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Opiniones “al gusto”  Por Ruben Montedónico 

Opiniones “al gusto”   Por Ruben Montedónico 
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Apareció en Uruguay un libro en que el autor dice haber hecho un descubrimiento -lo devela- acerca del método para implantar un desconocido en el contexto de una campaña político-electoral. Expone cómo se estudian los mensajes que dirigen a distintos públicos y realizan una aproximación a parte de los “moldeos” de opinión.

Decir “opinión pública” es referirse a un espectro amplio de sentidos que fácilmente desbordan nuestra consideración. Jürgen Habermas señala la diversidad de fenómenos aludidos por dicha expresión, así como su estrecha relación con la dinámica del poder y de los procesos políticos. Advierte, además, que es un grave error conformarse con una interpretación reduccionista de los elementos que lo componen.

Sofía Molina y Vedia, por su parte, sostiene: “Es que en el momento histórico que vivimos las propias estructuras están determinando el control sobre la libertad. La libertad tiene su sentido hasta el límite del control y éste no puede acabar con todas las libertades”. Agrega la argentino-mexicana: “Este control se ejerce a partir de acciones sobre la información y sobre la opinión y el público”. Suma que “la manipulación de la información consiste en la deformación o adulteración parcial o total de los hechos de un asunto” e indica: “esto no puede llevarse a cabo con total independencia de los valores y actitudes preexistentes en el público”.

Molina y Vedia sostiene que disponen de estos instrumentos grupos conservadores, concluyendo que ellos “se encuentran estrechamente vinculados (con) los sectores políticos, económicos y militares que, a través de las instituciones que controlan, actúan sobre el hombre común”.

Algunas de estos “moldeos” y prácticas se aplicaban desde que las tribus se reunieron en conglomerados y formaron ciudades en la antigüedad; otras nacieron después, en el siglo pasado y el actual.

Lo que sorprende mi atención son las posibilidades que ofrecen las tecnologías digitales. Estos fenómenos tienen especificidades dignas de destacar, como son la capacidad de personalización junto con la imposibilidad de regularlas. De acuerdo con el investigador brasileño Marco Schneider, “las nuevas modalidades de la desinformación se vuelven un elemento influyente de la superestructura ideológica emergente de la infraestructura de las redes digitales. Esa infraestructura -un precioso recurso- es producto y propiedad de la fracción principal del gran capital de hoy (al igual, que el financiero el armamentístico, el farmacéutico o el energético)”.

Para sostener la afirmación anterior no hay mejor ejemplo que citar las acciones en que fue determinante la presencia de Cambridge Analytica (fundada en 2013, cerrada en 2018): el brexit y la elección de Donald Trump, con lo que contribuyó a la popularización de lo que llamamos fake news y posverdad. La acción de la empresa -en la que aparece atrás, como colaborador, Mark Zuckerberg- fue una rama de Strategic Communication Laboratories (SCL) y también operó en Nigeria, Kenia, República Checa, India y Argentina (contratada por el grupo de Mauricio Macri, para atacar a Cristina Fernández de Kirchner). y reclutaron para sus “trabajos” a agentes de inteligencia, retirados, de EEUU, España, Reino Unido, Israel y Rusia.

Las “fake news y la posverdad resultan ser estrellas de un conjunto mayor de fenómenos contemporáneos de desinformación cuyo corolario son la anticiencia, el negacionismo (del cambio) climático, el terraplanismo, los movimientos antivacunas”, según Schneider, articulados por las extremas derechas del mundo.

El mexicano Alfredo Paredes, indica que “de hecho, la manipulación es una parte imprescindible y fundamental del quehacer político desde los orígenes de la humanidad”lo que define como sembrar en la conciencia y en la mente de la gente ideas, actitudes, conceptos y aspiraciones -incluso falsas e inmorales- que sirvan a los objetivos de sus articuladores, y pregunta “¿cómo se manipula en política?”. Comienza diciendo que para que exista un manipulador, debe haber una base de ciudadanos indefensos, dóciles, desinformados. A eso le adiciona que el manipulador político destruye y explota al mismo tiempo la necesidad de autoestima del pueblo y legitima la incompetencia y mediocridad del oyente, justifica su falta de calificaciones, procurando que el escucha prefiera rendirse frente a sus argumentos antes que arriesgarse a la posible aparición de enemigos perversos.

Las verdades incuestionables -dice Paredes-son fundamentales: en el caso, el manipulador debe usar conceptos aceptados como disminuir la pobreza, acabar con el crimen o terminar con la corrupción, canalizando el desprecio popular hacia sus contendientes, mientras con la mano escondida recibe los dividendos de aquellos a quienes denunciaba como sus adversarios. Es decir, mover todo de lugar no cambia el fondo de los problemas sociales, concluye. Que la gente haga de la política espacio de chismes y parodias resulta mejor y más fácil que comprometerlos con generar certidumbre, ofrecer resultados claros o rendir cuentas.

Un tanto desconcertado he llegado hasta un punto en que me resulta dificultoso creer en redes sociales y otros medios de comunicación que demuestran poca seriedad. Sucede, sobre todo, cuando estas noticias parten de cuentas oficiales o de personajes o celebridades de los que se esperaría una mínima reflexión antes de opinar. Un nombre se asocia a una trayectoria, experiencia y profesionalidad, pero cuando las personas se sumergen en la comunicación electrónica o el periodismo sin que ese sea su ambiente natural, se mete en medio de desórdenes apropiados para la manipulación.

Termino diciendo que desde 2016, al ser aceptado en muchos lados, el vocablo posverdad -en diversos idiomas- sacó carta de naturalización y dejó que lo uniéramos a imprevistos posteriores, como el triunfo del brexit. Lo nuevo del neologismo -sinónimo de engaño- son su velocidad para expandirse y la gran penetración que posee con costos relativamente bajos y efectos mayores.

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