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¿No será el momento de realizar una autocrítica y cambiar el rumbo? por Marcos Otheguy

¿No será el momento de realizar una autocrítica y cambiar el rumbo?  por Marcos Otheguy
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El debate sobre la seguridad pública en el Uruguay ha llegado a tener una centralidad inesperada, siendo en el presente el principal problema denunciado por los ciudadanos de nuestro país.

Empecemos por exponer puntos críticos; no se visualizaron algunos escenarios, existieron algunos errores estratégicos al definir la política de seguridad pública, frente a la emergencia de algunas situaciones se generaron más dudas que certezas. Como prueba de lo último bastaría  citar las últimas declaraciones del jefe de policía Mario Leyera.

¿Cómo entender la evolución de la violencia en la sociedad contemporánea?

El psicólogo lingüista y escritor canadiense Steven Pinker en su libro: “Los Ángeles que llevamos dentro; el declive de la violencia y sus implicancias”, estudia, documenta y explica claves para comprender la evolución de la violencia en la sociedad humana.

El debate sobre la violencia tiene múltiples dimensiones y sobre ellas se ha debatido a lo largo de la historia, pero hay dos que probablemente sean centrales: la primera es antropológica y se relaciona con la características de la especie y su evolución; la segunda es social y se imbrica en cómo hemos ido avanzando como especie en sociedades cada vez más complejas.

Si ponemos el foco en la primera tenemos que incorporar que el Homo Sapiens anatómicamente moderno tiene unos 200 mil años. Sin embargo, los seres humanos conductualmente modernos, con arte, rituales, ropa, herramientas complejas, etc, tienen unos 75 mil años. La revolución neolítica (aparición de la agricultura y sus consecuencias) fue hace 10 mil años; eso quiere decir que la mayor parte de nuestra evolución como especie ha sido en calidad de cazadores, y no como una especie sedentaria que fue conformando comunidades cada vez más complejas productoras de sus propios alimentos. Desde ese punto de inflexión (revolución neolítica) el hombre ha ido construyendo sociedades cada vez menos violentas y, por tanto, más seguras, y esto es no es una especulación sino que son datos puros y duros.

La arqueología se ha encargado de desentrañar a través de distintos descubrimientos cómo fue el pasado de los primeros hombres sobre el planeta. Los análisis forenses que fueron permitiendo someter los hallazgos arqueológicos a pruebas cada vez más rigurosas en función de los avances científicos, denuncian que un altísimo porcentaje de nuestros primeros antepasados fallecieron por muertes violentas.

Sería imposible en esta nota seguir con una larga cronología de relatos y acontecimientos que describen la violencia de los hombres a lo largo de la historia. Sin embargo la  violencia comienza a declinar radicalmente  –diferente a lo que puede ser una percepción generalizada-   la sociedad actual es la menos violenta de toda la historia del hombre en sociedad.

En el libro que comentábamos líneas arriba se señalan  estudios  que revelen datos estadísticos concluyentes sobre la percepción de inseguridad. Efectivamente   con un índice de entre 45 y 50 homicidios cada 100 mil habitantes, estos  se sentirían como un peligro en la vida cotidiana. A partir de los 100 homicidios cada cien mil comenzarían a afectarnos en plano personal. Si esto es así, ¿por qué en un país donde los homicidios están en el entorno de 8 cada 100 mil habitantes (dentro del promedio mundial), se está construyendo una especie de alarma social? En esto hay que colocar claramente el rol de los medios masivos de comunicación.

¿Por qué hoy tenemos sociedades más seguras?

Como se deja entrever en el desarrollo de la nota, la aparición del Estado (Leviatán) fue construyendo modelos de convivencia que aportaron más seguridad a la sociedad humana. ¿Pero fue solo el Leviatán? No, en la medida en que occidente se fue volviendo más urbano, cosmopolita, comercial, industrializado, educado y secular, resultó también cada vez más seguro.

Los estudios arrojan como resultado que el proceso de civilización, los  ideales de la ilustración, la democracia política, la consolidación del Estado de Bienestar, la cultura y más recientemente la feminización de la sociedad (la mayor parte de los actos violentos la cometen varones de entre 15 y 31 años), son la combinación para tener sociedades más pacíficas.

