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Precisión debida  por Ruben Montedonico

Precisión debida  por Ruben Montedonico
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Algunos hechos ocurridos en estos días atrajeron la atención de muchos. Los representantes del capital -en muchos casos accionistas o financistas anónimos- se reunieron en Davos y en lugar de no decir nada de real interés -tampoco hubieron trascendidos- en sus habituales pérdidas de tiempo en que exhiben creencias de ser los dueños del mundo, fueron sorprendidos por un invitado que les fue a pedir dinero: Volodímir Zelensky resultó ser un audaz osado. Los concurrentes debieron disgustarse con él porque les hizo perder tiempo a la resolución de qué camino adoptarán ante la inexorable caída del ciclo neoliberal del capitalismo y la correspondiente decadencia de su modelo de globalización -notoriamente acelerado tras la postpandemia con guerra ucranio-rusa- aunque sus achaques son evidentes en todo el presente lustro, algo que anticipa a las grandes mayorías populares que aún sufrirán sus estertores.

A nuestro continente se lo convocó para una cumbre en Estados Unidos (EE.UU): era la segunda que se celebraría en ese territorio desde aquella reunida por William Clinton tras ganar la primera “guerra fría”. Queda a la vista que quienes organizaron esta cita no leyeron el Quijote, por lo que no consideraron que Cervantes escribe para Sansón Carrasco la proverbial frase (que ‘algunos dicen’) “Nunca segundas partes fueron buenas”. No se trató solo de los horrores del mapa simbólico de presentación con el norte agrandado, las faltas de dos extremidades de México y de territorios insulares argentinos (entre ellos, el archipiélago de Malvinas): tres naciones americanas fueron excluidas previamente de la reunión pero no de la cartografía; de varios países no concurrieron presidentes, hubo ausencia por razones de salud; otros vapulearon a la OEA y alguno decía que así no se hacen las cosas; cumbre insulsa, del fracaso y el ridículo, paso en falso del imperio.

Entre dos domingos de este mes (el pasado y el próximo) se decidirá -con mayorías abstencionistas- en Francia la composición de la nueva Asamblea Nacional. Entre las apuestas que se cruzan en estos comicios solo veo a dos ofrecer ciertas seguridades: que la cómoda alianza que sustenta en el cuerpo a Emmanuel Macron sufrirá una importante reducción, y las voluntades de grupos de izquierda, conjuntados por Jean-Luc Mélenchon, crecerán, en particular socialdemócratas y comunistas. Para esta segunda postura no me animaría más que a apuntar por un crecimiento notorio de las oposiciones en esta cámara baja y un descenso amplio del oficialismo; sin embargo, el objetivo de contar como primer ministro a Mélenchon -para otorgar seguridades legislativas al gobierno Macron- se me antoja un poco más lejana.

Un relativo silencio de calificaciones se abate sobre un cambio progresista-centroizquierdista en Chile, con la presidencia de Gabriel Boric, la que tal vez finalice tras la votación sobre un nuevo texto constitucional, al parecer, la piedra angular para decisiones de importante calado del Ejecutivo.

En tanto, se espera con ansias el balotaje colombiano del 19 de junio, que para muchos puede dar vuelta la página al histórico bipartidismo corrupto reinante -en el caso que el triunfo corresponda a Gustavo Petro- con lo que llegaría una lenta extinción del dominio político-militar estadunidense, u otorgarle un periodo de gobierno más a la ultraderecha conservadora con Rodolfo Hernández Suárez, acusado por actos de corrupción. Deseo que Petro sea ganador -lo ratifico-, tanto por él como por lo que pueda hacer su candidata a vice, Francia Márquez, luchadora contra el extractivismo y la segregación de negros y mujeres en su comunidad.

En más de una oportunidad, a través de estas notas he demostrado mi escepticismo acerca de las propuestas de la centroizquierda latinoamericana -que entiendo que componen sustancialmente progresistas y socialdemócratas- que en sus alianzas refrenan todo anticapitalismo que algunas de sus fuerzas pretendan proponer, volviendo como central el aparato de reproducción electoral.

sostengo que me niego a ver con los ojos estereotipados del siglo XX, que básicamente destacaron el innegable valor económico-crítico de Marx. Aplicando una simple lógica dialéctica, me parece fundamental de su pensamiento la arista que pasa por ordenar ideas sobre realidades, el análisis de las contradicciones principales entre los deseos democráticos de las mayorías y aquellos opuestos a las mismas, cuya resolución tiene que ver en gran parte con un nuevo sistema de relaciones económicas, pero no sólo con ellas.

Por tanto, me afilio a las interpretaciones de Gramsci, quien nos legó treintaitrés Cuadernos, escritos en la cárcel, con centenares de reflexiones, anotaciones y referencias para ser traducidas, entendiendo que su recuperación y publicación (por el PCI) durante la “guerra fría”, colaboraron a su resurgimiento. Fue el primer marxista al que le leí que la cultura no es simplemente la manifestación de relaciones económicas subyacentes, sino -sobre todo- uno de los elementos de la hegemonía, definida como el proceso constante de negociación del poder y desplazamiento ideológico que determina la política moderna y las sociedades capitalistas.

Su análisis del poder social -el que no simplifica sólo desde el ángulo de la dominación y la subordinación- estudia cómo una matriz compleja de las instituciones, junto a la producción cultural y literaria de las fuerzas alternativas opositoras a lo consabido, tienen un papel determinante.

La inspiración gramsciana -que había estudiado en profundidad el ascenso de Mussolini y el fascismo- anima el artículo de Marxism Today de 1979, en que primeramente se devela el significado de la acción thatcherista, entendida como el proyecto hegemónico sobre el que se trazaba una “modernización reaccionaria”, similar al corporativismo fascista italiano. El autor del artículo (Stuart Hall), coincidiendo con Gramsci, partía en su análisis de que el thatcherismo era un fenómeno político porque previamente fue un fenómeno cultural.

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