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Ley trans: Derecho, privilegio y fakenews

Ley trans: Derecho, privilegio y fakenews
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Se acaba de aprobar en el parlamento la llamada ley trans que conmocionó el debate político por varios aspectos. Para algunos brindaba un privilegio para una minoría. Para otros era un nuevo paso fundamental en la agenda de derechos. Muchos piensan que gastar tanta energía en hacer una ley para un grupo tan pequeño mientras se descuidan otras problemáticas, como por ejemplo la pobreza infantil, es hacer buena letra con algunos lobbies, más allá de la reparación a una colectividad castigada. La cuestión es que la opinión pública se polarizó con el tema y una vez más se utilizaron noticias falsas, instalándose la idea que se le otorgaría un subsidio a todos los homosexuales o transexuales por el solo hecho de serlo, a la vez que se exagera el número de usufructuarios y se multiplica la cantidad de la prestación. ¿Es tan importante esta ley? ¿Coloca a Uruguay en la vanguardia como dicen algunos o es otra manifestación de la “izquierda cosmética”? ¿No hubiera sido mejor aprobarla sin tanta alharaca o se busca rédito político? ¿Alcanzaba con que la Constitución plantee la igualdad de todos ante la ley como se sostuvo desde la oposición? ¿Ahora los discriminados pasan a ser los heterosexuales como dicen otros? ¿Se les otorgó privilegios y no derechos como se pudo escuchar en el tratamiento de la ley? ¿Cuántos prejuicios existen en nuestra sociedad con las minorías sexuales? ¿Disminuirán con la vigencia de esta ley? ¿Este caso es un ejemplo de lo que nos espera en la campaña electoral con las fakenews?

 

Mucho ruido, pocas nueces… por Oscar Ventura

Las personas transexuales constituyen un colectivo sufriente. No sólo se encuentran en la situación harto frecuente e inmemorial de sentir atracción romántica y sexual por personas de su mismo género, sino que están en conflicto con su propio cuerpo. De una forma mucho más dramática de lo que un poco nos sucede a todos, de que nuestra imagen interna no es la que refleja el espejo, la persona trans sufre una penosa disociación que la coloca en una situación extremadamente frágil. Ese sufrimiento interno tiene que lidiar, además, con las dos fortísimas presiones externas que condicionan en la vida a un alto porcentaje de ellos: el rechazo familiar y la imposibilidad de conseguir un trabajo normal, por el fuerte rechazo y desprecio que reciben de una parte mayoritaria de la sociedad. Ello determina, casi como corolario, que sea una población con baja expectativa de vida, debido en su mayor parte a la muy alta incidencia del suicidio.

Ante esta situación, una ley que de alguna manera busque proteger los derechos de estas personas no debería generar objeciones en gente culta. Lamentablemente, la génesis del proyecto, la participación en él de una persona que, bajo el manto de su condición, llegó a posiciones destacadas con actitudes deshonestas y delictivas, la inclusión de medidas demagógicas, la falta de discusión y consenso con la oposición, y varios inris más, mancharon esta ley de una controversia que no debería tener.

A partir de ahora las operaciones de cambio de sexo, que no es una únicamente sino varias, pasarán a ser gratuitas y obligatorias. La reglamentación de la ley deberá decir cuáles son estas operaciones y cuál la obligatoriedad, pero mucho me temo que se termine en un pack básico y luego haya que obrar para completar el proceso. Pero esto no es novedoso. Durante un tiempo se hicieron en el Clínicas, con éxito y luego se suspendieron. Ahora será obligatorio realizarlas cuando se requiera. De la ley se quitó el polémico artículo acerca de la no obligatoriedad del consentimiento de los adultos responsables para el cambio de sexo en un menor. Pero en la ley se incluyó una reserva de puestos de trabajo para quien se declare transexual y una reparación mínima para un pequeño grupo de personas que pueden haber sido perseguidas durante la dictadura por su condición sexual. El costo para el Estado de este pequeño grupo (que, además, deberán demostrar que eso sucedió así, nada fácil) es irrisorio en comparación con lo que este despilfarra anualmente en otras dudosas actividades.

