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Lula da Silva, y el fin de un ciclo político y cultural en Brasil por Carlos A. Gadea

Lula da Silva,  y el fin de un ciclo político y cultural en Brasil  por  Carlos A. Gadea
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Tal vez no se comprenda aún, que la reciente prisión de Lula da Silva represente, simbólicamente, el fin de un ciclo político y cultural en Brasil. No es que dicho acontecimiento sea determinante para suponer esto, sino que permite inscribirlo como corolario de un proceso histórico y un ciclo político y cultural que parece estar llegando a su fin. Este ciclo habría comenzado en el mes de abril de 1964, momento inaugural de la dictadura militar en el país; una larga noche de autoritarismo y pérdida de libertades civiles que solo vería su finalización en el mes de marzo de 1985. Así, el año 1964 marcaría el inicio de un ciclo político y cultural que culminaría en abril de 2018, con el desenlace político que llevó a Lula da Silva a una prisión de la Policía Federal en Curitiba.

 

Ya las características de su discurso frente al edificio del Sindicato de los Metalúrgicos en la ciudad de São Bernardo do Campo, el sábado 7 de abril, parecía anticipar que el “escenario de conflictos” políticos y culturales típicos de los últimos 40 años en Brasil estaría en proceso de clara deslegitimación. Lula había optado por dirigirse, en aquella tarde, a su círculo más activo de militantes y simpatizantes, a un crecientemente reducido grupo de adherentes que vestían camisetas rojas y agitaban banderas del PT y del Movimiento de los Sin Tierra (MST), aquellos que habían aguardado por horas, pacientemente, su aparición pública, antes de entregarse a la Policía Federal. No habría sido, entonces, el expresidente y estadista mundialmente conocido que anestesiaría a la ciudadanía brasileña minutos antes de su detención. Lula había optado por liberar toda su energía combativa, dirigiendo duras críticas al sistema de justicia, a la Policía Federal y a los medios de comunicación. El “escenario de conflictos” que quiso, enfáticamente, hacer trasparecer, rendiría tributos al mismo que se había instalado 40 o 50 años atrás, aquel que, por mera simplificación, traducía una interpretación binaria de la realidad, la tensión entre la derecha y la izquierda políticas, entre la elite y el pueblo.

 

Si bien había sido esperada, en aquella misma tarde, una reacción más significativa por parte de la población, con algunas movilizaciones por el país, es importante decir que toda expresión de apoyo a Lula da Silva se había reducido a un acampamento de militantes en las afueras del edificio de la Policía Federal de Curitiba. Algunas carpas coloridas irían a permanecer por algunos días, hasta que paulatinamente desaparecerían con la llegada del clima frío de esta región sur del país. Diez años atrás sería impensable, verdaderamente, imaginarse el espectáculo mediático de este mes de abril de 2018. En definitiva, todo hace suponer que Lula da Silva habría ingresado a una celda de la Policía Federal con el diagnóstico de que la “estructura de conflictos” políticos y culturales inaugurada en 1964 en el país permanecía inalterable. Para él,  los que estaban condenándolo eran las mismas fuerzas políticas y sociales reaccionarias sobrevivientes a lo largo de la historia.

 

Lula da Silva, el “lulismo”, y el propio PT, materializaron la versión política de una generación y una militancia social que tuvo su desarrollo a la sombra de la dictadura militar brasileña; que pasaría por el año 1989, momento que Lula da Silva se presentaría por primera vez en las elecciones para presidente de la República; que ejercitaría una férrea oposición al gobierno de Fernando Collor de Mello (1990-1992), para finalmente madurar, políticamente, oponiéndose a los dos gobiernos de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), en la supuesta lucha contra lo que sería la implantación de políticas económicas neo-liberales en el país. A Lula, la oposición a la dictadura militar lo llevaría preso por 30 días en el año 1980, tras su actividad sindical como líder de los metalúrgicos en el estado de São Paulo. Luego, se juntaría con sindicalistas, intelectuales y representantes católicos de la Teología de la Liberación para fundar el Partido de los Trabajadores (PT), dando inicio a un periplo de dos décadas hasta llegar a ser presidente de la República en el año 2003.

