Home Reflexion Semanal ¿Resucitó el oso ruso?

¿Resucitó el oso ruso?

¿Resucitó el oso ruso?
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La invasión de Ucrania por parte de Rusia puso al mundo en estado de alerta. Los motivos esgrimidos por ambos bandos son muy discutibles y nada parece justificar una guerra con sus secuelas de destrucción y muerte. ¿Estamos retornando a la guerra fría? ¿Qué intereses económicos o geopolíticos hay detrás? ¿Puede hablar Putin de desnazificar cuando tiene aliados de ultraderecha como Orban o Le Penn? ¿Qué tan legítimo es el régimen ucraniano? ¿La Unión Europea y la Otan van a permanecer al margen? ¿Qué rol va a jugar Biden? ¿Cómo influye la dependencia europea del gas y el petróleo ruso en esta situación? ¿Qué van a hacer las Naciones Unidas? ¿Alcanza con sanciones económicas para frenar a Rusia? ¿Y los chinos cómo pesan? ¿Quién gana y quién pierde con esto? ¿Por qué algunos conflictos tienen una cobertura mediática abrumadora, y otros, como el de Yemen, con consecuencias sociales enormes, pasan casi desapercibidos durante años? 

 

El tema es Donéts y Lugansk por Gonzalo Abella

En primer lugar, hay factores sociales y culturales a tener en cuenta. Los pueblos eslavos construyeron sus Estados (sus “rus”) en torno a ciudades fortificadas. Así surgió la Rus de Kiev, la de Minsk y la de Moscú. Finalmente, el Tsar de Moscú se transformó en “Tsar de todas las Rusias”. En “todas las Rusias”, la iglesia oficial se mantuvo fiel al credo de la antigua Constantinopla Cristiana. Cuando Constantinopla se transformó en la islámica Estambul, los popes cristianos eslavos mantuvieron los rituales antiguos, negándose a aceptar las reformas de los sucesivos papas de Roma. La adhesión a los antiguos rituales le ganó a esa iglesia el nombre de “Iglesia Ortodoxa”.

O sea, hay un origen común, una cultura común, y una Fe predominante común entre rusos, bielorrusos y ucranianos. Hasta tienen un alfabeto común, aunque el ruso moderno eliminó la “i” que uno puede advertir todavía en un cartel ucraniano o bielorruso. Son detalles demasiado sutiles.

En 1922, los pueblos insurrectos de Ucrania y Bielorrusia cerraron filas con la Rusia soviética (nacida 5 años antes) e integraron junto a ella y otros estados europeos y asiáticos, la “Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas”. A partir de allí, rusos, ucranianos y bielorrusos compartieron una trayectoria y una esperanza comunes. El principal teórico de la Pedagogía Soviética, Makárenko, como lo dice su apellido, era ucraniano. Uno de los más grandes escritores soviéticos, Shólojov, a pesar de su apellido ruso, escribió con amor sobre el Don, el inmenso río ucraniano, sus estepas y sus sureñas aldeas cosacas.

En los años 30, los logros de la URSS en lo industrial, lo cultural, la Salud y la Educación alarmaron a Occidente que centró su propaganda en presentar al principal dirigente de la URSS, Stalin, como un monstruo sediento de sangre.  No pudiendo cuestionar los logros culturales y productivos, atacaron personalmente a quien condujo el proceso entre 1924 y 1953. Un pequeño grupo de intelectuales ruso “de izquierda” (entre ellos Trotski y Bujarin) colaboraron con esta campaña propagandística mundial, pues se sintieron desplazados del gobierno soviético, cada vez más obrero y campesino.

Durante la Segunda Guerra Mundial las heroicas guerrillas soviéticas operaron en los bosques de Ucrania, y en Kiev y otras ciudades de Ucrania como Lvov (Lviv), el Partido Comunista (b) de la URSS había creado una red clandestina previendo su temporaria ocupación por los nazis.

Cuando el Ejército Rojo liberó Auschwitz, puede calcularse (por las unidades militares que participaron) que un tercio de esos soldados soviéticos eran ucranianos. ¿Cuántos ucranianos cayeron entre los veinticinco millones de soviéticos muertos? Nadie hizo ese cálculo. Eran hombres y mujeres soviéticos, así fueran rusos, ucranianos, armenios, judíos…

Uno de los objetivos del traidor Gorbáchov, encaramado en el Gobierno soviético (un Gobierno ya en descomposición), fue enemistar a los pueblos de la URSS entre sí, azuzando los nacionalismos.

