No firmo

No firmo
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En los últimos días –supongo que a muchos les habrá pasado lo mismo- me invitaron a firmar dos declaraciones diferentes respecto a  Venezuela. Las dos, en muy buenos términos, deploran la situación de violencia, piden terminar con las muertes e instan al gobierno venezolano a cumplir las instancias electorales y plebiscitarias pendientes.

En condiciones normales, tal vez las habría firmado, porque no tengo mucha esperanza en el “socialismo bolivariano del Siglo XXl”, un socialismo rentista del petróleo, como el que está instalado en Venezuela,  además  tengo referencias directas sobre los grados de corrupción y deterioro del gobierno y del Estado venezolanos, y creo que rehuir instancias electorales no es buena señal para ningún gobierno que se proclame popular.

Pero la situación de Venezuela dista de ser normal. Y sobre todo dista mucho de ser un conflicto exclusivamente entre venezolanos. Allí está Almagro, en la OEA, arrojando nafta (petróleo no, porque no tiene) sobre el fuego, tratando insistentemente, contra todas las reglas, de tensar la situación diplomática para aislar y lograr la condena del gobierno venezolano. Y ahora se suma la intervención de Uruguay,  promoviendo que el caso Venezuela sea tratado en el Consejo de Seguridad de la ONU.

A estas alturas es evidente que, más allá de todo lo criticable de su situación interna, Venezuela es objetivo de intereses que muy poco tienen que ver con la paz, la libertad y la justicia de los venezolanos.

No voy a someter a los lectores al catecismo antiimperialista tradicional. No voy a hablar de “imperialismo yanqui”, entre otras cosas, porque ni siquiera estoy seguro de que esa expresión refleje hoy la realidad. Es más, tengo la impresión que los primeros estafados y robados por la política exterior de los EEUU son los mismos estadounidenses, que pagan con sus impuestos las guerras con las que las compañías petroleras consiguen el control o el mejor acceso a los yacimientos de petróleo. Guerras en que se usan armas sofisticadas que fabrica la industria armamentista y que pagan los contribuyentes estadounidenses, guerras que destruyen lo que después habrá que rehacer mediante jugosos contratos de reconstrucción que benefician, entre otros, a socios y amigos de los gobernantes estadounidenses.

La cuestión es que Venezuela tiene petróleo y un gobierno poco amigable con las empresas petroleras y también con los gobiernos de confianza de las empresas petroleras. Una combinación explosiva. Además es un gobierno algo torpe, corrupto y bastante autoritario. Pero gobiernos torpes, corruptos y autoritarios siempre han sobrado en América. Y es muy poco frecuente que conciten el repudio de la OEA y la atención de la ONU.

Así las cosas, conviene un baño de humildad. ¿Por qué diablos sería importante que un tipo como yo (o como muchos de los propuestos como firmantes) suscribiéramos las declaraciones? ¿Qué puede importarle a Maduro que Hoenir Sarthou (uso mi nombre para no manosear el de los firmantes) declare lo que sea respecto a Venezuela? ¿Qué les importa eso a los venezolanos? E incluso, ¿qué puede importarles a los gobernantes de los países que quieren cuestionar al gobierno de Venezuela?

La respuesta es obvia: nada.  A nadie relevante en el asunto le importa lo que gente como nosotros (los posibles firmantes) opinemos sobre Venezuela.

¿Por qué se firman y se publican declaraciones, entonces?

Eso sí es interesante.

Las luchas políticas –y también las militares- en el Siglo XXI, no empiezan en las urnas ni en los arsenales. Empiezan, como expresión pública, en los medios de comunicación, en la información internacional y, ahora, también en las redes sociales.

Desde antes del famoso 11 de setiembre, las primeras bombas en caer en las nuevas guerras son informativas y mediáticas. Hussein y Gadafi, mucho antes de ser bombardeados por aviones, lo fueron por avalanchas de información internacional, incluso información aparentemente frívola, los gustos, los lujos, las costumbres sexuales, las excentricidades, las pautas culturales, la conformación familiar y la historia personal de cada uno de ellos fue objeto de escrutinio, burla y horror por parte de millones de habitantes del mundo que al principio no sabían que ese era el prolegómeno de una guerra.

Desde entonces, no confío en la información de las cadenas internacionales, ni en la CNN, ni en la BBC. Los hechos han demostrado que sus bombas informativas son seguidas siempre por bombas de las que explotan y matan.

Veamos quiénes son hoy objetivos preferidos de las cadenas informativas. El gordito presidente norcoreano, el larguirucho presidente sirio, y el locuaz, pintoresco y bigotudo Maduro están hoy en el foco seguidor. De a ratos, también entra en el foco Putin, con su cara de agente cinematográfico de la KGB (no solo lo fue de verdad, sino que además tiene cara de haber sido). Curiosamente, algunos personajes están siempre en el foco, y otros, como Putin, entran y salen según como anden sus relaciones con los intereses occidentales.

El misterio de las declaraciones de personajes internacionalmente ignotos, como yo, tiene una explicación. No importa qué digamos ni quienes lo digamos. La declaración es útil porque permite nuevos impactos publicitarios, en este caso contra Maduro y el gobierno de Venezuela. A nadie se le moverá un pelo por lo que digamos, pero nos sumaremos a la ingente cantidad de noticias que permiten convencer a la humanidad de que Maduro, se trata de Maduro en este caso, es un déspota sanguinario y deleznable que merece no solo la destitución sino, tal vez, la muerte.

No conozco en profundidad los conflictos venezolanos. No me casaría, si me lo ofrecieran, con el gobierno ni con la oposición. No vivo del petróleo, no voto allí, no acato sus leyes. Por lo tanto, creo esencialmente que se trata de un asunto que deben resolver los venezolanos.

Lo que me preocupa más, porque sí me (nos) afecta, es la tecnología de los bombardeos mediáticos. Esa inquietante posibilidad de construir una realidad alternativa, con fotos, películas, declaraciones de personajes importantes y testimonios locales, tan ficticia y producida como cualquier película de Hollywood.

No quiero ser parte de esa película. No quiero participar, movido por una buena intención, de bombardeos, ni siquiera  comunicacionales. Por eso, con todo respeto, no firmo.

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