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¿Republicanos con pies de barro?

¿Republicanos con pies de barro?
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Hay una suerte de esquizofrenia en la política uruguaya. Vemos un día que todo el espectro político sale a respaldar al presidente Vázquez frente a su problema de salud y escuchamos luego a una senadora del FA hablar de la oposición como Frankenstein. Asistimos al hecho de que tres expresidentes comparten un acto de homenaje a Claudio Paolillo y luego dirigentes partidarios se lanzan improperios de grueso calibre para descalificarse mutuamente. El intendente de Canelones inaugura un monumento a Wilson y simultáneamente su grupo político realiza spots publicitarios pegándole con un caño a los dirigentes del Partido Nacional.                 Nos llenamos la boca hablando del republicanismo uruguayo y las redes sociales son una cloaca de fachos, focas y otros epítetos por parte de militantes partidarios.

¿No es posible poner coto a este tipo de campaña?  ¿La polarización es tan fuerte que no se puede actuar en forma civilizada? ¿La mitad de la población es oligarquía? ¿Hay doble discurso de los líderes políticos que no frenan a sus partidarios? ¿Los agravios suman votos?  ¿Insultos o propuestas?

 

Ah, la campaña electoral y el fuego cruzado por Gonzalo Abella

Cuando la Sra. Graciela Villar lanzó su frase “oligarquía o pueblo” alguien respondió preguntando a su vez si ella pensaba que todos los que votan a la derecha son oligarquía. Si lo primero fue una frase infeliz tan sólo por quién lo dijo, más infeliz y falaz es la objeción.

A pesar de que el sentido literal del término “oligarquía” es “gobierno de pocos”, la acepción actual es de “gobierno para unos pocos”. La Sra. Villar, que conoce de asentamientos, debería recordar que hay 250 000 personas habitándolos (¡muchos más en realidad!!), que su gobierno extranjerizó la tierra, se puso de rodillas ante las trasnacionales, votó la Ley de Riego, envió tropas contra el martirizado pueblo de Haití, contra el saqueado Congo, y ahora en apoyo a la ocupación ilegítima de Israel en los altos del Golán. Debería recordar que la poca industria que nos queda está en manos extranjeras, que el Estado otrora poseedor de frigoríficos, flota mercante y ferrocarriles hoy sólo produce marihuana y “datos”, que a regañadientes todavía refina petróleo por la resistencia obrera, que sigue tercerizando servicios públicos, entregando zonas francas al por mayor y construyendo ferrocarriles para el extranjero que ahora participa en el diseño de programas de estudio;  que el promedio de jubilación para trabajo doméstico es $11000 y para un trabajador rural de toda la vida es 12 000; que sus agentes en el movimiento sindical impiden que el pueblo conozca toda la verdad… y que dos tercios de la inversión estatal en Salud va para las mutualistas.  Los datos oficiales sobre inequidad educativa o de endeudamiento asfixiante de pequeñas empresas urbanas y rurales deberían hacerle pregustarse si se gobernó realmente para el pueblo o para…No, definitivamente no estaba esta Sra. en condiciones de atacar al bloque de la derecha tradicional de esa manera. Las palabras no deben enmascarar las acciones

Pero, por otro lado, no se puede calificar al elector por el voto que emite. Ya en el siglo XIX Friedrich Engels decía que los trabajadores cada cuatro años pueden elegir libremente quién los va a engañar en el período siguiente. Y si no construyen una herramienta política propia, derribando las cúpulas oficialistas de sus propias organizaciones, seguirán votando erráticamente

Por eso el fuego cruzado, cuanto más espectacular, menos creíble. La serenidad crea el mejor ámbito para la reflexión; en cambio, el show de cruces rimbombantes crea sólo confrontación irracional de barras bravas y aspira a la manipulación de dos sentimientos encontrados: por parte del oficialismo, la exaltación del miedo de que “lo otro es peor”; por parte de la derecha tradicional, la denuncia de mala gestión e inseguridad ciudadana, acusando al Gobierno falazmente (con la complicidad oficial) de ser un “gobierno de izquierda”.