A comienzos del siglo XXI, Occidente reactivó y financió en Ucrania las antiguas organizaciones que colaboraron en su tiempo con los nazis, y que permanecían ocultas. La intervención de Occidente finalmente condujo al Golpe y al actual gobierno fascista de Kiev. Pero en el Este de Ucrania, en la cuenca del Río Don (Donbass) los pueblos se alzaron en armas contra el golpe y organizaron dos repúblicas independientes: la República Popular de Donéts y la de Lugansk.

Muchos pobladores de estas repúblicas son hijos de obreros rusos, que llegaron en tiempos de la URSS a trabajar en la cuenca minera del Don y se quedaron en la región. Rusos y ucranianos del Don se sienten hermanos y resistieron juntos los ataques criminales de Kiev.

Finalmente, y a pesar de las fuertes presiones y amenazas de Occidente, Rusia tuvo que reconocer a las dos pequeñas repúblicas populares. No hay altruismo: hay necesidad de supervivencia. Si la OTAN se apodera de Ucrania, los misiles con ojivas nucleares quedarían a diez minutos de vuelo de Moscú. Pero hay además lazos históricos y lazos de sangre, y memorias muy fuertes, que hicieron que el propio pueblo ruso presionara a su Gobierno en este reconocimiento. En Donéts y Lugansk, el reconocimiento ruso fue una fiesta popular que no apareció en las cadenas mediáticas clonadas.

¿Reconocerá Putin verdaderamente a las dos repúblicas populares? Veremos. Pero lo que es malo para la OTAN siempre es bueno para los pueblos del mundo. Pienso que el gobierno ruso debe saber que Donets y Lugansk tienen un rincón muy especial en el corazón de los pueblos eslavos.

 

Cómo decir libertad en ruteno por Renzo Rossello

El idioma ucraniano es hablado por alrededor de 45 millones de personas, dentro y fuera de las fronteras de Ucrania. Esta lengua eslava tiene su origen en el ruteno, también llamado ucraniano antiguo. Los estudiosos de las lenguas eslavas aún no se ponen de acuerdo en denominarlo idioma o dialecto. En forma despectiva el presidente ruso Vladímir Putin zanja el asunto llamándolo dialecto. La primera invasión siempre es la lengua, sus tropas son silenciosas y eficientes para expandirse rápidamente por todo el tejido social.

Hoy que es inevitable pensar en la chispa inicial de la tan temida y mentada tercera guerra mundial, las imágenes que llegan por miles cada día con tanques, aviones y tropas rusas arrasando suelo ucraniano parecen evocar un espantoso sueño cargado de connotaciones del pasado. Tan sola como se la vio a Polonia en 1939 parece vérsela hoy a Ucrania, mientras la vacilante comunidad europea apenas logra levantar la vista de su ombligo. Y la somnolienta presidencia de Estados Unidos refuerza la guardia en sus puestos de avanzada mientras vuelve a sumergirse en un western de glorias pasadas en su cine privado. Sin embargo, el oro del medallero en materia de inoperancia sigue en manos de Naciones Unidas, incapaz de nada ante casi cualquier conflicto.

Los ucranianos conocen esta historia. Han sido sometidos y sojuzgados infinidad de veces a lo largo de su historia. Y la bota que los ha pisoteado una y otra vez ha sido rusa. En la década de 1930, cuando Stalin forzaba la colectivización de la producción agraria les impuso un cerco de hambre que, se estima, mató a cinco millones de ucranianos. Finalmente el país fue sometido y mientras la antigua Unión Soviética duró estuvo engrilletado a esa nueva variante imperial.

Ese pasado y el resurgimiento de los nacionalismos más rancios en todo el territorio europeo terminaron por colocar al frente del país a un ultranacionalista ucraniano, Volodymir Zelensky. En la primera fase del ataque Putin ha utilizado la impronta fascistoide de Zelensky para justificar su ataque, y de paso crear un curioso neologismo como «desnazificar» a Ucrania. Un Zelensky que parece haber comprendido bien su papel y que probablemente haya acuñado una de esas frases que quedan en los libros de Historia: «Necesito municiones, no un paseo», en respuesta al ofrecimiento norteamericano de evacuarlo de su país. Así que con casco y equipo bélico Zelensky salió a armar las defensas de Kiev, «pie a tierra» y seguro de su guion.

