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No a la nebulosa

No a la nebulosa
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Tras volar sobre las inundaciones de Salto y Paysandú, Lacalle Pou formuló declaraciones a la prensa –como lo viene haciendo todos los días de su campaña electoral comenzada hace ocho años largos-.

Sobre la creciente del río guardó silencio –para parecer discreto y para no incurrir en las obviedades repetidas hasta el cansancio por medio mundo: bien, aprobado. Tocó otros temas. Interesante.

Dijo: que en el país  faltan viviendas de carácter social (tiene razón, las que existen son insuficientes); que en el campo prácticamente se han erradicado los rancheríos gracias al plan MEVIR (es verdad); que en las zonas urbanas los asentamientos son una vergüenza nacional (indiscutible); que 140.000 personas viven en “cantegriles” (cifra que concuerda con múltiples informes al respecto); que en esos guetos los derechos humanos derivan al garete (no cabe duda); que es deber ciudadano modificar sustancialmente la situación (postulado que compartimos a pleno).

Lleva mucho tiempo en esa prédica. La lanzó al grito de: “¡Cero asentamiento!”. Muchos aplaudimos, sin alharacas (por las dudas), su afán justiciero. Luego, sólo esporádicamente ha incurrido en él –como comprensibles actos demagógicos de un joven político opositor que enfrenta a  gobierno progresista atento a los reclamos populares; en el baile cada uno hace lo que puede-. Tiene autoridad para realizar una campaña de esa índole. Conoce desde el centro mismo del problema la particularísima realidad de lo que eso significa para quienes allí habitan y para el resto de la población. Es morador de un asentamiento.

Está afincado en la periferia montevideana. Sin mayor comunicación con su entorno -algo rústico en términos comparativos con su hábitat-. Separado del vecindario extramuros por visibles, o no, impedimentos morales y materiales. Hablando con los peculiares modo y tono de esos sitios, pensando y actuando en la telaraña casera como los demás ocupantes del predio. Sometido a los “códigos” de conducta que los circuitos cerrados indefectiblemente imponen a la totalidad de sus integrantes.  Así como otros “cantegriles” se llaman “Cerro Norte”, “La Cachimba del Piojo” o “Cuarenta semanas”, el que es residencia de  Lacalle Pou está bautizado como “La Tahona”. Se llega a él por locomoción propia. La guardia perimetral no está cargo ni de la Policía ni del Ejército. Sin cartel que lo advierta se prohibe mear en el césped.

Bien. Con todo este aderezo, suponiendo que tiene medio borradas las “hazañas” políticas de su señor padre, que sepa quién y cómo fue el Viejo Herrera, que intuya lo que sentimos la gente de a pie y que, verdaderamente, sienta que debe hacer algo para borrar esas villas miserias (¡incluyendo las como la suya, por supuesto!), no cabe otra cosa que consolidar ese atmosférico empeño con estudios serios y propuestas concretas, con  las correspondientes soluciones económicas (sin mentar ahora las implicancias sociales, laborales, educativas y culturales, que son imprescindibles considerar en contexto global.

El alojarse en tierras fiscales o municipales, en terrenos aparentemente abandonados o en cualquier lugar (edificios a medio construir, tugurios y baldíos insalubres, en suburbio o no) viene de lejos. Comenzó siendo una solución de emergencia ante la imposibilidad de muchas familias de pagar los alquileres pedidos por techos humildes en la urbe. Los brotes se volvieron maraña. Esa emigración interna se incrementó enormemente. No cesa de crecer.

Así, la sociedad se resquebrajó, generándose dos tipos de “civilización” que se recelan recíprocamente porque, estando juntas, en el mismo punto, son extrañas entre sí.

Lo que esto implica es obvio.

El Frente Amplio, notoriamente, ha estado omiso hasta el presente en la búsqueda de respuestas efectivas a esta anomalía que, en sustancia, nos interroga sobre qué clase de país estamos construyendo, al tiempo que nos señala que hay abismos entre decir y hacer (en el caso, deshacer enclaves  más o menos “vivibles”, contaminados por la la miseria, el “tráfico”, la violencia, la pérdida de valores y el lumpenaje).  Yo me he referido a la cuestión toneladas de veces. Pero, claro está,  soy nadie. Si algún magister leyó alguna de mis notas, emitió un ¡ba-ba-ba!…, y, chau, a otra cosa.

Pero vos, Lacallito, al frente de los blancos que supieron cargar a lanza contra ametralladoras, sos escuchado y jaqueás mandos contrarios.

Proponé  al gobierno -¡en serio, eh!- un plan sobre la erradicación de “cantegriles” y obligalo a trabajar juntos por más justicia social –que una mano ayuda a la otra y las dos se lavan le rostro-.

Hacé algo positivo. Una vez en tu vida dejá de decir ¡niet! Imaginá que en lugar de gratificarte en “La Tahona” tenés que bancar mugre, pestes, malandras, y que tus hijos tengan que dormir medio sentados para sentir cuando las ratas les trepan a la cara. Poné pienso y firmeza –aunque sea prestada-. Cabalgá ´por la equidad. No te arropes en tu clase. Peleá cojudamente por el país –que somos todos, incluso los que están contra vos y tus “seguidores” (llamémoslos así), incluso los que in existen en sus tahonas de tablas, chapas, bolsas y nailon –que dos por tres se prenden fuego  o reciben balas-

¡Y si no, déjate de joder con eso!

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Jose Luis Baumgartner Abogado, periodista y escritor.