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Marx y la filosofía de la religión. por Miguel Pastorino

Marx y la filosofía de la religión.   por  Miguel Pastorino
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La cuestión de Dios y de la religión, junto a grandes problemas metafísicos y antropológicos, han estado presentes de modo significativo en toda la historia de la filosofía. Y toda filosofía ha planteado una determinada filosofía de la religión, desde los griegos hasta la actualidad, desde Platón hasta Váttimo y Habermas. Pero específicamente la filosofía de la religión quiere ser una reflexión racional sobre el hecho religioso y sus contenidos, que busca esclarecer la naturaleza, el sentido y el valor de la religión, así como comprender su especificidad, sus razones y su lugar en la existencia humana, su lenguaje y sabiduría. En este sentido nació la moderna filosofía de la religión, a diferencia de la tradicional teología natural centrada en la cuestión de Dios, con un giro más antropológico. Fue Kant, recién en el siglo XVIII, quien creó su propia teoría filosófica de la religión, a la que luego se llamó “filosofía de la religión”. La filosofía de la religión es un ámbito para realizar un tratamiento analítico-descriptivo, racional y autónomo del fenómeno religioso y de las creencias, lo cual exige que no se presuponga una determinada opción en materia religiosa. No se trata de filosofía “religiosa”, sino “de la religión”, como se estudia “filosofía política” o “filosofía del derecho” o “filosofía de la mente”. Las grandes preguntas de la filosofía están presentes en las tradiciones religiosas, y estudiar la religión como hecho histórico y cultural puede ser objeto de estudio racional, científico y filosófico. Y aquí es importante resaltar que toda aproximación filosófica también tiene sus propios supuestos teóricos y límites metodológicos. De hecho, existen diversas corrientes de análisis filosófico de lo religioso y de las grandes cuestiones como Dios, las relaciones entre fe y razón, el ateísmo, el problema del mal, etc. También los grandes ateísmos humanistas han aportado a la historia del pensamiento en su crítica a la religión y entre ellos destaca la obra de Karl Marx, incluido por Paul Ricoeur entre los “maestros de la sospecha”.

Opio del pueblo.

Karl Marx (1818-1883), judío de nacimiento, educado como cristiano en el luteranismo y ateo por opción y formación, ha sido uno de los grandes críticos de la religión, a la cual consideraba un producto del hombre que le ayuda a soportar la negatividad de su situación alienada. Vio en la religión un obstáculo para el progreso, una ideología cargada del interés de los opresores. Para él, la religión carece de razón de ser en una humanidad liberada, es un producto residual destinado a extinguirse a partir del momento en que se ponga orden a un mundo mal organizado por el capitalismo. La religión es reducida a producto social y por lo tanto prescindible.

Su visión sobre la religión hunde sus raíces en la filosofía de Hegel y especialmente en la antropología de Feuerbach, quien fue su mayor influencia en este tema, aunque como muchos grandes filósofos, su pensamiento fue evolucionando en varios asuntos.

Al comienzo influido por la crítica racionalista y por hegelianos de izquierda como Bauer y Feuerbach, entiende que Dios es la proyección del hombre, un consuelo mítico e ineficaz para sobrellevar la miseria social. La religión por ello actúa como una droga espiritual (opio del pueblo), siendo el hombre el creador de la religión. La abolición de la religión en cuanto dicha ilusoria del pueblo es necesaria para su dicha real. Es preciso criticar el “valle de lágrimas” que pone su consuelo en una vida ilusoria más allá de la muerte. La crítica de la religión desengañará al hombre para que piense, para que modele su realidad como un hombre desengañado que se ha liberado. La esencia humana para Marx no es algo abstracto, sino el conjunto de relaciones sociales concretas (Tesis 6° sobre Feuerbach). En virtud del humanismo se trata de salvar al hombre de sus alienaciones.

Una segunda etapa de la crítica de Marx aparecerá ya fundada en el materialismo histórico, donde la crítica de la religión se sustenta en el marco más amplio de la sociedad y la economía. La religión no tiene futuro una vez que haya desaparecido su base que es la explotación económica. Suprimiendo el fundamento de la sociedad burguesa, que es la propiedad privada de los medios de producción, se suprimirá la raíz profunda de toda alienación y se llegará a la plena realización del hombre.  En las “Glosas marginales al programa del Partido Alemán de los trabajadores” (1875), Marx escribe: “lo que necesita el proletariado no es la libertad de religión, sino librarse de la religión”.

A lo largo de sus escritos se va desplazando de una crítica racionalista de la religión a una crítica práctica de las condiciones sociales, económicas y políticas que originan o mantienen la conciencia religiosa. En estos aspectos son fundamentales dos escritos de 1843 y 1844: “La cuestión judía” y “Crítica de la filosofía hegeliana del derecho”. En “El Capital” (1867) continúa la crítica de la alienación religiosa, pero es donde más claro se evidencia que la superación de la religión vendrá por un cambio social, por un cambio en las condiciones de vida.

La religión como fuente de consuelo.