Claro que a Putin le preocupa menos la inspiración presuntamente nazi de su enemigo -no le preocupa en el caso de Orban, por ejemplo- que la capacidad que ha demostrado el premier ucraniano para organizar una resistencia que podría costarle cara a Moscú.

Mientras tanto el conflicto comienza a derramarse por el globo y a provocar las inevitables alineaciones. Algunas ya son bastante sorprendentes.  El mundo ha vuelto a cambiar en pocas horas, cuando apenas nos acostumbrábamos a la distopía pandémica. No sabemos cómo, pero los que no podemos pagarnos el viaje a Marte tendremos que aprender a vivir en estas nuevas oscuridades.

 

La guerra, la paz, y el diseño de fronteras por Oscar Mañán

“¡padre, padre, entra el diablo a casa! No pasa nada, que no sea moskal”[1]

La guerra, me recordaba un amigo, “no es un problema moral”, sino la lucha política que se lleva a cabo por otros medios. De Schmitt a Derrida apuntan al conflicto como “esencia de lo político”. La paz, no implica falta de conflicto, es el momento de la política donde se gestiona un orden social acordado bajo equilibrios siempre inestables. Marx, que no creía en las leyes a-históricas, le manifestaba a una periodista americana, que de existir una ley general de la existencia humana sería: “la lucha”. ¿Qué dirán políticos domésticos (o, ¿domesticados?), como la Sra.-Prof.-Dra.-Senadora Bianchi, o la frustrada candidata a intendenta Dra. Raffo, que se ofuscan cuando las luchas o las reivindicaciones “se politizan”?

Occidente se horroriza por una posible guerra global, que por cierto nadie quiere y es poco probable, pocos van a la raíz de los conflictos para entender la lucha de los pueblos más allá de los gobiernos. Las fronteras las imaginan como diseños divinos, inviolables, cuando dentro de ellas se consagran y defienden determinados intereses. ¿Son ahora las fronteras, justas, acordes al orden social vigente?

En la zona del conflicto, las fronteras no dividen a los pueblos rusos y ucranianos, que comparten lenguas, etnias, quehaceres diarios, no desde los gobiernos de Putin y Zelenski, tampoco desde el Stalinismo o Leninismo, sino desde el mismo Zarismo. Las fronteras, se licuan para el capital que se mueve a su antojo, sin restricciones y sin pasaporte, pero también para los ciudadanos en la Unión Europea, ¿por qué no redefinirlas entre Repúblicas independientes de Ucrania? No molestan, ni ocupan a occidente los bombardeos a Siria por parte de Israel o las constantes ocupaciones y vejaciones al pueblo palestino, fronteras en constante redefinición contra los más débiles.

La confrontación entre Donetsk y Lugansk con Ucrania y la llegada de Rusia, se vuelve una cuestión del orden hegemónico, sostenido con el “celo de las armas” y ejercido por EEUU y la OTAN. La Rusia, capitalista, de burócratas y oligarcas que se quedaron con el motín de las ex Repúblicas Soviéticas, mantiene un ejército imperialista, entrenado en ocupaciones y temido, como también lo tienen EEUU y países de Europa. El líder contestario ruso cuestiona el orden y preocupa una eventual capitalización de nuevos jugadores con pretensiones a nivel geopolítico, como China.

En otro orden, las reacciones de occidente, las sanciones posibles a Rusia, eventualmente afectan los precios de commodities globales como el gas o el petróleo producido en la región. El precio de los mismos se liga a jugadas de especuladores que festejan el conflicto, a la incertidumbre de la oferta si se dañaran instalaciones, o bien, por medidas espejo rusas reaccionando a sanciones de occidente.

Esto último, sí preocupa a los políticos mediocres del paisito, sin distinción de partidos, para que nadie se ofenda claro, y me acusen de no ser inclusivo. Pero, sin duda más al gobierno, que tomó medidas desaconsejadas por cualquier texto de macroeconomía, como la paramétrica que busca llevar el precio de los combustibles a una supuesta paridad de importación. Un precio toral en la conformación del resto de los precios de la economía, de cuyos insumos determinantes no se tiene un mínimo control, no puede quedar sujeto a vaivenes de mercado… Parafraseando un dicho mexicano: “lo liberal no quita lo pendejo”!

