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¡Rebaño, temblad! por Carlos Henderson

¡Rebaño, temblad!  por Carlos Henderson
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Los migrantes, sobre todo si se integran en la sociedad anfitriona, muchas veces sienten estar en un territorio intermedio, donde manejan códigos socioculturales diferentes Pronto habré vivido la mitad de mi vida fuera de Uruguay, más concretamente, en Suecia. A veces, esto hace que vea fenómenos que pasan desapercibidos para quienes viven en el país o fenómenos que no causan la sorpresa que despiertan en mí. Uno de estos fenómenos tiene que ver con la Suprema Corte de Justicia.

Frente al Palacio Piria, sede de la Suprema Corte de Justicia ubicada en la Plaza Cagancha, hay una placa con un epígrafe de Gustav Radbruch. En el texto aparecen tres errores de ortografía. Como profesor de idioma español y habiendo dado clases de español como idioma extranjero a estudiantes universitarios por muchos años, no me horroriza ver que alguien no les ponga tilde a algunos pronombres, y perlas del estilo de “*¡que espectaculo!” o “*no se como os atreveis” son mi pan de cada día. No obstante, que este tipo de errores sea cometido por una institución tan fundamental del país, de mi país, del país en el que nuestro prócer José Artigas nos pidió que fuéramos tan ilustrados como valientes, en el santo y seña que usó para su ejército andrajoso el día en que autorizó la fundación de la Biblioteca Nacional, me pone incómodo. Es como sentir vergüenza ajena. Además, esta es una institución que usualmente muestra un altísimo grado de escrupulosidad en el manejo de la palabra. La exactitud y rigurosidad del texto jurídico podría ser de vida o muerte. Por suerte, no tenemos pena capital en Uruguay, pero podríamos imaginar el peligroso espacio interpretativo en una sentencia sin coma como “juicio no paredón”. Ahí, frente a la placa, me faltó poco para quitarme la camisa y tapar el texto. ¡Si algún o alguna de mis estudiantes viera esto!, pensé con terror, ¿me exigirían el reintegro de todos los puntos que he descontado por falta de tildes?

Como primer paso, escribí una carta y la envié al Servicio de Información al Público de la Suprema Corte, del cual recibí acuso de recibo y que derivarían mi carta a la División de Arquitectura. Un año y medio más tarde, cuando fui a pasar las Fiestas 2019-2020, lamentablemente tuve que constatar que los errores de ortografía seguían allí. Hasta el día de la fecha tampoco he recibido respuesta a la carta que le envié directamente al entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, Dr. Eduardo Turell Araquistain.

Todo esto no es, sin embargo, lo que revela ese encontrarse en un territorio intermedio, como decía al inicio, sino la sorpresa que me causa cuando escucho las múltiples reacciones de familiares y amigos queridos, todos buena gente y bienintencionados: “¡el sueco!”, “sentate porque parado te vas a cansar”, “¿todavía creés en los Reyes Magos, vos?” o un simple rebolear de ojos. Entiendo los comentarios, conozco cuán duro de roer es el hueso burocrático uruguayo, pero me asombra ese desaliento, ese ni proponérselo, ese “no” antes de siquiera intentarlo. No afirmo que esa actitud sea la única causa de la inoperancia burocrática. Pero ¿no será una de las causas que asegura la tranquilidad de que nada va sucederles a quienes deberían poner las dichosas tildes en el texto de Radbruch y no cumplen con su trabajo?

Muchas personas en Uruguay tienen gran consciencia política, al menos si comparamos, por ejemplo, con Suecia. Aquí hay pocos que no tengan una opinión sobre el gobierno, el último aumento, la política de tal o cual ministerio. Si se decreta paro, nos quedamos en casa, ¡faltaba más! Como ovejas de rebaño, somos muy valientes, pero ¿qué pasa cuando la oveja queda sola en el descampado? En el plano individual, a veces tendemos a excusarnos: “¿de qué serviría?, “¿jugamos un partido con la pelota que me van a dar?”, ¿…como si no tuviera cosas más importantes que hacer?” o “¡y así funciona todo, viste!”.

Sin embargo, sería interesante saber qué pasaría si la repartición correspondiente de la Suprema Corte de Justicia o la secretaría del presidente de la Corte recibiera muchos mensajes. ¿Les sería tan fácil hacer como si lloviera? Con suerte, se prende una cámara o un micrófono que aumente las posibilidades de una respuesta oficial. Y en mi fantasía de oveja en el descampado me imagino una clase abierta de ortografía que el gremio de los maestros o de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación decidiera ofrecerle a la Suprema Corte de Justicia junto a la placa de Radbruch y que terminara con un ejercicio para que la División de Arquitectura y el propio Turell le pusiera las tildes a la oración “¿Como como como, si ya no se que hacer ni como comer para adelgazar?”.

Sí, don José, tan ilustrados como valientes, para estar en el medio del descampado y poder gritar con fuerza “¡te faltó una tilde!”.

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