En medio de las estridencias, he encontrado “frentreamplistas desencantados” que todavía no advirtieron que en la primera vuelta no puede ganar un candidato de la derecha tradicional. Son personas inteligentes, pero el ruido vocinglero del oficialismo les impide pensar que blancos, colorados, independientes, maninistas y novikistas votan separados en octubre, y sólo pueden juntar fuerzas en la segunda vuelta, en noviembre.

La serenidad es el escenario que sirve a la Unidad Popular, incluso para distinguirse, (como trabajo colectivo, de eficiencia parlamentaria probada), de los vocingleros individualistas que compiten contra nosotros por el voto opositor.

Alguien me dijo: “Tenés razón, en octubre le presto el voto a la UP, porque el diputado de ustedes siempre defendió las causas populares”. “No, no nos prestás nada, hermano” le contesté. “En todo caso se lo das a los tuyos, a vos mismo; porque tanto la Socialdemocracia de Derecha que nos gobierna, con todo y sus falsos profetas del cambio dentro del cambio, como la derecha que puede gobernarnos, votarán juntos el cócktel de ajustes y esencialidades, de sometimiento y cianobacterias; y sus voceros se seguirán gritando en público y saludándose cordialmente en los mismos free shops de los mismos aeropuertos.

 

Que no se licúen las diferencias por Mauro Mego

En la política y más aún en la nuestra, pasiones juegan. Juegan porque nuestro sistema político hunde sus raíces en un tipo especial de sensibilidad que anida desde el nacimiento mismo de las identidades políticas tradicionales del País. Tan tradicionales como nuestra ya habitual autocomplacencia, nuestra glorificación del pasado y nuestros complejos como sociedad. Ya desde hace tiempo, solemos leer nuestro pasado o revisar nuestras características en base al mito de la “excepcionalidad uruguaya”. Y es cierto que “como el Uruguay no hay” en algunas cosas, es cierto que tenemos virtudes, pero de ahí a edulcorarnos hay un trecho. Por eso, se suele reducir al republicanismo y la democracia a un conjunto de rituales, buenos modales, gestos y posturas, que son, por supuesto, condición necesaria pero no suficiente. La política debe valerse de buenas prácticas y consensos, pero también de confrontación, de disenso, e incluso de agudas diferencias. Y nuestra política siempre ha tenido un componente confrontativo. Basta revisar nuestra historia, basta leer-por ejemplo- la pluma de José Batlle y Ordoñez y el calor con el que enfrentaba a sus adversarios desde “El Día” y la dureza con la que los conservadores le devolvían sus respuestas. Cito un ejemplo de alguien con suficiente densidad histórica al respecto. Hoy con las redes sociales y la proliferación del repugnante anonimato cobarde, es cierto, que la cosa se embarró, o tal vez se hizo visible lo que antes sucedía en el almacén, la peluquería o el boliche.

¿Qué se pretende de una campaña? Sería saludable contraponer modelos, pero contraponerlos en serio porque muchos son de veras contrapuestos ¿O le tememos a eso? ¿No será que detrás de los “buenos modales” que reclamamos escondemos la idea de licuar o suavizar la política hasta el punto de que no se pueda separar la arena de los guijarros? ¿No será que los medios y comunicadores están demasiado absorbidos por la dinámica endogámica de las redes sociales?

No se le puede pedir a la política que caiga en el insulto o en la grosería, no debe, pero tampoco se le puede pedir transformarse en una charla de cafetín, adormecida. Porque en ese adormecimiento ganan quienes lo promueven, que en general suelen tener un plan difícil de confesar. Que también suelen blandir un doble discurso cínico. Lo más saludable es desnudar-no blindar-las diferencias que existen en el arco político, que van mucho más allá de las formas, sino que hacen a los contenidos, y esas diferencias tienen una incidencia directa en la vida de la gente, no se trata de una charla de museo. Ya, por suerte, el republicanismo no es un mero catecismo laico.