 

Angustiante prueba de estrés por Miguel Manzi

Putin fue espía de la KGB desde 1975, hasta alcanzar la jefatura suprema de la tenebrosa agencia en 1998. En 1999 asumió la presidencia interina de Rusia. Desde entonces, hace pues 23 años, es el mandamás de ese gigante idiota, como lo fue antes el secretario general del partido comunista, y antes el zar; un psicópata peligroso. De su lado quedaron cinco ex repúblicas soviéticas que ya orbitaban a Moscú, más Irán, Siria, Cuba, Venezuela, Nicaragua y Corea del Norte (el habitual manojo de satrapías criminales que representan todo lo que está mal). China no le soltó la mano, pero declaró que “La soberanía, independencia e integridad territorial de cada país debe ser respetada y salvaguardada porque es una norma básica de las relaciones internacionales”, y que “Ucrania no es una excepción”. El pretexto de Putin de la violación de los acuerdos territoriales por “las cinco oleadas de avance de la OTAN”, es una gigantesca falacia: se refiere a la Alemania unificada en 1990; República Checa, Hungría y Polonia en 1999; Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia en 2004; Albania y Croacia en 2009; y Montenegro en 2017. Tales adhesiones al bloque occidental no fueron avances de la OTAN, sino alejamiento de esos países de un régimen despótico y corrupto, heredero del que los mantuvo sometidos a sangre y fuego hasta la implosión de la Unión Soviética. En Google aparece una decena de conflictos armados actualmente activos a lo largo y ancho del (tercer) mundo que no salen en las noticias. Pero la invasión de Ucrania por Rusia, a diferencia de los demás, involucra a dos países centrales de una zona central, uno con enormes recursos naturales y otro con enorme arsenal nuclear, escenario con enorme capacidad de desestabilización global (sin contar los muertos y el masivo sufrimiento humano). Como ya lo estamos padeciendo, el evento golpea en los precios de las fuentes de energía, en las bolsas y en las monedas; tanto como lo hará en el transporte, en las comunicaciones, en la tecnología; ni qué decir en el comercio, y en todo el elenco imaginable de los intercambios internacionales. Así como en los presupuestos domésticos, la ayuda humanitaria, la atención al cambio climático, la investigación científica y tecnológica, la industria bélica, los discursos proselitistas y las elecciones, de aquí, de allá y de acullá. Occidente no tiene liderazgos sólidos ni inspiradores, los organismos multilaterales son apenas oficinas públicas que tramitan las órdenes de sus mandatarios, y Putin es un perro rabioso. El mundo tal como lo vivimos desde la caída del muro de Berlín hasta la semana pasada, ha vuelto a cambiar dramáticamente, para mal. Maldito sea.

 

Encrucijadas societarias por Pablo Anzalone

La invasión de Ucrania por parte de Rusia es una violación flagrante del derecho de autodeterminación de los pueblos y del derecho internacional. Como tal debe ser condenada claramente. También condenamos los avances expansionistas de EEUU a través de la OTAN y la acción de grupos neo nazis en Ucrania y en cualquier lugar del mundo. Ninguna de esas acciones justifica legítimamente a las otras. Si lo hiciéramos validaríamos invasiones militares en muchos países y aceptaríamos que las potencias bélicas pueden actuar a su antojo. El monstruo de la guerra recrudece en el mundo y no podemos quedar indiferentes.  Por el contrario, hay que luchar contra estas formas extremas de violencia política. El “No a la Guerra” es la defensa de la vida.

Pero esta invasión no es un rayo en un día soleado. Ni en esa región y tampoco en el mundo.  Venimos de crisis que se superponen y potencian. Otras guerras se han naturalizado e invisibilizado por la gran prensa. Se han impuesto lógicas de guerra en muchas áreas del mundo y de la vida. Recordemos la desastrosa “Guerra contra las drogas” que tantas muertes ha producido en América Latina. Pensemos en las guerras contra los pobres, los jóvenes y los negros que se han impuesto en nuestra región por vía del “gatillo fácil”, las legislaciones represivas, las cárceles atestadas e inhumanas. No olvidemos las violencias patriarcales contra las mujeres cuya punta del iceberg son los feminicidios y los discursos de odio contra los feminismos.

La pandemia del Covid puso en evidencia y acrecentó las desigualdades profundas que vive el planeta y América Latina está en primer lugar. La crisis ecológica se agudiza y la vida en el planeta enfrenta cada vez mayores amenazas.

En el conjunto del planeta vivimos tiempos de incertidumbre.  América Latina enfrenta encrucijadas sociales, políticas, económicas, culturales.  El “cuidado de la vida” se convierte en un enorme valor a defender actuando. Múltiples resistencias y formas de participación social enfrentan la violencia institucional y social, la concentración de la riqueza y la violación de derechos.