Aunque la expresión más conocida de Marx sobre este tema es que “la religión es opio del pueblo”, no es la única ni la más importante. La religión es para él la expresión de la miseria del mundo, el suspiro de la criatura oprimida, una protesta contra lo que se vive con impotencia y una proyección de una esperanza más allá de este mundo. La religión es calificada por él como una medicina que no cura la enfermedad, sino que alivia sus efectos. La felicidad en un mundo trascendente funcionaría como estupefaciente. Lo que cura la enfermedad no será entonces la religión, sino la ciencia y la praxis transformadora de la sociedad, dejando así a la religión en un lugar superfluo e inútil para resolver las causas del sufrimiento.

Para Marx la religión se origina por la incapacidad de aceptar la condición humana y sus limitaciones y por la incapacidad de encontrar consuelo de otro modo, aceptando resignadamente la indigencia y el sufrimiento. La finalidad de la filosofía estaría en desenmascarar la religión mostrando su poder alienante para el hombre.

No atacar la religión, sino extinguir la conciencia religiosa.

A diferencia de algunos de sus intérpretes, Marx entiende que no hay que combatir la religión, sino la sociedad que le da origen, lo que hay que criticar es el mundo que la produce. Transformada la sociedad, la religión no tendrá razón de ser. La religión no es el mal, sino que es consecuencia del mal en el mundo y funciona como consuelo universal para hacerles más soportable y justificable al hombre las situaciones de injusticia. Lo que hay que hacer no es luchar contra la religión, sino crear una sociedad que extinga la necesidad de la religión.

Es Engels, su principal colaborador, quien verá a la religión como enemiga y obstaculizadora del desarrollo científico y tecnológico, idea heredada de la modernidad filosófica y del pensamiento positivista dominante en la segunda mitad del siglo XIX. Lenin también recrudecerá mucho más la crítica religiosa, porque para Marx la religión procedía de la miseria real del pueblo que buscaba un consuelo, pero Lenin entiende que el narcótico de la religión es creado intencionalmente para esclavizar al pueblo y que lo acepte naturalmente.

¿Qué nos deja su crítica?

Su crítica parte de una visión de la religión que no puede universalizarse a toda forma religiosa. La religión que conoció fue el protestantismo liberal y la teología racionalista hegeliana, que dista mucho de identificarse con el cristianismo en su totalidad, y mucho más lejos de la religión en general. No es un hecho universal que el ser humano suspire por Dios en virtud de la explotación económica. De hecho, en la fase primitiva de la humanidad, donde Marx ve al ser humano unido con la naturaleza, olvida que también era profundamente religioso. Por otra parte, es un hecho históricamente demostrado que la religión ha sido y es fuente de progreso y solidaridad, de liberación, de crítica social y de humanización de la sociedad. Pero tampoco sus críticas son un invento de la imaginación, sino que parte de experiencias concretas donde la religión ha sido legitimadora de injusticias y consuelo ilusorio para anestesiar la crítica social. En este sentido sigue siendo actual su crítica a toda forma religiosa que sea evasión de la realidad y fuente de injusticias. Algunas formas del cristianismo, con teologías deterministas, que enseñan que alguien es pobre por voluntad de Dios o que “es lo que le tocó y debe aceptarlo y cargar con su cruz”, son las que despiertan con toda razón una dura crítica, que incluso son cuestionadas por los mismos creyentes que ven en esas manifestaciones religiosas una caricatura de la auténtica fe religiosa, que, en lugar de liberar al ser humano, lo esclaviza y cosifica. Los mismos creyentes denuncian con Marx un “dios” en el que no se debe creer, porque la religión también puede ser fuente de crítica social.

Al igual que las profecías positivistas sobre el fin de la religión gracias al avance de la ciencia, las profecías de Marx tampoco se cumplen, porque al igual que el positivismo, no comprendió la verdadera naturaleza del fenómeno religioso, que no se reduce a un fenómeno social o económico y que no responde a preguntas o necesidades meramente materiales.

La fe materialista y su actualidad.

Por otra parte, el sistema marxista es una cosmovisión, una visión del hombre, del mundo y de la historia, con una metafísica materialista de base, llena de mitos que fueron desmontados por generaciones posteriores de neomarxistas críticos. El materialismo en todas sus formas es una postura filosófica, no un resultado de la ciencia. Es sencillamente un a priori metafísico, un punto de partida que reduce al ser humano a “materia en movimiento”. El ser humano para Marx es el resultado de combinaciones materiales, que, al azar, hacen emerger un ser autoconsciente, capaz de libertad y de convertirse en señor de la historia.

Es comprensible que desde una metafísica y antropología materialista como la que él sostiene, sea imposible admitir cualquier realidad espiritual o trascendente, de allí que la idea de Dios no tenga ningún sentido en su sistema, haciendo de la religión algo de lo que se puede prescindir en una vida que progresa. De hecho, su ateísmo es previo al comunismo. Es un ateísmo postulatorio que no demuestra nada, simplemente toma posición atea como punto de partida, como quienes también postulan la existencia de Dios del mismo modo.      Al igual que Feuerbach, que Dios sea deseado por el hombre no es un argumento para afirmar que no exista, como tampoco es un argumento para defender su existencia.

Sus críticas no aciertan a la religión en sus aspectos fundamentales, porque parte de supuestos que no le permiten comprender el fenómeno religioso integralmente. No obstante, sus duras críticas son una significativa y siempre actual advertencia para no dejar que ninguna forma religiosa se vuelva alienante ni legitimadora de injusticias. En este sentido, como todos los grandes clásicos de la filosofía, no pierde actualidad.

 

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