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¿Las últimas iglesias? por Gustavo Melazzi[1]

¿Las últimas iglesias?  por Gustavo Melazzi[1]
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Días atrás, en el celular recibí un mini video filmado por un turista.  Al inicio, mostraba morosamente altos vitrales, cúpulas, pinturas y demás de una monumental iglesia en Londres. Pero al comenzar a descender la dirección del foco de la cámara, la sorpresa fue mayúscula.

Mostraba pequeños cambios en la edificación, y personas sentadas bebiendo en torno a mesas, platicando; otras en pasillos elevados con la misma actitud o simplemente asomadas a la planta baja… En concreto: había cuatro restaurantes; un par de cafeterías; coquetos rincones para sentarse a conversar o simplemente contemplar. A futuro, ningún servicio religioso se desarrollaría allí.

Algo inquieto, pero todavía dominado por la curiosidad, para averiguar si era un fenómeno excepcional, una simple búsqueda en la computadora me informa que en Londres y desde 1996 se encuentran varias experiencias similares; en León, España[2], e incluso una discoteca (Lime Light, en NY).

Allí se terminó mi “curiosidad”. Porque no hay duda de que es posible considerarlo como una atracción turística, y notoriamente original e  inesperada. Pero no; tiene un contenido; una inmensa profundidad y simbología.

 

 En el devenir de la historia, y refiriéndonos aquí sólo a los aspectos arquitectónicos de las iglesias cristianas, se presentaron variados cambios, acordes con los diversos contenidos y objetivos de la liturgia. Tales elementos constructivos significan y, al cambiar, resignifican contenidos. Anotemos, telegráficamente, algunos cambios básicos.

A fines del imperio romano se comenzaron a hacer basílicas; salones grandes, ideales para reunirse. En los comienzos de la Edad Media el estilo incorporó una cruz con un recorrido hacia el altar, en iglesias oscuras, de gruesos muros y pocas aberturas. Dios estaba en el cielo y había que trabajar para contactarlo.

Las iglesias ortodoxas griegas mantuvieron un lugar central con una cruz de brazos iguales, convocando a los creyentes quienes, en comunidad, buscaban a Dios. En este sentido, hacían honor a la expresión griega original: eclessia, que implica asamblea, reunión, con raíces directas en el ágora.

En lo personal, fue la visita a algunas de ellas, antiguas, tan distintas a las usuales que conocía, lo que despertó mi interés por estudiar sus razones para construirse así.

Durante la avanzada época medieval y sus construcciones góticas la forma edilicia refleja que Dios baja del cielo para morar en su casa: la catedral luminosa, que se eleva creando un puente entre la tierra y el cielo.  Al mismo tiempo, la cruz prolonga uno de sus brazos, que pasa a ser decisivo, obligando a los feligreses a venerar desde lejos una imagen en el altar.

Durante el Renacimiento hay interés por poner al ser humano en el centro de todo, se vuelve a la cruz griega (de brazos iguales) no hay “recorrido” se entra y se está en el centro del universo. El edificio “envuelve” al feligrés, está alrededor de él. Notorio el ejemplo de San Pedro, Roma. En las pinturas y esculturas proliferan las figuras humanas.

Posteriormente, y hasta donde tengo conocimiento, se presenta un eclecticismo; la predominancia del estilo gótico junto a ciertos elementos que también ilustran la diversidad, complejidad y evolución de las sociedades y concepciones del cristianismo.

Por un lado, entonces, nos encontramos con una atracción turística de esparcimiento en un local muy especial y, por otro, una  milenaria tradición, con cambios edilicios que resignifican concepciones religiosas en el tiempo.

Sin embargo, éste cambio, el actual, en el uso de la construcción no es cualquier cambio. Es muy profundo.

Para comenzar por quienes concurren, no se trata ya de feligreses sino de clientes.

Estos “clientes” se comportan de manera exclusivamente individual, como consumidores; extremadamente alejados de cualquier idea comunitaria[3].

Luego, es ya innegable el creciente dominio de pautas mercantiles, (capitalistas) ya no sólo en la producción sino hasta en la utilización de “nuestro” tiempo libre. Quedan pocos sitios y/o actividades donde el disfrute del ocio no implique necesariamente un gasto en consumo. Esta conversión de las iglesias, por lo tanto, significan un avance más de esta generalización de lo mercantil.

Me resultaba increíble imaginar un avance  ideológico similar nada menos que al interior de un local secularmente destinado al desarrollo del espíritu. No sería exagerado señalar que allí hay un nuevo dios.

A fines de los años 90 participé de la celebración de un casamiento en una de las principales iglesias de Montevideo. Al inicio, la primera, inolvidable y ejemplar expresión del sacerdote que oficiaba fue: “Buenas noches. Nos hemos reunido en Iglesia para consagrar el casamiento de…”.

En verdad, en estas situaciones deberíamos rechazar ya la utilización del término “iglesia”. De ninguna manera hacen honor a una eclessia.

[1] Agradezco los aportes de JL y Gl.

[2] En ciertos casos, las transforman en apartamentos o supermercados.

[3]  No se ubica allí una cooperativa de productores granjeros, por ejemplo, ni un centro sindical con salas de reuniones, guardería infantil y otras actividades.

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