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Pescadores de ilusión por Facundo Terra

Pescadores de ilusión por Facundo Terra
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“En los barrios donde realmente la cultura debería de aflorar es donde más te trancan”, dice Gabriel, cantinero del Club de Pesca Piedra Honda, donde convergen diferentes grupos artísticos.

Sobre avenida Rivera, en la esquina con Pedro Bustamente, la mansa lluvia baña el vacío propio del sábado. Frente al Club de Pesca Piedra Honda, un hombre desciende velozmente de su camioneta y en un pique cortito, con un casillero en cada mano, se pierde en la penumbra.

Pocos metros al costado, un puñado de gurises que entre mates y vinos aguardaban refugiados bajo techo, comienzan a desfilar hacia la antigua edificación.

Desde 1942 el Club de Pesca Piedra Honda abrió sus puertas sobre la transitada avenida que atraviesa Montevideo. El vacío y el silencio del espacioso salón estremece y envuelve a quienes van ingresando. Al fondo, atravesando la pieza principal, detrás del mostrador, Gabriel, “Pestaña”, para los asiduos al club, cumple un rol mucho más profundo que el de un simple cantinero.

Las murgas de jóvenes marcan, regularmente, el horario de apertura. El enfoque social y lo comercial lejos de transitar por carriles separados, se entrelazan, con la finalidad de “que los gurises se apropien del lugar”, así lo describe Gabriel.

La pandemia desnudó en cierto sentido al club, “se llevaron la rocola, el pool y las maquinitas. Es un negocio, pero decidimos no tentar en una situación delicada, por más rentable que sea para el club, no vamos a matar a los amigos”, priorizando la reunión, un truco, una conga o incluso comer un asado, además de la reluciente mesa de billar, el atractivo que nuclea el gran salón.

A pesar de la tormenta sanitaria, exhausto, pero aún erguido se mantiene el club de Pesca: “Suma para el barrio, hay comunión, respeto, buena onda, acá las murgas conviven con la gente del club. Para mí la base es lo social, sin eso no hay club posible”, asegura Pestaña.

El arte como mero acto de expresión afligido y pospuesto, corrió indignado a la deriva. La cultura mutilada vuelve a dar pasos cortos pero firmes, las perillas, ya herrumbradas, empiezan a ceder: “En los barrios donde realmente la cultura debería de aflorar es donde más te trancan”, reflexiona Gabriel antes de despedirse y perderse tras el mostrador.

Diversos grupos artísticos confluyen en el espacio: grupos de gimnasia, clases de gramilla, conjuntos de carnaval, Mundo Afro y La Ventolera, entre otros. Como en cada colectivo donde el único lucro es el disfrute, bajo el banal beneplácito de las autoridades, los conjuntos comienzan a diseñar sus diferentes expresiones. No es la excepción de la murga Bajala por Ruffini que vuelve a los ensayos con la intención de sumar experiencias y dar un paso hacia el carnaval del interior. La murga que cobró vida en 2007, y desde 2009 no faltó a ningún encuentro de Murga Joven hasta el 2014, retornó en el año 2019 y un nuevo descanso le permitió fijar nuevos horizontes.

Del salón se desprende una empinada escalera que lleva a un pequeño subsuelo. Los abrazos, miradas de complicidad, saltos, danzas y cánticos previos al inicio del ensayo denotan la satisfacción por el reencuentro. “El grupo humano es la gran figura de esta murga, es lo más importante, después el arte. Desde el grupo construir, encontrar una comunicación, eso lleva tiempo y trabajo. Empezamos en abril a ensayar y estás hasta marzo viéndote a diario, tiene que haber amistad”, comenta Andrés, letrista de Bajala por Ruffini y uno de los integrantes con más años en la murga. Tras dos años de abstinencia, para él “hay necesidad de decir, de expresarse, el carnaval como fiesta popular siempre fue necesario, el año pasado faltó y se notó”. Pablo, también encargado de los textos, adhiere con una sonrisa a lo dicho por su compañero y asegura que “genera una responsabilidad”, la murga “tiene la posibilidad de decir cosas artísticamente y de expresar su mensaje a una gran cantidad de público”.

Los vasos y sillas quedan desplazados a un costado mientras Gonzalo, director de la murga se toma unos minutos para repasar la presentación. Luego la posta la toma Andreyna, el teatro poco a poco ganó terreno en las murgas y la encargada de la puesta en escena, entre chistes y algún reto intenta decir más allá del canto. Gianni, el otro miembro de la pata escénica, actúa de asador en el reducido patio que airea el subsuelo, de un lado a otro se desplaza, tira unos palos, prepara la parrilla y se permite meter bocado en la charla que ocurre a metros de él. Un grito cae al igual que la amigable neblina del piso de arriba, un allegado al club comparte unas palabras con el encargado de la parrilla y a la distancia se despiden Pocos minutos después, bajo aplausos y más de un gesto de alivio el ensayo llega a su fin. Por más pequeño que aparenta, el patio parece ser a medida. Unos se acomodan en un rincón, algunos descansan apoyados en la pared y otros tan solo pierden la mirada en el fuego. En el arte como en la vida misma se trata siempre de “intentar dar un salto”, dice Pablo. Los hechos culturales no se resignan y continuarán exponiendo realidades, casi como en un reparo a Gabriel reposan en la mesa de una cantina a la espera, quizá indignados, con un dejo de ilusión.

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