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OSCAR: Ganó la película favorita, entre errores, cálculos y sorpresas.  

OSCAR: Ganó la película favorita, entre errores, cálculos y sorpresas.   
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Oscar vino, vio y venció. La ceremonia vino 50 días más tarde de lo habitual, y fue extraña la pobre relevancia que los medios le dimos al premio en la previa, aunque en la recta final convocó la total atención de todo el mundo, excepto China. Luego la ceremonia vio, es decir: ocurrió, y ofreció sólo a primera vista algo distinto, pero en el fondo fue lo mismo de siempre. Pero igual venció, y prueba de ello es que seguimos hablando del tema cuatro días después de realizada la ceremonia.

¿Por qué digo que no fue distinta? Porque lo diferente fue la punta del iceberg, lo visible, debido a la situación pandémica, no porque sus miembros se hayan aggiornado. Allí el cinéfilo se encandila con varios escenarios, uno de ellos en Londres, en lugar del Teatro Dolby; protagonistas desparramados en salones más similares al Globo de Oro que al Oscar; horario diferente; poco glamour; recatada alfombra roja. Pero eso es lo epitelial. En el fondo todo siguió como siempre: las injusticias y errores fueron los mismos, las premiaciones “cantadas” estuvieron a la orden del día, el espíritu conservador y elitista campea (la mayor prueba es que Netflix sigue sin llevarse el máximo galardón), la ceremonia se extendió durante tres horas pudiendo haber durado 90 minutos, y la sorpresa mayor de la cual todos hablan (dar la estatuilla al mejor film antes que a los intérpretes), es un inteligente operativo de cálculo del coproductor de la ceremonia, el cineasta Steven Soderbergh, y le terminó saliendo muy mal. Pero comencemos hablando de los premios.

Nadie se extrañó del premio a Nomadland y a su directora Chloe Zhao. Ganaron todo en los últimos meses, así que nada indicaba que el Oscar sería la excepción. Y es bueno que no lo haya sido, porque es la mejor de las ocho nominadas, un relato honesto que navega con notable precisión entre la ficción y el documental (eso hay que agradecérselo a Zhao), y se eleva algo por encima de títulos como El sonido del metal, El padre y Judas y el mesías negro. Pero era todo muy parejo, porque este año ninguna de las nominadas era fallida, aunque tampoco había ninguna obra mayor. En eso radica la distinción mayor de este Oscar con al anterior, donde por lo menos tres películas eran notables (Parásitos, El irlandés, 1917) y se despegaban del resto.

Hubo, como de costumbre, premios “cantados”: los intérpretes de reparto Daniel Kaluuya por Judas y el mesías negro y Youn Yuh-jung por Minari, la animación de Pixar Soul, el film extranjero Otra ronda, los sonidistas de El sonido del metal y los efectos visuales de Tenet. Y también hubo errores serios, como suponer que la tontería Mi amigo el pulpo es mejor documental que Collective o Time. O casos en que se arranca mal de pique: ¿cómo puede ser protagónica Viola Davis, si sólo actúa media hora en su película? Ese es un viejo error de la Academia, que tiene un primer antecedente en 1936 (Luise Rainer por El gran Ziegfeld) y se repitió con Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes y Frances McDormand en Fargo, todos ganadores, lo que convirtió al error en injusticia.

Y aquí cometo sacrilegio: también me parece erróneo el galardón a Frances McDormand. Excelente actriz, con sólida labor en Nomadland, pero sin cambiar un ápice el registro dramático que viene brindando desde hace años, el de la mujer curtida y valiente, decidida y solitaria en lucha contra el mundo. ¿Hay diferencias reales entre su actual personaje y el de Tres anuncios por un crimen? No: es la misma actitud en distinto escenario, por lo cual este premio no parece justo, teniendo en cuenta que dos rivales construyeron personajes alejados de su registro habitual (Carey Mulligan en Una joven prometedora y Vanessa Kirby en Fragmentos de una mujer), por no hablar de la labor descomunal de la debutante Andra Day, que debió ser la triunfadora por su rol en Los Estados Unidos versus Billie Holiday.

En cambio, muy justo fue el premio a Anthony Hopkins por El padre, que no realiza una labor vistosa como piensan algunos, sino profundamente estudiada y muy bien asumida: mi abuela padeció lo mismo que su personaje, y puedo afirmar que en Hopkins hay una honda investigación sobre los mínimos gestos, actitudes y repentinos cambios de humor de esos enfermos. Lo suyo está hecho desde la entraña de lo real, para desdicha de los defensores de Chadwick Boseman, que estaba muy bien en La madre del blues, aunque mejor aún asomaba Riz Ahmed en El sonido del metal. Pero Boseman era el favorito, y eso nos lleva a la sorpresa que no fue tal.

El espectador pudo pensar al inicio que la ceremonia era sorpresiva: rapidez inicial (seis premios en media hora) y galardones insólitos para el arranque: libretos y film extranjero. Pero era el “engañabobos” de Soderbergh, porque -como bien dijo un joven colega- todo parece haber sido calculado en forma cerebral. ¿Quién, por sólo llamar la atención, va a dar el premio al mejor film antes que a los intérpretes? Detrás de esa decisión hay otra explicación, aunque nadie habla de eso. Dejar a los intérpretes para el final ubicaba la ceremonia en el lugar ideal para lo más mediático y políticamente correcto. Terminar todo con un récord, ya que de cuatro intérpretes ganadores no habría uno de etnia blanca: ya habían ganado una asiática (amarilla) y un negro, y al final asomaban como favoritos Boseman y Davis, también negros: récord, más cuota “correcta” cumplida. Pero a ello se sumaba la poco ética, aunque muy redituable sensiblería de un final melodramático, con la viuda de Boseman agradeciendo a todos en un discurso para el infarto, y así el rating podía irse a las nubes. Los propios académicos, empero, arruinaron la fiesta a Soderbergh.

Mientras tanto, se habla mucho del segundo Oscar femenino a dirección en once años, y nadie advierte que, en estos mismos once años, sólo un director estadounidense ganó: Damien Chazelle por La La Land. El resto fueron cinco latinos, tres asiáticos, un francés y un inglés. Y de paso me pregunto qué diablos debe hacer Glenn Close para llevarse un Oscar: ¿repetir Da Butt Dance en una película? En eso, el futuro tiene la palabra.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".