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Mediciones diferentes por Ruben Montedonico

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Los sudamericanos convivimos en este tiempo con dos corrientes políticas de genealogías distintas, opuestas, que procuran determinar el presente y el futuro de nuestras naciones. La simple observación de un mapa nos expone por un lado que la ola derechista ha ganado espacios en esta segunda década del siglo, en consonancia con la fortaleza -en ciertos casos- de sus expresiones más radicales en la Unión Europea o del surgimiento de agrupaciones de tal signo en los últimos años -hasta llegar a intentar articular una nueva internacional (ver Matteo Salvini, líder de la Liga del Norte). Lo anterior antagoniza las refrescantes insurgencias populares masivas -en general espontáneas- que se asocian a las expresiones y a los intentos de independencia del dominio imperialista, aunque han sido desalojadas -mayormente- de los gobiernos regionales y anuladas sus tentativas de darse una organicidad adecuada de acuerdo con sus postulados.

La situación genera, asimismo, opiniones diversas entre los comentaristas a partir de la ponderación dispar de las consecuencias de cada situación y las acciones que producen. Por citar sólo un ejemplo, en el seno de la oposición chilena la movilización y las demandas de la ciudadanía, que han puesto en jaque la esencia de la arquitectura institucional heredada y conservada (con algunas reformas) del periodo dictatorial pinochetista, son consideradas con criterios distintos, como en el caso del comportamiento de una formación de izquierda -la del Partido Comunista- que muestra reservas para acompañarla, lo que recuerda -en algún sentido- lo de hace algo más de medio siglo en el mayo del 68 francés.

En el caso de la variante hacia la derecha operado electoralmente en Uruguay -donde de lo que se trataba no era que el candidato más votado fuese electo presidente, sino que uno rejuntara a la oposición para desalojar al reformista Frente Amplio-, la cancillería actual sostendrá, hasta el 29 de febrero, que existe un gobernante legítimo en Venezuela y que la crisis de ese país se solucionará con diálogo, alternativa compartida con México. A partir del primero de marzo, cuando el ministro sea Ernesto Talvi -de un partido coaligado con el del presidente- la posición precedente girará 180 grados: se dirá que Nicolás Maduro es un dictador y reconocerán al autonombrado títere Juan Guaidó o a cualquier otra marioneta, sin aportar con aquella catalogación nada a la resolución de la crisis. Hay que esperar qué conducta observará Uruguay en el Mercosur donde, según creo, será públicamente degradado a simple instrumento comercial sin pretensión integradora, en el que la cancillería funcionará como palanca de trasmisión del sector vinculado con el comercio exterior y mero promotor de telecés. En tanto, habrá que esperar a ver la postura definitiva frente al caso de Bolivia, donde durante la campaña electoral tanto el mandatario electo como su futuro canciller -confeso admirador de la fiscalidad chilena- condenaron los hechos señalando que se derrocaba a un presidente legítimo, Evo Morales, poniendo en cuestión la legalidad de la senadora autoproclamada presidenta, Jeanine Áñez.

Cuando la derecha -alguna de extrema raigambre reaccionaria- encaramada en Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, Paraguay y Brasil gobierna e impone “democracias maleables” de acuerdo con sus conveniencias de clase -distanciándose de los conceptos liberales que dice detentar, como la alternancia partidaria de autoridad- me resulta obligado opinar adoptando las debidas precauciones.

Sin embargo, alguien de quien no se duda de la valía de su opinión, José Luis Fiori -titular del Programa de Post-Grado en Economía Política Internacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro- tras considerar las injerencias del gobierno de Jair Bolsonaro, que adoptó una posición agresiva y de confrontación directa a lo que haga el gobierno peronista de Alberto Fernández; que contribuyó decididamente a estimular el movimiento faccioso en Santa Cruz de la Sierra que condujo el golpe contra Evo y fue el primer gobierno que reconoció a Áñez; que expresó su apoyo en Uruguay al opositor de derecha Lacalle Pou y recibió en Brasilia a uno de sus consocios -el ultraconservador general (r) Guido Manini, tiene una franca óptica optimista del futuro, fundada en hechos actuales: en particular, por la excarcelación de Lula y por el movimiento antiélites de Chile. En este caso se trata, dice Fiori, del “preanuncio de una experiencia que puede llegar a ser revolucionaria”, a lo que suma la práctica ecuatoriana que hizo recular de medidas antipopulares al régimen de Lenín Moreno. Se manifiesta, también, sorprendido del caso Colombia -señalándola con acierto como un reducto conservador latinoamericano y de Estados Unidos- donde luego de los comicios municipales de octubre pasado, en que creció la izquierda, la huelga general de noviembre “desencadenó una onda nacional de movilizaciones y protestas que siguen contra las políticas y reformas neoliberales del presidente Iván Duque”, incrementando el desprestigio de éste.

Fiori entiende que dos cosas llaman poderosamente la atención: la parálisis o la impotencia de las élites liberales conservadoras ante las consignas esgrimidas en las protestas y el distanciamiento de Estados Unidos frente a los avances de lo que designa como “revuelta latina”.

Estas valoraciones, las cuales consideramos de singular importancia para movilizaciones relevantes de cara al futuro, y en el caso argentino como un retorno sugestivo del progresismo, eventual descompresor social, tienen -sin embargo- las limitantes de confrontar burguesías locales entrenadas en represión cuando de cambiar normas que le favorecen y reprimir pueblos se trata.

En el porvenir ya se definirá qué hará Estados Unidos al superar el momento local de especulación electoral próximo. De aquí en más, pienso que para las mayorías queda pendiente el acumular fuerzas para superar al que vive inventando instrumentos para expoliar a las mayorías.

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