En conclusión: es mejor tener esta ley que no tenerla. Echo en falta un mayor apoyo sicológico y quizá centros de acogida para quienes deben abandonar su hogar por el rechazo familiar. Estimo que la subvención es un gesto demagógico (¿para algunos conocidos tal vez?), pero de tan menor monto que no vale la pena la polémica. Pero sí considero un error que se siga legislando para minorías (afrodescendientes, discapacitados, transexuales, etc.) haciendo de cuenta que esa característica los define como personas. Nuestra legislación debería apuntar a permitirle a todas las personas, independientemente de sus rasgos identitarios minoritarios (género, edad, religión, cultura, color de piel, altura, peso, orientación o preferencias sexuales, etc.) realizarse de la forma más plena posible y no segmentar la sociedad en una suma de pequeñas identidades, protegidas cada una por una ley particular.

 

Formas de la hipocresía por Veronica Amorelli

Las sociedades cambian, avanzan, evolucionan. Los hipócritas también. Mientras la nueva agenda de derechos busca garantizar el acceso que la realidad recorta, rechaza y niega a muchos de nuestros iguales, los homofóbicos, misóginos y retrógrados de siempre ensayan nuevos argumentos para la misma hipocresía. Durante la discusión recientemente aprobada de la Ley Integral para Personas Transexuales pudimos asistir a variada muestra de ello. La iniciativa tendiente a corregir y reparar daños provocados por la discriminación, la incomprensión y la persecución a la población trans en Uruguay dijo mucho acerca de la distancia que aún nos separa de ser una sociedad más justa, más igualitaria

Acampar frente al Palacio Legislativo en contra de una ley que consagra derechos para otros parece desde el vamos un acto carente de racionalidad y cargado de egoísmo. Si quienes lo hacen responden además a intereses de determinados grupos religiosas, que incluyó pastores en la primera línea, y no lo dicen, resulta más bien un acto encubierto de persecución hacia la población trans.

Instalar un debate sobre la desinformación y hacer que eso parezca verdadero replicándolo en las redes sociales es otra de las nuevas formas de la mentira. Luego de horas de sendas aclaraciones y una ley que cualquiera puede consultar hay gente que sigue repitiendo que “en Uruguay vas a cobrar por ser travesti“.  Lo hicieron a sabiendas de que se trata de una mísera pensión para personas que fueron perseguidas, encarceladas, torturadas y violadas por pertenecer a esta población en el contexto de la dictadura militar y sus resabios.

El debate parlamentario no estuvo exento de falsas verdades. Escuchar a legisladores cuyos salarios superan los 7.000 dólares mensuales hablar de población privilegiada porque no más de 20 personas cobrarán 11.500 pesos por ser víctimas de policías y militares es más que hipocresía. En un país que sigue pagando suculentas jubilaciones a militares procesados por torturar, violar, asesinar y desaparecer a personas es, sencillamente, una inmoralidad.

La bendita economía también fue invocada en sala a la hora de hablar de la gratuidad de los tratamientos de salud para la población trans establecidos en la ley. Falsas oposiciones y medias verdades marcaron la tónica del debate. Un tratamiento de hormonización se puso al mismo nivel de un medicamento de alto costo, cuando claramente no valen lo mismo. De todos modos, no se trata de otorgar una prestación en detrimento de otra. Nuestros legisladores deberían trabajar para que el Estado no deba elegir a quien garantizar el acceso a la salud. Los interesados por los números no se molestaron si quiera en averiguar cuánto se gasta hoy en atender una población con una esperanza de vida promedio de 35 años, que llega a los centros de salud muy tarde. Muchas veces a causa de la propia discriminación del sistema de salud lo hace para utilizar los costosos servicios de un CTI.

Los argumentos jurídicos no podían faltar. La idea de que los derechos se otorgan con la mera declaración de ellos en las leyes o en nuestra Carta Magna fue interpelada horas después en el mismo recinto. Los mismos legisladores que argumentaban esto levantaron la mano horas después a favor de la ley de empleo para personas con discapacidad. Reconociendo de este modo que no alcanza con decir que el trabajo es un derecho universal cuando se vive en una sociedad aún plagada de prejuicios.

Vivir, dejar vivir y no evitar que otros puedan tener una vida más digna. De eso se trata, nada más. Complejizar este asunto no habla de otra cosa que, de los egoísmos, los miedos y la ignorancia que se expresan a través de las nuevas formas de la vieja hipocresía.

