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Pongamos que hablo de Joaquín

Pongamos que hablo de Joaquín
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Se acaba de editar “Sabina. Sol y sombra” (Efe Eme editorial), del escritor y periodista español Julio Valdeón. Se trata de “una biografía musical” que recoge no solo la voz del propio Sabina sino la de decenas de amigos y artistas que estuvieron a su lado, sobre el escenario y debajo de él. Un libro integral e imprescindible que por su profundidad y detalle adquiere el carácter de definitivo.

Joaquín Sabina ha cosechado una legión de seguidores – también alguno detractores – en el Río de la Plata. Los primeros trabajos que sonaron en los grabadores de éstas latitudes fueron – en versión cassette – “Hotel dulce hotel” (1987) y “El hombre del traje gris” (1988). Con “Mentiras piadosas”, un disco de 1988, alcanzó la primera ola de popularidad, sobre todo por canciones que se volvieron clásicos de su repertorio como “Eclipse de mar”, “Con la frente marchita” (un relato muy personal ambientado en Buenos Aires) o “Pobre Cristina”.

A ambas orillas del río cosechó amistades musicales y personales. Del lado argentino, por ejemplo, grabó un disco con Fito Páez que trascendió más por las desaveniencias en que cayeron ambos que por sus canciones. O compuso la canción “Dieguitos y Mafaldas”. Del lado uruguayo, en febrero de este año Jorge Drexler le hizo y dedicó una canción. Y se ha dicho que en alguna oportunidad, cuando Sabina conocía a una mujer, de las primeras cosas que hacía era hacerle escuchar el disco “Guitarra Negra”, de Alfredo Zitarrosa. Si la dama afirmaba que no lo entendía o no le gustaba, la invitaba a retirarse.

En sus incursiones uruguayas Sabina supo tocar entre otros en el Estadio Franzini, en el Auditorio del Sodre y en el Estadio Centenario. Este año vuelve al coliseo máximo del fútbol nacional. Actuará en la Tribuna Olímpica el 16 de diciembre con “Lo niego todo”, un nuevo disco que además da nombre a una gira que lo llevó y llevará a tocar en España, Inglaterra, Francia y el Sur de América del Sur.

En ese contexto, – si fuera fútbol podría decirse que “para calentar la previa” -, llegó recientemente a las librerías nacionales “Sabina. Sol y sombra”, de Julio Valdeón, un periodista y escritor nacido en Valladolid en 1976. Licenciado en Historia, publicó sus primeros artículos en los 90. Hoy colabora con portales como EfeEme.com y el programa La Cultureta, de Onda Cero. Es columnista de varios medios y ha publicado varias novelas. Y un ensayo (“American madness: Bruce Springsteen y la creación de Darkness on the edge of town”), Premio de Novela Ciudad de Salamanca (2005) y Premio Cossío de Periodismo en la modalidad de Opinión (2011).

Sobre el final de su libro, Valdeón hace una radiografía detallada del Sabina actual: “El animal social eligió vivir lejos de casi todo. No está retirado, pero hay noches en que la única ventana abierta al mundo es un televisor mudo. Quizá lo que le gustaría es apostarse en una terraza, en una plaza. Escuchar gente. No puede. Hace demasiado que dejó de ser desconocido y el peso de la popularidad cayó sobre él con toda su crudeza. De modo que vive parapetado en un hogar muy Neruda. En su casa hay vírgenes de escayola, cartelones, máscaras, un piano de cola, cachivaches del mercadillo, trajes de luces dispuestos en hornacinas, óleos, esculturas y cientos, miles de libros (…) y gatos, peludos y orientales, macizos y gordos, que desparraman por los sofás sus monumentales cabezotas. El hombre que hizo de la calle un evangelio quema los días entre estas paredes”.