 

Lógicas del poder  por Isabel Viana

Somos quienes habitamos el territorio nacional, una comunidad diversa, que hasta hace poco tiempo se sentía hermanada desde   la Escuela Pública, donde compartíamos saberes que hacían al sentimiento de pertenencia. Nos honra convivir en un sistema republicano, en el que los ciudadanos elegimos periódicamente, en elecciones limpias a quienes van a gobernarlos.

La historia no estuvo exenta de enfrentamientos. Artigas debió enfrentar a los “malos europeos y peores americanos”.  Carpintería vio la lucha sangrienta de quienes portaban la divisa blanca de “Defensores de las leyes” y los que llevaban una vincha roja, que sostenían la capacidad de los caudillos de representar a las excluidas poblaciones rurales. Saltando etapas, la acerada pluma de Batlle en El Día fue un arma de importancia para cimentar su ascenso a una presidencia transformadora. En todos los casos citados, y en muchos más, las divergencias se dirimieron luchando.

Hoy somos pocos y nos conocemos. Hay muchos testimonios de la buena relación personal que reina entre los políticos, por ejemplo, en ámbito parlamentario. Sin embargo, sus discrepancias no se resuelven siempre en el diálogo constructivo de la confrontación de ideas.  La lucha por el poder, ejercido con la cruda realidad de las mayorías parlamentarias frenteamplistas en los últimos dos períodos, el uso del secreto como proceder en temas controversiales y la proximidad de las elecciones, ha alentado enfrentamientos en blanco y negro, con “todo vale” en materia de descalificación de los rivales.

La ciudadanía, receptora de mensajes ciertos y falsos, es presionada a “ser”, a “pertenecer” irracionalmente a las facciones enfrentadas y a percibir a “los otros” como enemigos. La lucha por el poder ha impuesto desde siempre el enfrentamiento, expresado con diversas formas de violencia, aplicando que “el fin justifica los medios”. Afortunadamente, en nuestro país, no se recurre hoy a la violencia física – sí la verbal y a procedimientos poco compartibles – y el acceso al poder se dirime mediante elecciones regulares.

Se juega ahora el complejo ajedrez que construye los alineamientos de los grupos que participan en la contienda electoral. Se realzan los valores propios y se pinta de negro absoluto a los rivales, en sus personas, hechos y propuestas. Vale el traer hechos pretéritos, juicios severos sobre acciones pasadas y recientes, calumnias, burlas e ironías, para tratar de inducir a los ciudadanos – a los que parece suponerse no pensantes –  a rechazar “al enemigo”.

Lo que se debiera discutir con la ciudadanía son proyectos de futuro para el país, objetivos y programas a encarar. Hoy es una utopía pensar en la posibilidad de unir inteligencias y brazos para avanzar en procura de superar graves problemas que nos afectan a todos.

El ejercicio del poder implica la posibilidad de construir el futuro deseado y simultáneamente instala al individuo en un sitio jerárquico, objeto de deseo cuando se aspira a él y al que pocos renuncian cuando lo detentan. Ambos fines pesan cuando se eligen los medios para captar voluntades o derrotar a “los otros”.

Necesitamos de la grandeza de quienes puedan aceptar que hay temas, como la urgencia de renovar la educación, que requieren la colaboración de todos, más allá de aspiraciones individuales o partidarias. En ese y en otros temas sustantivos, el peor pecado es la inacción, cimentada en rivalidades emergentes de las luchas por acceder al poder.