 

Todavía les molesta por Melisa Freiría

Cuando buscamos dar el apoyo o desalentar alguna legislación en debate, debemos hacerlo desde el conocimiento de la realidad, y a quienes se espera que afecte esta ley. La ausencia de esto mismo se notó a lo largo y ancho de la instancia parlamentaria, pasando por todos los partidos con solo algunas excepciones. Y es que legislar desde la banca sin tener un mínimo entendimiento de lo que se está hablando, es extremadamente peligroso para la sociedad en su conjunto.

No sé si realmente se peca de ignorancia, si le deben demasiado a la iglesia o a quién, porque expresar que esta ley otorga privilegios y que los derechos ya fueron consagrados en la Constitución, parece una broma de mal gusto. ¿A quién quieren convencer que vivir más de 35 años es un privilegio? ¿A quién quieren convencer que trabajar de otra cosa que no sea la prostitución es un privilegio? ¿A quién quieren convencer que todos somos iguales y tenemos las mismas oportunidades de desarrollarnos en una vida digna? ¿Cómo explican entonces la realidad que nos golpea? Les molesta.

Les molesta reconocer y asumir lo distinto. Salir de la cómoda cajita de pensamiento en la que vivimos siempre y darnos cuenta que no todo es como nos lo contaron en el mejor de los casos, cuando no nos lo impusieron. Les molesta y no les gusta reconocer de forma genuina lo distinto, y que el Estado lo haga estando presente y garantizando que se cumplan los derechos de los más vulnerables. Ha sido notoria la falta de empatía indisimulable en el trato maquillado de igualitarismo, que sólo busca imponer de forma decorosa lo considerado tradicionalmente normal.

Si nos cuestionamos la importancia de esta ley, pienso que no es por la ley en sí misma solamente, sino que el garantizar derechos esté en agenda una vez más. Procesar el debate de forma responsable, con la información sobre la mesa, es parte del cambio cultural que nuestra sociedad debe atravesar. Cuestionarse, ponerse en el lugar del otro y transformar el pensamiento para ser más inclusivos, solidarios y justos. El contenido simbólico de esta ley, la capacidad de generar cambios de actitud y de dar visibilidad a una población históricamente excluida, quizás sea lo más relevante. Probablemente los cambios que se originen a raíz de esto no sean a partir de lo legalmente establecido, sino por el cambio social desencadenado en estos últimos años. Y es, por lo menos, una falta de respeto a quienes se movilizan y luchan día a día por todo esto, intentar posicionarse por parte de cualquier partido político como los dueños de las transformaciones. Ese es el verdadero valor de ésta y otras leyes, a veces generan cultura.

 

Todo se transforma por Leo Pintos

Las sociedades evolucionan porque el ser humano evoluciona. Sin embargo, el contexto no lo pone fácil para todos, especialmente al «diferente». Ese individuo que se sale de la norma o que desafía los convencionalismos. En Uruguay no somos racistas, pero la pobreza es de tez oscura. No somos machistas, pero nunca nos gobernó una mujer. Y así podría seguir con los discapacitados, los inmigrantes  y otras minorías como el colectivo de personas trans. Friedrich Nietzsche decía que «quien tiene un por qué es capaz de encontrar el cómo». La historia nos enseñó la manera como los negros conquistaron los derechos civiles en Estados Unidos o la libertad en Sudáfrica; cómo los trabajadores conquistaron derechos laborales (sí, beneficios), o cómo las mujeres conquistaron el derecho al voto. La época actual ha traído otros valores que rompen con lo establecido, y así hay preconceptos que se hacen añicos, miedos que se pierden y prejuicios que se superan. Hoy estamos «más concienciados con aspectos como la ecología y los Derechos Humanos, y eso necesariamente se da de frente con los dogmas religiosos, ideológicos, filosóficos, etc. El hecho es que recién estamos aprendiendo que no alcanza con decir que todos somos iguales ante la ley para refutar un acto reparativo o una acción afirmativa. Porque todos somos distintos, y justamente eso es lo que nos hace iguales. Referirse a la agenda de derechos como «la dictadura de las minorías» es practicar el autoengaño y no es otra cosa que la tan humana resistencia a los cambios. Hoy asistimos en gran parte del mundo a la rebelión de los históricamente oprimidos. Colectivos oprimidos que salen a dar lucha -ya no por sus derechos- sino por su vida. Porque en Uruguay la expectativa de vida ronda los 80 años y la población trans apenas si llega a vivir 40. Un país que dice tener un 9% de pobres y en el que la inmensa mayoría de la población trans vive sumergida en la pobreza. Un país en el que las personas trans apenas llegan a culminar educación primaria. Confieso que al principio de este debate me rechinaba la idea de que un niño o adolescente pudiese tomar decisiones irreversibles sobre su cuerpo, pero fue cuestión de buscar información para comprender que con el apoyo y la mediación adecuada, eso puede evitar o minimizar secuelas emocionales igualmente irreversibles y potencialmente trágicas.

