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OTAN, G-7 y Ginebra   Ruben Montedonico

OTAN, G-7 y Ginebra             Ruben Montedonico
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Las consecuencias de las reuniones de la OTAN, el G-7 y la de EEUU-Rusia (con el agregado especulativo de una Yalta II, de acuerdo con seguidores de teorías conspirativas) deja pendiente la atractiva posibilidad para la humanidad de un nuevo entendimiento entre grandes potencias. Con seguridad James Stavridis -militar estadunidense retirado- ex jefe de la OTAN- debe haber dejado «amigos» en la Alianza Atlántica que le «soplan» cosas o le «filtran» temas para que comente. Mientras nadie desmienta esas versiones, y dé otras, habrá que ponderarlas con el debido cuidado acerca de pros y contras.

La versión de Stavridis -anteriormente fue jefe del Comando Sur de EEUU- es, en cierta medida, bastante probable. De acuerdo con un resumen, destaca de la reciente junta de la OTAN en Bruselas -sin que se haya dado versión oficial de sus intimidades- el seguimiento a cuestiones climatológicas y compromisos adoptados e incumplidos en el Acuerdo de París; los desarrollos cibernéticos, que abarcan desde robótica hasta ciberataques y las sospechadas agrupaciones e individualidades de hackers -reunidas en Anonymus– lo que redunda en atención especial (léase vigilancia) a China y factores propios (en particular las compras en el exterior) y aportes extranjeros (inversiones tecnológicas y de capital).

De acuerdo con el ex militar, para las apreciaciones anteriores la junta aliancista tomó en consideración a Pekín -tenido por Europa comunitaria como un adversario- por su agresividad en el Mar del Sur de China, sus prácticas de dumping, la protección habitual de la diplomacia y los ejercicios de apoyo al gobierno de Pyongyang y la dinastía Kim; espionaje y robo de adelantos industriales a diversos países, golpes de timón al sistema monetario, además de eventuales (semiprobados para la OTAN) ciberataques e intentos de control sobre el área del Pacífico, parte de África e incursiones en Latinoamérica. Lo anterior -corresponde que lo señale- pretexta mayores presencias náuticas y aéreas de la OTAN en el Lejano Oriente y hasta ensayos en costas de Crimea.

Por supuesto, Rusia no podía faltar en la consideración de adversario comercial y enemigo militar de Occidente. Luego del impasse transcurrido durante los periodos de Mijaíl Gorbachov (con la perestroika, el glasnost y el Tratado INF, herencia de Islandia), la implosión y desmembramiento de la URSS con Borís Yeltsin, a partir de la llegada de Vladímir Putin, Rusia retomó el camino de anteponer desarrollo científico-técnico a sus fuerzas militares de cara al armamentismo del imperio, al que obligó a elevar el presupuesto de defensa propio a cifras impresionantes. Moscú encontró en su camino un aliado -quizá- impensado: Donald Trump. Este presidente complicó los apoyos de los aliados al darles órdenes imperativas y hacer escarnio público de la Unión Europea (UE) -en los terrenos financiero, mercantil y militar- inculpando y denostando a la comunidad en París, la OTAN, el G-7 y hasta en instituciones de la ONU. Todas las apuestas estadunidenses apuntaban a las posibilidades de que la UE -considerada un competidor a avasallar- se continuara desarticulando a partir del brexit británico (sobre el cual depositó todas sus fichas para firmar un TLC).

No puedo asegurar que Joseph Biden haya leído, departido personalmente o conozca fehacientemente el pensamiento de Henry Kissinger, pero aplica las reglas de éste a pie juntillas. “Creo que la recuperación de una visión estratégica global para EEUU es un elemento esencial de nuestra política extranjera”, sostiene el nacido alemán naturalizado estadunidense. Eso es lo que tejió el mandatario en su bien cocida, armada y planeada gira europea.

Con debida discreción, los aliados del G-7 mantuvieron una línea similar de aprobación al retorno a “buenas costumbres” deparadas por su guía en la dirección que a todos beneficia y recibir a cambio, de esa potencia – agradecidos- protección y defensa.

La bilateral en Ginebra con Putin -en un contexto de expectativas mundiales- no se vio alterada por agresiones personales ni por rostros descompuestos de los protagonistas, sino en un ambiente calmo, desarrollado sin grandes avances y, entonces, sin grandes progresos. En síntesis, de acuerdo con los dichos de los protagonistas, mantuvieron conversaciones en que sobrevolaron sobre algunos tópicos, sin profundizar y donde se presentaron ciertas desavenencias, puntualizaciones de las partes y aportes hacia zonas de entendimiento que deberán estudiarlas cada uno.

Debe entenderse que Biden llegó con los avales de Occidente, que son los criterios que están en el interés de EEUU, mientras Putin -según parece- lo hizo sólo acerca del de Rusia. De acuerdo con lo manifestado por los mandatarios, partieron del momento más bajo en su relación y empezaron a escalarla reponiendo a sus embajadores en las correspondientes misiones, dejaron que los cancilleres estudien la posibilidad de intercambiar prisioneros y cuestiones relativas a la seguridad común, temas propuestos por Putin. Biden tuvo oportunidad de proponer un diálogo sobre armamento nuclear y en ese momento pedir apoyo ruso para que Irán no lo fabrique, lo que beneficiaría a un elemento agresor mesoriental que no estaba en la mesa: Israel.
Acerca de la seguridad, a la que se refirió el eslavo, aseguró que hace parte de lo “extremadamente importante” para Rusia y EEUU, admitiendo que fue un área donde no hubo progresos. En él se dieron desacuerdos porque Biden aseguró que Rusia acompañaba las campañas de espionaje con elementos cibernéticos y provocó la respuesta del ruso afirmando que esas acciones, mayoritariamente, se generaban en EEUU.

Las desavenencias surgieron al abordar el tema derechos humanos y se hicieron referencias a los casos del Congreso, en Washington, y a la prisión de Alekséi Navalni. Sin embargo, Biden fue elogiado por Putin, al decir que aquel era, congratulándose, un presidente distinto (a Donald Trump).

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