En muchos campos distintos se construyen alternativas democratizadoras. Como fundamenta Boaventura de Sousa Santos democratizar la sociedad y el Estado son grandes causas que atraviesan una diversidad de luchas. La ultraderecha de Bolsonaro, el golpe en Bolivia y otras experiencias reaccionarias no han logrado estabilizar regímenes más desiguales y opresores. La Constituyente y el triunfo de Boric en Chile, son un ejemplo de ello y también lo es el previsible cambio en la situación brasileña en 2022.

Las artes siguen construyendo rebeldías. El Carnaval uruguayo es una de ellas.  En las comunidades se forjan viejas y nuevas redes que despliegan las solidaridades, las cercanías, el apoyo mutuo, brindando alternativas en la salud, la alimentación y la cultura, en los jóvenes y las personas mayores.

En Uruguay el referendum contra la LUC es una demostración de la capacidad del entramado de fuerzas sociales y políticas para enfrentar modelos de país que recortan derechos, incrementan la violencia, deterioran la protección social y la participación democrática. 800 mil firmas, más del 25% del padrón electoral, recolectadas en plena pandemia para habilitar un debate en serio sobre 135 artículos de la LUC y la resolución por el pueblo de cuestiones que les afectan el próximo 27 de marzo.

La Murga “Metele que son pasteles” nos convocaba en el Carnaval de 2021 en lo que es un himno uruguayo a la resistencia: «Iremos a la plaza // para dar batalla // si la cosa estalla //estaremos a la talla», cantaban, “Va a ser algo inaudito …Porque no hay que dejar que sea un país solo pa ricos».

 

Sigue asombrando la inoperancia de la ONU por Max Sapolinski

Sólo hay dos diferencias entre la invasión rusa a Ucrania con la anexión de los Sudetes por la Alemania Nazi en octubre de 1938.

La primera de ellas es que, en la actualidad, gracias a los avances tecnológicos y las redes sociales estamos informados paso a paso del avance de los acontecimientos.

La segunda diferencia, es que tenemos el antecedente de 1938. Esta historia ya la vimos.

Nuestra única esperanza es que los acontecimientos se tuerzan para no culminar con un drama que nos recuerde a uno de los procesos más trágicos, si no el que más, de la historia de la humanidad.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, sólo existieron tres invasiones de un país europeo a otro antes del caso que nos ocupa: la URSS a Hungría en 1956, la URSS a Checoslovaquia en 1968 y Rusia a Ucrania (la crisis de Crimea) en 2014. Actores se reiteran.

Lo cierto que la actual crisis podría abordarse desde un sinnúmero de vertientes, por lo que me remitiré a alguna de ellas.

En primer término, me permito concluir que la Rusia actual está liderada por un caudillo más similar a los existentes en la primera mitad del Siglo XX que a los líderes de las potencias de este siglo. Aunque experiencias recientes en otras potencias puede hacer temer sobre el surgimiento de otros casos.

Este liderazgo parece querer converger sus intereses personales en momentos en que su prestigio fue menguado, con el sueño de grandeza imperial siempre subyacente. Ya sea un sistema totalitario zarista o una dictadura del proletariado soviética. No vale ni la pena rebatir los argumentos esgrimidos para justificar la invasión. No son creíbles ni para un niño de escuela.

El otro aspecto que parece advertirse, es una manifiesta debilidad del liderazgo occidental. Los temores, las trabas diplomáticas, los aspectos y cálculos económicos ineludibles en el análisis de la crisis generan inoperancia y falta de credibilidad.

No por reiterado, sigue asombrando la inoperancia de las Naciones Unidas para lograr imponer el motivo de su existencia, la paz y la convivencia entre las naciones. No lo logra ni para detener todos esos conflictos que no tienen la cobertura mediática que generan las crisis producidas cuando los protagonistas son países desarrollados y mucho menos cuando los actores de las partes son potencias que en gran parte sostienen la burocracia diplomática internacional.

La eficiencia de los organismos internacionales hace rato que dejan mucho que desear. Lo pudimos evidenciar con la paupérrima actuación de la Organización Mundial de la Salud en el liderazgo de la crisis sanitaria.

La Guerra Fría parece haberse despertado de su letargo. Sin embargo, existe con más fuerza que antes un nuevo actor. China, con su milenaria paciencia, siempre observa atentamente los escarceos de las otras potencias. Siempre termina obteniendo un beneficio.