Todo acto legislativo es imperfecto y puede afectar intereses o sensibilidades, pero por ahora la ley es la forma que encontró el ser humano para arbitrar conflictos, minimizar arbitrariedades y otorgar derechos que nos posibiliten vivir en sociedad. Con datos tan fuertes poco margen queda para la polémica. Aunque claro, para quienes tienen como doctrina de vida escrituras de unos pastores de la edad del bronce, todo avance es una aberración.

Desconociendo la tradición liberal por Juan Andrés Fernández

La discusión sobre la Ley Integral para Personas Trans evidenció, una vez más, la presencia de sectores profundamente conservadores en el país, que se manifestaron en contra del proyecto de ley, tanto en las redes sociales como en la prensa y en el Parlamento. La existencia de estos sectores se ha puesto de manifiesto, recientemente, a partir de las diferentes lecturas que concitó el triunfo de Bolsonaro en Brasil. Pero la reacción conservadora se hace más evidente cuando están en juego viejos preceptos religiosos y morales que ayer, en términos históricos, justificaron en todo el mundo la persecución de personas por su orientación sexual o por su identidad de género.

Los detractores no se opusieron a los artículos más discutibles de la Ley, los que se refieren a las reparaciones históricas y a las cuotas en la administración pública, con la misma vehemencia con que criticaron los artículos referidos a los tratamientos hormonales y el cambio de nombre en menores de edad, aún sin el consentimiento de sus padres. Este posicionamiento, lejos de contemplar la particularidad de las situaciones en cuestión y de incorporar una perspectiva científica, responde a una concepción muy antigua de la paternidad. Por mal que les pese a muchos detractores de la Ley, la patria potestad tiene limitaciones y los padres no son dueños de sus hijos.

Pero más allá de estas objeciones particulares, resulta muy difícil de entender cómo legisladores que se dicen liberales se puedan oponer a una ley que reconoce el derecho de todas las personas “al libre desarrollo de su identidad conforme a su propia identidad de género”. En vez de celebrar una conquista en el plano de la libertad individual, los supuestos liberales señalan privilegios, desconociendo la tradición liberal y permitiendo que otras tradiciones que hicieron mucho menos por la libertad sexual se apropien de esta causa. Así lo expresaron algunos de los diputados de la oposición que votaron la ley, invocando el liberalismo y recordando los crímenes que el socialismo real cometió contra los homosexuales.

Más difícil de entender es que legisladores batllistas hayan votado en contra, algunos de ellos intentando argumentaciones para el olvido. Parecen desconocer que la expectativa de vida de esta parte de la población es de 35 años. Parecen ignorar que acá las acciones afirmativas fueron impulsadas por el primer batllismo, con el propósito manifiesto de proteger a los sectores más vulnerables de la sociedad.

Cuando se trata de derechos tan fundamentales como la identidad no es justo ser ambiguo y displicente. Cuando se invoca una tradición ideológica no es honesto actuar en contra de sus principios más caros.

Ponerse en el lugar del otro por Gonzalo Maciel

La pasada semana asistimos a la aprobación de la llamada “Ley Trans” en el parlamento. Si bien a grandes rasgos estoy de acuerdo con la propuesta, lamentablemente la mayoría de los integrantes del Partido por el cual voté -y volveré a votar- estuvo en contra. Sería inútil perder el tiempo en refutar “los argumentos” basados en mentiras o las justificaciones que se basan en creencias religiosas personales de cada uno. La agenda de derechos no es prioritaria para mí, pero no por eso me opongo ya que entiendo que estas leyes le han dado derechos y visibilidad a sectores de la población que en los hechos no gozaban de todos los derechos que garantiza al Constitución. No es mi prioridad como dije antes, pero el colegio católico al que fui me enseñó a ponerme en el lugar del otro. Felizmente en la Cámara de Diputados legisladores del Partido Nacional votaron la ley, representando a los votantes que estábamos a favor mientras que otros votaron el contra, al final de eso se trata la democracia representativa.