¿Convivencia republicana? por Cecilia Hackembruch

Desde Aristóteles y su definición de la Republica hasta nuestros días, el republicanismo, la libertad, y el poder ciudadano han ido evolucionando, positivamente, aunque se observe confusión en la convivencia. Por un lado, nos congratulamos cuando todos a una apoyamos circunstancias que involucran a un líder político sin importar su ideología, existe grata convivencia entre los referentes, cosa que se ve en los pasillos del Parlamento, o en actos públicos.

Celebramos esa convivencia que vemos en los medios, pero, a su vez, no ceden los epítetos negativos hacia el que piensa distinto, las agresiones, en persona, en las redes, intrapartidarias y por supuesto entre militantes o votantes de diferentes partidos. Con identidad o con alias, como sucede en las redes sociales.

¿Qué pasa entonces cuando no hay cámaras, y se apagan las luces? ¿Qué sucede con esas sonrisas de los referentes? ¿Sucede como en los intercambios ciudadanos?

¿Por qué lo políticos bloquean en twitter? ¿No es una señal que no tolera la opinión divergente? ¿Porque las palabras focas, fachos? ¿Porque es mala palabra para algunos ser liberal y otros ser socialista?

Los referentes políticos deben tener el liderazgo en esto. Porque si en la plaza somos todos amigos, y en el lugar de reunión con los partidarios se promueve la agresión a la otra parte, flaco favor le hacen a algo tan difícil de conseguir, la adecuada convivencia y el respeto por el otro.

¿Los podrán limitar totalmente? Posiblemente no. Pero si educar la convivencia en la democracia, y como en las negociaciones, lo primero, separar la persona del problema, porque lo que comienza con una discusión política termina muchas veces en insultos personales.

Entonces, cuando se publica un comentario al pie de una foto del orgullo de pertenecer a un país republicano porque se juntan ex presidentes a presentar un libro, por ejemplo, que no sea un comentario vacío, sino en conciencia. Porque se puede discutir política, en el disenso, con gran respeto.

No puedo dejar de mencionar en este tema a Wilson Ferrerira Aldunate. Aun siendo abatido por las condiciones que vivió, incluso en democracia, la palabra que más repetía era gobernabilidad, respeto, y transmitía eso a todos sus militantes y a quien quisiera escucharlo. Lo que quería era una respetuosa convivencia con quienes tenían ideas diferentes, aunque a la hora de debatir políticamente todos conocimos su fuerte carácter.

Promover la convivencia sin agresiones por el que piensa distinto, no debería faltar en la agenda de ningún referente ciudadano.

Palo y palo y mano tendida por Roberto Elissalde

La falta de costumbre en la política uruguaya de practicar el debate de ideas ha tomado la forma de relacionamiento propia de las redes sociales. Indignación inmediata ante cualquier desliz de un candidato (o una asesora, un afiliado o una votante lejana) que se convierte en una oportunidad para pasar una larga lista de opiniones apocalípticas. No hay intentos de entender o interpretar el mejor sentido posible al otro sino aprovechar cualquier tropezón, aunque sea sólo aparente, para apoyar el propio pie sobre la cabeza ajena.

Pero no hay que asustarse porque esto pase en la política: esto pasa en la vida de esta sociedad uruguaya. El esfuerzo por entender lo que dice el otro se abandonó sin dolor y casi sin darnos cuenta. Es que, en este como en otros temas, el medio es el mensaje. Los medios que tenemos disponibles para el intercambio de ideas, las viejas ágoras de la esfera pública, han generado grandes expectativas y muy pocas realidades.

De las asambleas cara a cara a los parlamentos representativos, de las audiencias públicas y las puestas de manifiesto de grandes proyectos, de las asambleas de barrio a las manifestaciones multitudinarias, la opinión del “pueblo”, “la gente”, “les jóvenes”, etcétera, la opinión ha desaparecido, sustituida por un signo que representa el nuevo todo. Un lazo violeta, rojo, blanco o multicolor; un pañuelo amarillo, verde o rojo representa la idea, se puede ver en la televisión y lo dicen todo.

