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Prontuario de un espécimen en extinción por Hugo Acevedo

Prontuario de un espécimen en extinción  por Hugo Acevedo
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A los 85 años de edad y con más de seis décadas de trayectoria política, el ex presidente colorado Julio María Sanguinetti sigue destilando odio contra el Frente Amplio y el movimiento sindical, al acusar a la izquierda de adherir a la insubordinación militar que transcurrió en febrero de 1973.

Como se recordará, por entonces los mandos del Ejército y la Fuerza Aérea resistieron la designación del general Antonio Francese como Ministro de Defensa Nacional, por parte del derechista presidente colorado Juan María Bordaberry.

En el contexto de lo que fue conocido como “Febrero amargo”, en alusión al libro publicado por el extinto ex senador batllista Amílcar Vasconcellos, las jerarquías castrenses emitieron los comunicados 4 y 7, que contenían proclamas programáticas de talante revisionista para afrontar la grave crisis económica y social del momento.

Aunque los textos dejaban explicitado el sesgo visceralmente antimarxista de los sublevados, fueron tomados ingenuamente por organizaciones de izquierda como definiciones de impronta peruanista, análogas a las  reformas de corte progresista implantadas por el general Juan Velasco Alvarado en Perú.

Empero, es una auténtica canallada y una grosera bastardización de la verdad histórica afirmar que el Frente Amplio y el movimiento sindical reivindicaron la sublevación castrense.

El que sí se plegó a los golpistas fue el presidente colorado Juan María Bordaberry, cuyo gobierno integró Sanguinetti como Ministro de Educación y Cultura, quien, con tal de permanecer en su cargo, cedió a las presiones de los insubordinados y aceptó compartir el poder con ellos, en una suerte de democracia tutelada que era una mera farsa.

Como se recordará, en julio de 1972, el parlamento, con los votos de colorados y blancos, aprobó la Ley de Seguridad del Estado, consagrando desde ese momento el tutelaje, en lo que fue la primera fase del golpe de Estado.

El proceso se completó naturalmente el 27 de junio de 1973, cuando Juan María Bordaberry disolvió las dos cámaras del Poder Legislativo e instauró la dictadura cívico militar.

Es una flagrante falacia que el alzamiento de febrero fue repudiado por el batllismo como afirma Sanguinetti, porque, a comienzos de la década del setenta, el Partido Colorado estaba virtualmente vaciado de referentes progresistas, luego de la migración hacia el Frente Amplio de descollantes personalidades como Zelmar Michelini y Alba Roballo, entre otros.

Más allá de sus orígenes y de autoproclamarse como tal, Sanguinetti no es batllista, porque fue Ministro del gobierno represor ultraderechista de Jorge Pacheco Areco, que asesinó estudiantes, encarceló y torturó obreros, militarizó trabajadores bancarios, censuró medios de prensa e ilegalizó fuerzas políticas.

En tanto, la actitud del wilsonismo en todo ese período fue ambigua, ya que votó, en julio de 1972, normas represivas que permitieron a los militares actuar con la más absoluta impunidad y discrecionalidad contra civiles.

Sanguinetti, que se empeña en atacar a la izquierda casi cincuenta años después, sabe muy bien que el principal objetivo de la dictadura, luego del desmantelamiento de la guerrilla en 1972, era destruir al Frente Amplio, según lo consignado por documentos del Departamento de Estado norteamericano.

También tiene claro que el golpe de Estado era inevitable, porque fue parte de una operación de naturaleza geopolítica en el marco de la guerra fría. No en vano, casi toda América del Sur estaba por entonces salpicada de sangrientos regímenes títeres apadrinados y digitados desde los despachos de la Casa Blanca, del Pentágono y de la CIA, incluyendo, por supuesto, a Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Bolivia, entre otros.

Sanguinetti también sabe que la dictadura fue realmente cívico militar y que su partido aportó nombres y hombres que ocuparon –por afinidad ideológica- cargos de gobierno en ministerios, empresas públicas, intendencias y hasta en el Consejo de Estado que usurpó al disuelto Poder Legislativo.

¿Acaso Sanguinetti, que fue siempre un político muy inteligente y sagaz, no sabía quién era realmente Juan María Bordaberry y que este –que se formó bajo la égida del dirigente ruralista de extracción fascista Benito Nardone (Chicotazo)- carecía de vocación democrática? Por supuesto, lo sabía. Sin embargo, no dudó en integrar su gobierno.

¿Cómo osa este señor acusar a la izquierda de eventual connivencia con los golpistas, siendo que fueron el Frente Amplio y el movimiento sindical los que más padecieron la dictadura, con encarcelados, asesinados, desaparecidos y exiliados?

En efecto –aunque se maquille-este redivivo dinosaurio sobreviviente de la guerra fría tiene una larga historia que cuestiona sus dudosas convicciones democráticas.

No en vano, integró los gobiernos autoritarios y brutalmente represores de Jorge Pacheco Areco y Juan María Bordaberry, fue el candidato predilecto de la dictadura electo en comicios con proscripciones y con cientos de presos políticos, pactó con el golpista general Hugo Medina a quien designó como Ministro de Defensa durante su primer gobierno, pergeñó el secreto Pacto de Anchorena donde se habría fraguado el perdón a los aberrantes crímenes perpetrados por los militares y fue el arquitecto de la inconstitucional Ley de Caducidad.

Para poner en cuestión la vocación democrática del Frente Amplio hay que tener autoridad ética, de la cual Julio María Sanguinetti naturalmente carece, porque su historia –de espécimen en vías de extinción- lo condena.

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