Lo que no debe caber lugar a dudas, es que los sucesos que estamos presenciando revisten una gravedad tal que dejará heridas abiertas, cualquiera sea el final del proceso.

Las guerras son siempre terribles. Aniquilan los sueños de cientos de miles de individuos que no tienen otra aspiración que mantener una vida digna con sus seres queridos y con sus sueños.

Destrozan familias y sociedades enteras. Sólo el ser humano es capaz de caer una y otra vez en su intento por autodestruirse. Dwight Eisenhower sostenía: “Odio la guerra, ya que sólo un soldado que la ha vivido, es el único que ha visto su brutalidad, su inutilidad, su estupidez”.

Difícil es presagiar el final de la crisis. Algunas opciones pueden barajarse. Difícilmente Ucrania pueda seguir adelante con su afán de integración a la Unión Europea o a la OTAN. Puede también suceder que Putin logre terminar generando un país satélite a imagen de Bielorrusia en Ucrania.

Todo dependerá del desarrollo de los acontecimientos.

Volviendo al principio: ¿Quiénes serán los nuevos Chamberlain y quienes los nuevos Churchill del Siglo XXI?

 

Los canallas y la invasión rusa de Ucrania por Oscar Licandro

En esta oportunidad escribo desde el dolor y la indignación. Mucho dolor y mucha indignación. Por eso, en vez de elaborar un análisis de la bárbara invasión rusa sobre Ucrania, elegí denunciar con nombre y apellido a algunos de los canallas que giran en torno ella. Sólo algunos, por un problema de espacio.

Los canallas son muchos y de distinta calaña. Los hay grandes, medianos, pequeños y muy minúsculos. Unos están lejos y a otros los tenemos más cerca. Pero, todos canallas al fin. Unos son canallas porque decidieron y ejecutan esta guerra. Otros lo son porque la han permitido, se benefician de ella, la legitiman, la ven con buenos ojos, cuidan sus privilegios, protegen sus dogmas o, simplemente, prefieren mirar para el costado. Según el diccionario de la Real Academia Española canalla es alguien “ruin”, “despreciable y de malos procederes”. Son esa caterva de “mala gente que camina y va apestando la tierra”, al decir del gran poeta español Antonio Machado.

Comencemos por los decisores y ejecutores de esta guerra. A la cabeza de ellos  se encuentra Vladimir Putin, un sociópata a gran escala, un oscuro ex – agente de la KGB que hace dos décadas controla el poder en Rusia a sangre y fuego, un megalómano que en pleno siglo XXI mantiene aspiraciones de zar emperador, un discípulo del cual Aldof Hitler se sentiría orgulloso. En su megalomanía, Putin quiere pasar a la historia como el restaurador de la gran Rusia. Y nada le importan la miles de vidas que tiene que destruir para lograrlo, sean de ucranianos, rusos o de la nacionalidad que cuadre. Aunque domina el poder, Putin no está solo. Junto a él se encuentran otros canallas de envergadura: los millonarios-oligarcas rusos que lo sostienen (y se benefician de su régimen), la plana mayor de su gobierno y algunos crueles personajes de reparto en esta tragedia, como el bielorruso Aleksandr Lukashenko y el checheno Ramzán Kadýrov.

Pero también están los canallas que, por acción u omisión, le han facilitado las cosas a Putin. Entre los primeros, ocupan un lugar destacado los políticos y empresarios europeos que han legitimado en Occidente a los oligarcas rusos, por medio de abrirles canales donde lavar sus fortunas mal habidas, integrarlos a los círculos exclusivos de la alta sociedad europea y comprar grandes equipos de fútbol, entre otras cosas. Esos oligarcas, que apañan a Putin y hacen sus fortunas bajo su protección, necesitan del Occidente desarrollado y glamoroso para disfrutar sus riquezas y hacer ostentación de ellas. Uno de esos canallas es el ex primer ministro laborista inglés Tony Blair, quien se ha enriquecido utilizando su prestigio personal como lobista de oligarcas rusos. Otro ejemplo es el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder (1998-2005), cuyos favores corruptos fueron bien recompensados con altos cargos en empresas rusas estrechamente relacionadas con el gobierno ruso. Este club, que está integrado por muchos cientos o miles de canallas de cuello blanco, es el que ha permitido a Putin financiar su infraestructura militar, mediante el dinero lavado por los oligarcas rusos.