Kant es un autor al que siempre hay que volver, sus imperativos categóricos tienen total vigencia. En momento de debates éticos, Kant plantea que obremos como si nuestros actos se conviertan en una ley universal. Un acto es moral si consideramos a la otra persona como un fin en sí mismo y no como un medio para alcanzar un fin.  En  su libro “La Paz perpetua”. ¿Cómo pensaba Kant que se podía conseguir la paz perpetua?: con una gobernanza global (liga de las naciones), la democracia, el comercio y la ciudadanía universal.

Si tomamos como buenos estos parámetros que contribuyeron a construir sociedades más seguras, hoy podemos observar un retroceso en el mundo de estas dimensiones. Esto podría estar explicando un incipiente repunte de la violencia global; donde la creciente desigualdad tiene un impacto superlativo.

¿Cuál es la estrategia entonces?

Al comienzo del actual período de gobierno, el Poder Ejecutivo se planteó un conjunto de metas en materia de seguridad pública que apuntaban a obtener una baja sustancial en los principales delitos que se cometen en la sociedad. Esta estrategia colocaba la acción policial en el centro de dicha política. A la luz de este enfoque, y sobre todo de los resultados, debemos concluir que la estrategia resulto equivocada.

En un artículo anterior en este mismo medio señalábamos críticamente el abandono por parte del Estado de la Estrategia por la Vida y la Convivencia.  El “plan siete zonas” producto de esa estrategia no se continuo desarrollando a pesar que desde el inicio estaba previsto su ampliación.  Sin embargo las causas que fundamentaron la acción de dicho plan siguen vigentes.  Como dato ilustrativo recordemos lo que se señalaba – por autores de la  Cepal[i] – .

“Durante décadas, el desarrollo de la ciudad librado a las interacciones entre privados, donde la política no impuso un marco que orientara y encauzara esas interacciones hacia objetivos de desarrollo social, ha generado procesos de segregación que distribuyen la desigualdad en el territorio, entre espacios cada vez más aislados en sus interacciones. Las ciudades tienden a extenderse en forma horizontal hacia donde haya disponibilidad y menor valor de suelo, siendo ocupadas por aquellos que no encuentran ofertas accesibles en el mercado para sus necesidades habitacionales. En determinadas zonas suburbanas quedan atrapadas las personas que tienen menores recursos sociales, económicos y culturales, porque es el territorio menos valorado y por lo tanto el que les queda a quienes pierden en la lógica de la competencia. Esos territorios tienen déficit de servicios, de equipamientos e infraestructura, de calidad y uso del espacio público y de acceso a la estructura social de oportunidades. Tienen una dinámica económica de baja productividad y escasa presencia del Estado. Todo esto refuerza una identidad cultural local ajena, cuando no enfrentada al orden institucional y a la sociedad que accede a mejores niveles de vida y crea condiciones para que ocurran fenómenos de dominación entre personas y grupos y el desarrollo de actividades productivas ilegales y de organizaciones mafiosas. A su vez, a la estructura institucional le resulta imposible asumir automáticamente, y dificultoso asumir progresivamente, los costos de dotar a estas zonas de los mismos servicios que ya estaban asegurados para la ciudad. Los bajos niveles de desarrollo local y de capital social consolidado en estos lugares hace difícil encontrar procesos sociales autónomos que sean el motor del mejoramiento de su calidad urbana.”

Recomponer estándares de seguridad y convivencia de mayor calidad sólo es posible con una intervención integral del Estado, donde diferentes  Ministerios, incluido el del Interior deberán  desplegar una acción coordinada, una correcta definición de objetivos y una correcta planificación que dé cuenta de los mismos.

            Tal vez debamos revisar estrategias, realizar una autocrítica y modificar el rumbo.

[i] Segóvia Olga, Jordán Ricardo. Espacios públicos urbanos, pobreza y construcción social. Serie Medio Ambiente y Desarrollo. Nº 122. División de Desarrollo Sostenible y Asentamientos Humanos. CEPAL. Santiago de Chile, diciembre de 2005.

 

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