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Los angelotes de la calle Maciel, por Luis Morales

Los angelotes de la calle Maciel, por Luis Morales
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“Que sueñes con los angelitos”, le decía su mamá, cada noche, antes de irse a dormir. Hoy, a poco más o menos medio siglo de aquellos acontecimientos, no recuerda si el deseo maternal se cumplió en alguna ocasión. Lo que sí tiene bien presente es que desde una edad muy temprana le gustaba parapetarse en la plaza Independencia, frente a la catedral de Mercedes, y mirar los ángeles que, trepados en lo alto de los dos campanarios del templo, dominan los cuatro puntos cardinales. También tiene frescas en la memoria unas cuantas madrugadas de algunos años más tarde, en las que él y sus amigos de la adolescencia dilapidaron horas y horas inventando historias en las cuales aquellos seres alados cobraban vida para protagonizar una serie de fantásticas aventuras en las que también se incluían ellos como personajes.

En aquel pretérito, casi con seguridad, ha de haber tenido su génesis la atracción que ejercería sobre él la representación iconográfica de los espíritus celestes. Ya fuese que apareciesen en humildes estampitas, ya en cuadros o esculturas de artistas de mayor o menor renombre, siempre han estimulado su imaginación.

Empero, la cuestión ha tenido altibajos. Años atrás, se puso de moda hablar de los ángeles. Por todos lados surgían especialistas en el tema. Algunos explicaban los órdenes en que se organizan o la manera en que, según su entender, influyen en la vida de las criaturas terrenas; otros recomendaban ponerse en contacto con ellos y hasta daban consejos sobre la mejor forma de hacerlo… Al hombre todo aquello le sonaba más a cháchara de embaucadores de feria que a verdadera espiritualidad. Tal vez el desagrado que le provocaba semejante charlatanería fuese el motivo por el cual, durante un prolongado lapso, dejó de pensar en los integrantes de la hueste celestial.

Para su felicidad, no hace mucho, recuperó el interés perdido. Al mudarse a la Ciudad Vieja, descubrió, asomándose de la puerta de la capilla del Hospital Maciel, dos mofletudos angelotes. Desde aquel día, en cuanto se le presenta la oportunidad, pasa por el sitio en el que reside el dúo. En su fuero íntimo, alienta la esperanza, probablemente vana, de que, un buen día, sus labios regordetes le susurren alguno de los secretos inefables que, con seguridad, conocen por su proximidad con el mundo supraterrenal.

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