Están también otros canallas cuya omisión los hace co-responsables del drama ucraniano: los líderes de Estados Unidos y de las grandes potencias europeas durante al menos las últimas dos décadas. Cuando en 2014 Putin hizo su primer movimiento, invadiendo y anexionando la Península de Crimea, Obama, Cameron, Merkel y Hollande se hicieron los distraídos. Inteligente y apostador como es, Putin se dio cuenta que los líderes de las grandes potencias occidentales sólo tenían valor para hacer la guerra a dictadores árabes y a grupos terroristas. Así que continuó su escalada, patrocinando en forma descarada a los separatistas pro rusos de la región de Donbass, en el sur de Ucrania. Durante el gobierno de su “amigo” Trump, Putin confirmó que a Estados Unidos poco le interesaba Ucrania. Pero, fue la cobardía que mostró Biden al huir Afganistán, lo que lo  convenció de que había llegado la hora de entrar en ese país.

La omisión de Occidente no se ha dado sólo en el plano diplomático y militar. Hace años que el pueblo ucraniano viene pidiendo el ingreso a la Unión Europea. La respuesta de Europa ha sido darle largas al asunto. Muchos intereses económicos y políticos hay en juego, incluyendo intereses cruzados con quienes hacen negocios con Putin. Hoy, en plena guerra, el presidente Zelenski vuelve a suplicar desesperadamente el ingreso de su país a la UE. Al momento de escribir estas palabras sólo ha tenido el silencio por respuesta. Si bien es cierto que Europa, Estados Unidos y sus grandes aliados en el mundo (Canadá, Japón, etc.) están atacando duramente la economía rusa, así como enviando ayuda económica y armamentística a Ucrania, también está claro que los ucranianos están solos en el campo de batalla.

Que nadie se llame a engaño, ésta es la guerra de un autócrata que mentalmente vive en el siglo XVIII, contra un pueblo que decidió libremente vivir en una democracia del siglo XXI. No es “una disputa entre potencias capitalistas, por mercados y recursos”, como erróneamente interpreta el Partido Socialista uruguayo. Ésta es la guerra entre una potencia dictatorial cleptocrática de economía capitalista contra un país democrático de economía capitalista. Y la disputa no es por mercados y recursos. Lo que la motiva sólo está en la cabeza de Putin: el sueño megalómano de una Gran Rusia, combinado con el terror que le produce la existencia de un país democrático en las fronteras de sus dominios. Es una guerra desatada por el más oscuro absolutismo decimonónico, contra la libertad y el estado de derecho del siglo XXI. Hoy Ucrania es la última frontera de la democracia en Europa. Hoy Ucrania es nuestra Termópilas, y los ucranianos son los 300 que dan sus vidas contra los bárbaros.

Lamentablemente de esto no se ha dado cuenta una buena parte de la izquierda de los países occidentales. En su ceguera ideológica, estas elites intelectuales, políticas y sindicales todavía viven en el escenario de la Guerra Fría. Para ellos Estados Unidos y la OTAN siguen siendo el enemigo. Y como Putin es el enemigo de su enemigo, les resulta visceralmente imposible denunciarlo. Es increíble ver pancartas contra la OTAN en algunas manifestaciones por la paz en Europa. Es repugnante escuchar a líderes de izquierda, como el ex vicepresidente español Pablo Iglesias,  criticar las medidas que adoptó la Unión Europea en apoyo de Ucrania. Estos líderes de la izquierda en Occidente  forman también parte de la caterva de canallas en esta guerra.

En nuestra pequeña aldea también parece haber algunos canallas. No de los grandes, sino de los minúsculos. He googleado las palabras “Sartori” y “Ucrania”, pero no encontré ninguna declaración del senador, yerno de un magnate ruso, condenando la invasión a Ucrania. Integrantes de la cúpula del Ministerio de Relaciones Exteriores decidieron no firmar una declaración de la OEA que condena esa invasión, dejando a Uruguay al lado de los cómplices latinoamericanos de Putin. Vi en un video al senador Caggiani hacer piruetas para evitar el uso de la palabra “invasión” e ironizar ante un periodista, diciendo que desde el FA “le estamos mandando una carta a Putin para ver si nos da pelota y baja un poco los decibeles”. Si bien el Partido Socialista fue claro y contundente (“expresamos hoy nuestro más firme repudio a la acción bélica rusa”), la declaración del FA es un patético y vergonzoso lavado de manos. Ah…, sugiero ver, en el video de Polémica en el Bar del domingo, las preguntas-afirmaciones que le formula Robert Moré a una ciudadana ucraniana invitada al programa, y compararlas con las principales mentiras que utiliza Putin para legitimar la invasión.