Con la votación de la “Ley Trans” en la Cámara de Diputados, se dio un hecho que quizás sea un punto de inflexión en la interna del Partido Nacional. Legisladores rompieron con las posiciones  monolíticas, rompieron con las argumentaciones desde las propias creencias religiosas de cada uno y se pudieron poner en el lugar de quienes ven sus derechos vulnerados y sobre todo, entendieron que justamente una de las características de la democracia es legislar para las minorías y así lo han hecho Gloria Rodríguez, Alejo Umpiérrez, Gustavo Penadés, Elizabeth Arrieta, y todos los que acompañaron la ley. Seguramente les habrá costado un montón de críticas, pero sepan que también les ha costado un montón de apoyo y así se les ha manifestado. Además, los legisladores que votaron a favor fueron de Montevideo y del interior, del herrerismo y del wilsonismo, y lo más importante, muchos jóvenes militantes del Partido apoyan esta ley, dejando en evidencia que hay cosas que no pasan por la izquierda o por la derecha, sino más bien por cuestiones generacionales.

De lo sucedido podemos sacar dos conclusiones. Primero, Uruguay tiene una ley que esperemos ayude a que las personas trans tengan una vida digna y puedan integrarse de forma sostenida a la comunidad. Ahora la responsabilidad es del Poder Ejecutivo, que deberá implementar la ley. No sea cosa que por falta de fondos no se cumpla con la ley, como pasó con la ley de discapacidad o la ley contra la violencia de género. La otra conclusión es que hay líderes políticos que si bien en su momento votaron en contra, hoy son capaces de entender que ponerse en el lugar del otro y tener empatía es parte fundamental de ser un buen gobernante. Así lo ha demostrado en las últimas declaraciones Lacalle Pou afirmando que las conquistas de la última década son derechos adquiridos y no habrá marcha atrás.

Los demonios y nosotros por Fernando Pioli

Existe una línea de pensamiento que recorre varias áreas del tramado social, que está anclada en una especie de prejuicio moralista del que les resulta imposible moverse a sus defensores. Esta línea de pensamiento se sostiene en la idea de la existencia un orden natural del que es obligatorio formar parte y que no debemos contrariar.

Sin embargo, este pretendido orden natural no está sostenido en los hechos. Por el contrario se sostiene gracias a un sistema de creencias que no se inspira en la realidad sino que, por el contrario, la encubre.

Este sistema de creencias que asume un lenguaje pseudocientífico y biologicista pretende asumir que las identidades sexuales distintas a la norma social son una especie de capricho que puede manejarse al antojo de la persona, como si el deseo fuese algo que se elige. El deseo, en todo caso, se educa, pero lo cierto es que no se elige. Asumen de modo absurdo una visión idealizada de la familia que no se corresponde con la imagen actual de la misma y pretenden imponer la idea de que está siendo amenazada.

Amparados en este discurso falaz y obtuso, pretenden ordenar la naturaleza de las personas acorde su concepción caprichosa de cómo deben comportarse los demás, amparados en el acto de fe de creer en un ser superior que nos ordena ser de determinado modo.

Como todo su discurso y actitud está respaldado, en definitiva, en un acto de fe religiosa es que reniegan de exponer argumentos sofisticados. Se limitan a repetir algunas frases sencillas que a todas luces no están respaldadas en los hechos y              que son fácilmente rebatibles de modo racional.

Sin embargo, han tomado nota de esto. Como gente dominada por la militancia han caído en la cuenta de que todo medio que conduzca a convencer espíritus y atraerlos hacia su convicción fanatizada es conveniente. No han dudado en recurrir a la mentira repetida de modo tendencioso aprovechando el momento histórico de nuestra sociedad sometida a estímulos permanentes y cuyos miembros no pueden tomarse tiempo para reflexionar.

En realidad, no es que este recurso sea algo tan nuevo, ya lo habían advertido los antiguos hace miles de años. Lo nuevo es la explotación de las redes sociales para potenciar los engaños, la ausencia de argumentos.

Como todos los demonios, su efecto perturbador cesa ante la toma de conciencia. De modo que no veo otra alternativa que denunciarlo y hacerlo visible. Si nos apuramos, capaz llegamos a tiempo.

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