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Los ucranianos Por Luis Nieto

Los ucranianos Por Luis Nieto
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La serie televisiva “Curro Jiménez” fue la serie española más vendida en todo el mundo, hasta el desarrollo de la actual industria del cine y la televisión. Dos uruguayos jugaron un rol decisivo en ese éxito: Antonio Larreta y Sancho Gracia. Este último, uruguayo por adopción, un enamorado de lo que encontró en este país, cuando salió de esa España oprimida, gris y donde el franquismo y la iglesia católica habían creado un ambiente irrespirable, más parecida al medioevo que a la América que habían colonizado.

Sancho Gracia estaba convencido que en Uruguay se podía desarrollar una producción audiovisual potente, con un mercado seguro, no sólo para el de habla castellana. La serie filmada en Uruguay, con cámaras de cine pasado a digital se vio en todo el mundo, hasta en una cárcel, en las proximidades de Milán, donde los presos uruguayos no se perdían el capítulo semanal, que les llevaba paisajes de su tierra lejana, prestados para una serie española del siglo XIX.

Los trece capítulos no sólo fueron rentables económicamente para la productora de Sancho Gracia sino, también, para la gran cantidad de actores uruguayos, que hicieron todo tipo de papeles, incluso protagónicos en cada capítulo, aparte del trabajo técnico y los guiones, que de trece propuestos al principio, terminamos escribiendo 11 en Uruguay, entre Taco Larreta y yo, que fui generosamente invitado por él a continuar con la colaboración que ya habíamos compartido en parte de los filmados en España.

Sancho creyó que en Uruguay se había cerrado el tema Curro Jiménez. Hacia mediados de la década del 90, Sancho Gracia había comenzado una participación en cine, con varios largometrajes con historias contemporáneas. Entonces, clausurada la continuidad de Curro Jiménez, la productora de Sancho Gracia se propuso volver a Uruguay, con tres proyectos. Dos historias uruguayas y una tercera a definir.

En ese segundo proyecto de Sancho Gracia, no se trataba de una serie sino de tres largometrajes independientes, para salas y televisión internacional. Si bien había un tercer largometraje a definir, las otras dos eran “Asesinato en el Hotel de Baños”, adaptación de la novela de Antonio Grompone, y “Los Ucranianos”, una idea original de Benito Rabal, basada en las peripecias de un grupo de tripulantes de un barco pesquero de origen ucraniano, que habían quedado indocumentados en el puerto de Montevideo, tras la autodisolución de la Unión Soviética, sin documentos y sin salario.

El gobierno uruguayo había sido testigo del impacto de la serie Curro Jiménez lo había tenido en todo el mundo, apenas un puntapié para iniciar un trabajo con más recursos y más participación uruguaya. La productora española, para trasladarse, cubrir los costos y hacerla rentable, necesitaba reducir costos que eran altos, en comparación con España. Se pidió una disminución del IVA al 50%. El gobierno se negó a participar con la disminución de una recaudación que no existiría en caso de que las tres películas no se pudieran hacer. El gobierno, casi saliente, de Lacalle Herrera no cedió y la productora retiró el proyecto de filmar tres historias con una gran participación uruguaya.

“Asesinato en el Hotel de Baños” había sido un éxito editorial, y el guion tomó dos cuestiones fuertes de la historia original: El empuje de Francisco Piria, que no sólo soñó con una industria turística potente, sino que desarrolló la extracción de granito para empedrar buena parte de Montevideo y Buenos Aires. El otro personaje de la historia de Grompone que cobraba más protagonismo, era el de la ingeniera sueca que Piria había contratado para diseñar la rambla de Piriápolis. El contrapunto entre la ingeniera y el empresario tenía su epicentro en la cuestión del mar, golpeando sobre la costa. El personaje de la ingeniera era una construcción de opiniones reunidos en una joven mujer, activista de la protección de la naturaleza, que sostenía que aquella excentricidad de Francisco Piria acabaría en una lucha contra la naturaleza sin posibilidades de éxito. El tiempo ha venido a dar la razón a ambos, aunque todavía falten los coletazos más furiosos de una naturaleza que está enojada.

La otra película, la que había escrito y dirigiría el español Benito Rabal, tomaba como escenario de fondo, la desaparición incruenta de la Unión Soviética, materializada en el drama de un puñado de tripulantes ucranianos que comenzaron a desguazar el barco para sobrevivir, y enviar algún dinero a sus familias. La empresa que los había contratado, por supuesto que pertenecía al Estado que se había hundido en agosto de 1991, tras el intento de golpe de Estado contra el presidente Gorbachov. El barco, fondeado en la Bahía de Montevideo, se fue escorando, pero esa especie de patria madrastra se hundió de una, sin que las calles se llenaran de defensores del régimen soviético. La izquierda pro-soviética en todo el mundo, quedó perpleja, apuntando con el dedo a aquel hombre que, pensaban, los había traicionado con la CIA. Una historia para incautos, porque ni en la propia URSS sucedió lo que había sucedido siempre: los disidentes a la Siberia. Gorbachov, curiosamente, era partidario de mantener unidos a los estados soviéticos, aunque a través de un nuevo régimen, más parecido al que Dubcek había intentado construir en Checoslovaquia, bajo la idea de un socialismo con rostro humano.

Tan imposible como la reducción del IVA para poder filmar “Los ucranianos”, resultó la intención de Gorbachov de transformar la URSS bajo las consignas de aplicar la glasnost y la perestroika. Transformaciones económicas y transparencia en la función del Estado.

A treinta años de aquellos acontecimientos, las transformaciones económicas se produjeron, a favor de magnates, prendidos como ventosas al viejo aparato soviético, y con respecto a la transparencia, toda la que puedan permitir las grandes mafias que se apoderaron de ese mismo aparato de carácter hermético.

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