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Outsider versus político profesional por Ignacio De Posadas

Outsider versus político profesional por  Ignacio De Posadas
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Equivale a: respeto por las instituciones y los procedimientos democráticos vs preferencia por los atajos

Es claramente una de las características más salientes del gobierno Trump.

La impaciencia con los políticos derrama fácilmente sobre las trabazones del funcionamiento del sistema.

Es muy importante tener claro dónde están los nudos. Separar los tantos. Para evitar que la búsqueda de soluciones tajantes resulte en algo peor que la enfermedad.

No es obvio, ni de evidencia práctica corriente, que quien lleva muchos años en la política por ese solo hecho entienda cómo deben funcionar las cosas. Sobran los ejemplos de esto en los tiempos que corren. Por otro lado, ocurre con frecuencia que quien quiere hacer política no entrando por la puerta, si no derrumbándola, termina tirando al bebe junto con el agua de la tina.

De alguna manera, la inclinación por los outsiders está diciendo que la vida política anquilosa y hasta corrompe. Ejemplos de ambos hay, pero no como para enunciarlo bajo forma de regla general, sin excepciones. Aunque la frecuencia de lo primero se ha tornado algo muy preocupante.

De todas maneras, la evidencia de estos fenómenos de degradación debería llamar a reflexión, (y no sólo a reacción).

A los políticos, por supuesto, y es el reclamo que se oye más comúnmente. Pero no sólo a ellos: el outsider que se siente con ganas debería parar un momento y reflexionar porqué se dan esos fenómenos. No sea que se la vaya a creer que los defectos del político, tan visibles, como no se dan en él, son prueba de su superioridad.

Una reflexión más humilde debería llevarlo a meditar que la realidad no es de un universo político mediocre y hasta deshonesto, frente a un universo de outsiders lúcidos y probos. Malos y buenos hay (había) en las películas. En el mundo real, las circunstancias afectan a las personas y no es raro ver que circunstancias parecidas, producen efectos similares.

Algo de esto le ocurrió a muchos frenteamplistas, quienes se la creyeron, a fuerza de tanto repetir cuando eran oposición, que los partidos gobernantes eran antros de burros corrompidos, mientras que ellos eran lúcidos, bien intencionados y generosos. A los pocos años de estar en el gobierno le han tirado el bochín muy lejos a Blancos y Colorados en materia de metidas de patas y manos.

Hay un viejo dicho que reza: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Algo de eso hay. Pero el asunto es aún más complejo. Lo que estamos presenciando no es sólo consecuencia del poder (y de la sensación de impunidad que baña a muchos cuando llegan el poder). También hay fenómenos que hacen y se nutren en los invernáculos burocráticos del Estado), que generan o ambientan otros defectos: ya no el desplante soberbio de poder, sino el aburrimiento, maniatado y protegido, sin premios ni castigos. ¿Para qué esforzarse? ¿Para qué innovar? ¿Para qué arriesgarse? Un sistema que no alienta, ni da oportunidades de realizarse personalmente, es un sistema que presiona en favor del letargo como mecanismo de sobrevivencia.

En definitiva, no es sólo cosa de outsiders. Bienvenidos si son buenos y si no están auto engrupidos. Pero con eso sólo no cambiarán mucho las cosas. Sobre todo, no de forma duradera.

El mejor camino, creo yo, está en una buena movilidad dentro de los partidos, que permita renovaciones y recambios. Pero para eso la política tiene que recobrar su atractivo como tarea de bien común y las generaciones jóvenes superar el síndrome del “me first” que las caracteriza. Ambos fenómenos son culturales y como tales difíciles de cambiar, pero eso no excusa un análisis de los problemas para ver qué se puede hacer.

Algunas cosas son bastante obvias. No fáciles, pero si evidentes. Por ejemplo, hay que quitar los estímulos negativos que llevan a la perduración de políticos más allá de sus términos de utilidad (entusiasmo, frescura, etc.). Obsesionados con la manía de juzgar hemos eliminado las redes de amortiguación para quien salga de la vida política. Hoy en día y en un país como el nuestro, una persona que quiera o deba reinsertarse laboralmente después de pasar cinco o diez años en política, se las ve muy difícil. El sistema de la jubilación anticipada (famoso 383), o las compensaciones extraordinarias, podrán rascarnos a contrapelo, pero tienen la virtud (aún si no reconocemos la justicia) de permitirle a quien considere dar por terminada su actividad política, de hacer posible su reinserción. Quitarles eso, produce el efecto de acicatear a los políticos a aferrarse a lo que venga. Y, como se ha visto de forma impactante, es mucho mejor y más barato para la sociedad, pagarle al ex diputado o ex senador uno o dos años de indemnización, que tenerlo dirigiendo un ente autónomo.

Más complejo, pero no menos necesario, es empezar a discernir la diferencia entre Estado y Democracia para, acto seguido, recortar los tentáculos de aquél que ahogan progresivamente a esta.

Resumiendo: no nos dejemos tentar por los outsiders. No son la salvación fácil para arreglar algo que tiene defectos, estructurales y culturales.

 

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