Otra versión es la desaparición del intercambio de ideas detrás de las opciones binarias: “UPM o vida”, “megabasurero o vida”,” rentabilidad o muerte”, en las que un polo es todo lo bueno y el otro todo lo malo.

Durante muchos años las páginas de los lectores de los diarios fueron el lugar donde quienes no integraban el equipo de un medio, aun podían hacer llegar su punto de vista. Las radios incorporaron las llamadas al aire tipo “Sea usted juez por un minuto” y finalmente los canales dieron el micrófono a “el hombre de la calle”, a quien más tarde incorporaron a los paneles de los programas de entretenimiento y discusión.

Nada de esto pareció mejorar la esfera pública ni la calidad del debate ciudadano. Pero cuando llegó el acceso masivo a Internet, con blogs, espacios de debates y finalmente Facebook, parecimos arribar al sueño dorado de los griegos: todos (incluyendo a aquellos que no calificaban para ciudadanos en las épocas de la vieja Atenas) podían ser emisores de ideas, jueces por mucho más de un minuto de los demás.

La ilusión de aquella libertad infinita de los comunes duró un rato. Hoy, vichar las páginas de FB o integrar diez grupos de whatsapp se ha convertido en algo similar a tener micrófonos en mil bares, cien gimnasios y 40 peluquerías. Siempre abiertos y siempre sin límites. Ni siquiera hay que escuchar lo que los otros dicen (el debate entre Carolina Cosse y Jorge Larrañaga se animó a llevar el modelo fuera de la pantalla del celular) para aparentar que se está en un diálogo. Lo importante es el soliloquio.

Una verdadera república debería soportar un debate en el que los contrincantes dieran palo y palo sobre las ideas del otro. Pero también debería implicar la mano abierta para marcar las coincidencias o los descubrimientos. La verdad en el otro, como creo que alguna vez dijo Líber Seregni. No estoy seguro que ni siquiera estas páginas de Voces sirvan para ello.

Crear un clima de entendimiento por Max Sapolinski

Sin dudas el Uruguay en que vivimos no es el mismo que nuestros ancestros construyeron. O por lo menos el que está instalado en el imaginario popular. Durante décadas nos jactamos del nivel cultural de nuestra población, del clima de convivencia, del respeto por las ideas ajenas, del marco de civilización del que los protagonistas del quehacer político hacían gala.

Parece ser que la realidad actual ha cambiado. Si nos posicionamos como observadores atentos no podemos dejar de cerciorarnos que la violencia campea en las calles y la intolerancia y el ánimo destructivo reinan en las redes sociales. Habrá quienes sostengan que lo que está pasando es que los avances tecnológicos e informativos permiten convivir con la cruda realidad sin tapujos y por lo tanto ésta queda más en evidencia. También estarán los que justifiquen el cambio en la conducta de los uruguayos con los procesos de globalización. Sin embargo, el deterioro es notorio.

Estoy convencido, que más allá de las atenuantes que puedan encontrarse, hay factores que inciden claramente en este proceso. Seguramente el retroceso en el sistema educativo es una de las causas principales. Aquel clima de convivencia que se construyó en el siglo XX en los bancos de la escuela pública es parte de los mejores recuerdos de nuestra sociedad, pero ha quedad en el pasado.

El accionar de algunos actores políticos, que no ponen cortapisas a sus alegatos, muchas veces totalmente tendenciosos y tergiversados, es otro aporte al retroceso y al clima violento de las discusiones.

En el pasado, algunos hechos de importancia en nuestra historia, ayudaron a galvanizar el clima de entendimiento y colaboración aún entre actores de disímil tendencias ideológicas o políticas.

Para nuestra generación, los hitos que se sucedieron hace casi cuarenta años (plebiscito del 80, elecciones internas, acto del Obelisco, restauración democrática) nos dejaron marcada la enseñanza de la tolerancia, la convivencia y la cooperación en beneficio de un bien superior.