Antes de eso, el autor dedica su grueso trabajo – más de 500 páginas – a la reconstrucción de Sabina desde una perspectiva musical. Escrito durante un año y medio, Valdeón se plantea contar mejor y “con ambición panorámica” lo que se sabía de Sabina pero también “iluminar aquello que ignorábamos”.  Hay, pues, comentarios sobre sus discos y canciones, además de entrevistas a decenas de músicos, amigos, artistas, críticos, editores, periodistas, cineastas y productores que lo acompañaron en el escenario, “grabando o de farra”. Entre estos, se destacan Pancho Varona y Antonio García de Diego, los dos legendarios laderos musicales de Sabina.

Como bien presagia el escritor y cineasta Javier Rioyo en el prólogo, en la lupa que se posa sobre Sabina no hay una intención de disecarlo sino de “desnudarlo por dentro como si fuera una Eva cualquiera”. Y se apunta “a afrontar la imposible tarea de resolver un enigma llamado Joaquín Sabina”.  Es “una biografía musical”, donde la música le da sentido al relato, “e incluso vertebra sus capítulos, pero ni quiere ni sabe desgajarse de la persona y su contexto”. El libro no se detiene solo en la música, ya que también se hacen referencias a los diez libros que Sabina tiene publicados. Y se mencionan los dibujos y el prólogo que hizo para un libro de Pancho Varona (“Más de cien verdades”) donde el músico repasa su trayectoria.

El recorrido de “Sol y sombra” se inicia en Úbeda el 12 de febrero de 1949 cuando nació Joaquín Ramón Martínez Sabina, hijo de un inspector de policía y una ama de casa. Sigue por los primeros conciertos en Londres en 1973, los recitales en España a fines de los 70 y las primeras presentaciones en México para pasar a las giras interminables o los escenarios compartidos con Joan Manuel Serrat. Los discos de Sabina son parada obligada en el relato de Vadeón. En el medio, hay espacio para anécdotas, recuerdos y reflexiones sobre música y todas las artes. Se comenta la “cocina” de discos y giras y hay menciones a escritores, pintores y poetas. Se hace referencia desde a Gabriel García Márquez o Whitney Houston hasta Roberto Fontanarrosa; desde Bukowski o Mario Benedetti hasta Bob Dylan, Dire Straits o Paco Ibáñez.

También hay referencias a las flaquezas de salud de Sabina, sobre todo la que lo asaltó en la madrugada del 24 de agosto de 2001 cuando, luego de una cena con Ana Belén y Víctor Manuel, se le paralizó el brazo y la pierna derechos. Fue ingresado de urgencia a un hospital y se le diagnosticó un infarto cerebral. También se detallan algunas controversias con colegas. O su vínculo con la cocaína o el alcohol. “He pasado por todos los whiskys del mundo, y al final coincido con muchos cantantes. El tequila es lo mejor, porque no agrede la voz, al contrario, la pone bien. La prueba son los mariachis, toda la noche cantando, bebiendo tequila al aire libre…”, dice Sabina ante Valdeón.

Sabina confiesa en el libro,  una vez más, que su objetivo no era ser cantante sino escritor: “Yo quería ser uno de esos oscuros escritores, profesor de instituto, casado y con hijos, y los fines de semana escribir mi gran novela, que iba a ser genial pero nadie la iba a entender ni la iba a comprar”. Y cuenta que prefiere irse a lugares donde es un desconocido, o casi, para escribir sus canciones. “El gran motor del cancionero sabiniano ha sido la mujer, el amor y el desamor”, sentencia Valdeón.

El relato fluye, bien escrito y amarrado por datos precisos, como si fuera una gran charla nocturna, entre humo de cigarros y el tintinear de los licores. Se han escrito varios libros sobre Joaquín Sabina pero este “Sol y sombra”, si bien está escrito desde la admiración, no hace concesiones y es “una narración crítica”, lo que lo vuelve un texto de referencia y lo posiciona para ocupar el primer estante en la biblioteca sabinera. Sobre todo porque, como el mismo Sabina sostiene en este trabajo: “Hay un montón de libros sobre mí. ¡Y hay cada disparate!”.

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