al Fondo (TAF) se ha interesado particularmente por indagar en sus espectáculos la relación entre el producto artístico y las estrategias de marketing, entre la “venta” y la “puesta en escena pública” (mediante la obtención de notas de prensa y el uso de las redes sociales) y el hecho estético en sí. Fernando Hernández, uno de los integrantes del colectivo, nos decía hablando de Un artista de la muerte (2016) “El tema era indagar en cómo muchas veces decimos que nos gustan cosas por el simple hecho de que nos deben gustar. Porque está de moda, o porque se supone que es vanguardista (…) Un artista de la muerte habla de eso, de cómo elementos que no tienen que ver con el hecho artístico en sí terminan teniendo que ver (…) el espectáculo tenía una crítica al marketing, a las redes sociales, a los nombres, pero nosotros estábamos en el Solís, habíamos comprado un traje nuevo, teníamos una pantalla nueva y teníamos una agente de prensa que nos consiguió quince notas en diez días (…) el artista hablaba de eso que nosotros estábamos haciendo. Y ahí está la contradicción. Y parte de la intención de la obra era preguntarnos qué hacemos con eso.”

Jameson y Fisher dirían que la propia pregunta que se hace el colectivo TAF es un cliché posmoderno, pero el gesto reflexivo se amplía notablemente con el espectáculo Cuba, porque allí el centro de la reflexión no es un hecho artístico sino una práctica política (representada artísticamente, eso sí). La acción transcurre en una casa okupa, en donde se propone un modelo alternativo de vida que incluye a los vínculos afectivos. El grupo está tenso por una acción que parte del colectivo está realizando fuera de la casa que ocupan, y más allá de las aspiraciones de transformación social una cierta dejadez rutinaria ha erosionado las bases de esa convivencia de pretensión transformadora y se han ido contrabandeando prácticas de la sociedad “exterior” que se pretende combatir. Algunas preguntas del colectivo vertebran la búsqueda conceptual del espectáculo: ¿Quién debate en los espacios donde ya no debatimos? ¿Quién ocupa esos espacios que abandonamos? ¿Qué ideas prevalecen cuando dejamos de luchar? ¿Quién gana? ¿Quién pierde?

Hay un personaje ubicado en el exterior que observa a los protagonistas, se ríe, los estudia, y entre las escenas sonarán números musicales que presentan, de forma pop y colorida, canciones que otrora se invocaron con pretensión de transformación social. Ese personaje exterior parece representar a esa dinámica capitalista de la que hablan Jameson y Fisher, que apresa y devora el gesto de rebeldía.

El problema que plantea TAF, sin embargo, es más profundo, porque ya no se refiere a los “productores de cultura”, sino directamente a la posibilidad de transformación social. Pero el planteo no es escéptico, más bien nos pone alertas, se pregunta e intenta mostrar la enorme capacidad de anular los movimientos transformadores que tiene la sociedad actual, simplemente asimilándolos. Chile puede ser el ejemplo más cercano, geográfica y temporalmente.

Por suerte, después de un insólito y trunco inicio de temporada hace un año y medio, Cuba ha podido presentarse al público. Este fin de semana son las últimas dos funciones, por lo que invitamos a ir al Stella, y a estar atentos a TAF, uno de los grupos que más densidad conceptual propone en sus espectáculos.

Cuba. Autor: Federico Puig Silva. Dirección: Fernando Hernández. Elenco: Diego Devincenzi, Malena Urrutia, Isabel Toledo, Romina Capezzuto, Rocío Canessa, Eliana Barrios y Rodrigo Posada. Funciones: sábados 21:00, domngos 19:00. Teatro Stella.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.