Los actuales líderes políticos tienen una responsabilidad mayúscula para colaborar en volver a la sociedad por la senda del entendimiento ajeno a la violencia y los agravios. El objetivo que los debe unir es poner a Uruguay por la senda del desarrollo y el crecimiento, reflejando estos aspectos en la vida de la sociedad toda.

No fue otro el camino que encaró hace más de un siglo José Batlle y Ordóñez, cuyo éxito permitió construir la sociedad que todos anhelamos.

Algunos de los gestos reseñados en la convocatoria de Voces a reflexionar sobre estos temas pueden ser auspiciosos. La actitud del sistema político frente a las adversidades personales que afronta el Presidente de la República, la aparición conjunta de principales referentes de los partidos políticos para homenajear a un representante del periodismo, son señales de que todo no está perdido.

Seguimos teniendo la referencia de las conductas que nos caracterizaron. El día que todos los actores comprendan que aportamos más al bienestar general creando un clima de entendimiento, en lugar de pensar que con el agravio o la descalificación falaz obtenemos mejores resultados, estaremos dando un paso gigantesco para obtener un futuro mejor. Como dijera John F. Kennedy: “Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”.

Nada nuevo bajo el sol por  Celina McCall

¿Hay realmente una suerte de esquizofrenia en la política uruguaya? ¿O ésta fue siempre un tipo de alienación y recién pasamos a darnos cuenta de ello debido a la guerra político-cibernética actual? La esquizofrenia es una enfermedad mental grave que afecta algunas funciones cerebrales tales como el pensamiento, la percepción, las emociones y la conducta.  Se engloba dentro de los trastornos psicóticos, donde los pacientes pierden el contacto con la realidad.  Algo de eso hay, con el perdón de los que realmente la sufren.

En realidad no hay nada nuevo bajo el sol, simplemente Internet ha hecho florecer los más bajos instintos, dada la inmediatez de los hechos.  Antes uno pensaba antes de hablar; hoy se habla sin pensar y no importa si con ello se arrastra a todos en el lodo.

Pero tampoco exageremos.  La política es confrontación de ideas.  Siempre fue y siempre lo será.  No debemos asustarnos ni tenerle miedo al pensar diferente.  Y mucho menos a la muy sana alternancia de poder.  A mí me sorprende que se enojen los oficialistas porque la oposición se opone.  ¡Vaya!  ¿Qué esperaban que hicieran? Para eso los eligieron: para representar a los que son contrarios a determinadas posiciones. Eso del programa único, discurso único y pensamiento único es cosa de tiranías autoritarias.   Ignacio Ramonet describía el pensamiento único como «una especie de doctrina viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo».  Si seguimos así eso es lo que va a pasar con las redes sociales: ahogamiento y desaparición.   Ya nos autocensuramos a diario para evitar la dictadura de lo políticamente correcto.  No hay que abusar de la libertad, sino cuidarla.  Como se decía cuando yo era chica: tus derechos terminan cuando empiezan los de los demás.  Hay gente que se cree superior y quiere imponer su manera de pensar a la fuerza.

Yo veo que de un lado tratan de hacer propuestas, y del otro, llueven insultos. Entonces hay que defenderse y empieza un círculo vicioso. La soberbia y el miedo de perder el poder son malos consejeros. Hay que estar de este lado del mostrador para sentir el golpe diario a la mandíbula. ¿Dónde está la empatía?

Dice Antonio Escohotado que la única revolución que triunfó fue la sexual.  Yo ya pienso que es la revolución cibernética.  Internet es el espacio más democrático que existe, en él nadie es más que nadie, efectivamente.  Cuidémoslo, y a las redes, como espacios de libertad, de amistad y de reencuentros.  Y ahora repita 100 veces la consigna de Groucho Marx: “Muchas veces es mejor callar y parecer tonto que hablar y despejar toda duda”.

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