 

Pero este ciclo histórico y político se ha sustentado, de manera fundamental, con una fuerte impronta cultural y estética, y esto resulta de enorme importancia para comprender el estado en que se encuentra la sociedad brasileña actual. La elaboración de una narrativa política y social había estado plenamente integrada a una construcción estética que correspondería a un “mundo de la vida” específico, factor que, actualmente, aportaría la única materia prima pasible de escenificar la adhesión emocional a la figura de Lula y al proceso político y cultural entendido como “lulismo”. Letras de músicas, uso de determinadas indumentarias (por ejemplo, la moda vintage), gustos literarios, consumo cultural, maneras de expresarse, se suman, en la actualidad, a una nueva militancia política propia de una izquierda hípster y juvenil. Hechos históricos, obviamente, han funcionado como marcos de referencia importantes: la dictadura militar con su antagónica “cultura de resistencia”, la democratización política en los años de 1980 y 1990, la propia agenda de los derechos humanos en referencia a aquellos años de ausencia de las libertades civiles, fueron centrales como registros de una memoria cultural que, hasta el día de hoy, permanecen como alimento diario de la estética militante en torno al PT y otras fuerzas de izquierda. Intelectuales y artistas han sido, igualmente, importantes en el mantenimiento de esta “aura” militante. Emir Sader, Marilena Chaui, Boaventura de Souza Santos, son algunos de los nombres responsables.

 

El lector, ciertamente, debe recordar las músicas de Caetano Veloso y de Gilberto Gil, figuras claves del movimiento cultural “Tropicalista”, una vanguardia estética y política nacida en los turbulentos años de la década de 1960. Si bien fueron sus músicas, en un inicio, fuertemente criticadas, en los años de 1980 ganarían fuerza expresiva entre aquella juventud de la llamada “apertura cultural”, con el advenimiento de la democracia en el país. Igualmente importante es recordar al propio Chico Buarque, con músicas que serían censuradas por la dictadura militar en su momento, pero que tiempo después ganarían dimensión estética y se transformarían en objeto de culto entre la militancia política de izquierda. A Chico Buarque, inclusive, se lo vería, en reiteradas ocasiones, en actos políticos junto a Lula da Silva. Por eso, el movimiento “Tropicalista” puede comprenderse, de cierta manera, como el rostro estético y cultural que dio sustento micro-político a la narrativa de izquierda que iría consolidando al PT, y al propio Lula, en el imaginario de la cultura nacional.

 

Pero el “carisma pop” de Lula da Silva ha venido en declive, así como el significado estético y cultural de las músicas de Chico Buarque y de Caetano Veloso. No está aquí en discusión su valor musical, de innegable virtud. Lo que sucede es que han igualmente sufrido el progresivo desgaste que anticipa una nueva realidad política, cultural y estética en el país. Objeto de culto, estos artistas, continúan siendo, así como el propio Lula. No obstante, se han perdido en la capacidad de continuar siendo referencia estética más allá de los muros de la militancia política que ha visto crecer. De la misma manera sucede con las fotografías magistrales de Sebastião Salgado, y sus retratos crueles e hiperreales de la vida cotidiana de los asentados en campamentos de los “sin tierra”. Aquel brillo estético permanece, aunque la carga emocional muy bien comprendida años atrás no sea posible, fácilmente, exteriorizarse. Esas fotografías, obviamente, continúan teniendo vigencia política, en la medida que retratan la insistente realidad de pobreza y miseria. Sin embargo, su sentido y significado estético ha quedado atrás en su capacidad referencial, es decir, en su capacidad de conseguir adhesión a su puesta en escena, más allá de lo que allí se ve. Salgado emocionó políticamente, pero veinte años atrás.

 

El Brasil de la globalización y del nuevo individualismo explotó frente a la estética militante desarrollada desde hace 40 o 50 años, retirándole su carácter de supuesta vanguardia política y estética. Pluralidad cultural y desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación se suman al ritmo de la economía digital y creativa, a nuevas músicas y artistas, a nuevas referencias estéticas y una “política de vida” que poco parece conectarse con el ciclo político y cultural que nació en los albores de la dictadura militar y la democratización política. Hay varios Brasil que se fueron superponiendo al que se identifica con el ciclo político y cultural que juntaría a Lula da Silva con Chico Buarque. La simbiosis de la cultura brasileña con una realidad global quiere dejar atrás las fuertes emociones políticas para concentrarse, eso sí, en sus nuevas experiencias estéticas. El ciclo 1964-2018 parece haber llegado a su fin.

 

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