 

¿Cómo opinar si no se sabe? Por Roberto Elissalde

Todos los que escriben hoy estas columnas podrían haber citado la frase habitualmente atribuida a Hiram Johnson de hace más de un siglo que asegura que “La primera víctima de una guerra es la verdad”. Porque por más que intentemos hilar argumentos a favor del derecho soberano de los ucranianos o de la reacción rusa ante el cerco de la OTAN, sólo estaremos exponiendo nuestras ideas previas ilustradas con flashes informativos de los últimos días.

Es cierto que los únicos tanques que cruzaron una frontera son los rusos. Este es un dato duro. Otro dato duro es que los únicos muertos civiles son ucranianos y los presos en manifestaciones opositoras son moscovitas.

La idea de Putin de desnazificar Ucrania es pura paparrucha para los giles que la miran por TV. Pero la declaración de que la invasión de Estados Unidos y sus aliados a Irak hace menos de dos décadas se hacía para evitar que Saddam Hussein usara sus armas de destrucción masiva contra Occidente también era pura paparrucha y sin embargo las bombas de racimos cayeron sobre los irakíes sin consecuencias para los agresores.

La mayoría de las veces, los verdaderos motivos de los imperios para hacer sus jugadas son imposibles de expresar. Y por lo tanto, aparecen dispuestos a asumir el costo político de invadir y matar y pasar por los malos de la película si es que con ello consiguen un avance en el ajedrez global.

Ante esta alternativa, los imperios siempre tratan de disfrazar sus necesidades como necesidades de la humanidad y asumir que lo que hacen, lo hacen por nosotros. Para que esto suceda, es necesario tener una maquinaria de relaciones públicas, de generación de imagen e influencia que neutralice la mala imagen y la convierta en un sacrificio por la libertad, la justicia o la solidaridad. Esta maquinaria construye lo que se llama el soft power de los imperios, el “poder suave” que genera simpatía y comprensión por sus razones. Y el principal transporte y legitimación de esos valores se da a través del arte y la filosofía de vida, el glamour y la muestra de poder elegante (no fuerza bruta).

El imperio mejor dotado para esto es el estadounidense. Decenas de miles de películas nos explican desde Hollywood sus razones, sus valores y la justicia de sus argumentos. El sueño americano es el sueño de la gran mayoría del planeta, lo que le da a ese país la ventaja de que su poder suave está en la mente de todos. El soft power chino se apoya en su arte y filosofía milenaria y en el misterio de su proceso civilizatorio. Su mezcla de dinastías imperiales y comunismo capitalista, más su creciente peso global, lo convierten también en faro.

Sin embargo, la vieja Rusia ha perdido el halo de germen de Paraíso Proletario que disfrutó durante los años soviéticos y optó por apelar al imaginario conservador como fuente de un poder suave que le era esquivo. Eso tuvo sus ventajas en alianzas y simpatías y también sus desventajas.

Por increíble que pareciera, el imperio americano es el único capaz de captar las simpatías de los sectores progresistas y de izquierda en Occidente y esa ventaja opera hoy a su favor.

Que Rusia sea un viejo león herido –no muerto– que todavía quiere dar pelea no implica que no haya tenido sus razones para evitar la entrada de misiles nucleares en una Ucrania atlantista. Esto hubiera sido su final militar. La insistencia occidental con el ingreso a la OTAN obligó a Rusia a atacar y a alejarse más de las simpatías del ciudadano promedio de nuestra parte del mundo.

Pero en el ajedrez imperial, ¿quién tiene más razón? O dicho de una manera desencantada: ya que van a seguir disputándose el mundo ¿qué nos conviene más?

Las respuestas a esto precisarían más estudio y más conocimiento. Justo algo que este humilde escriba carece.

 

Brevísima reseña histórica por Juan Pablo Grandal

Tras las invasiones mongolas en el siglo XIII, todo el territorio del Rus de Kiev, estado originario de la actual nación rusa centrado en la actual capital ucraniana, pasa a ser dominado por el Imperio Mongol, con varios pequeños estados que pagaban tributo al Kan manteniéndose. Uno de ellos, el Gran Ducado de Moscú, estado predecesor de la Rusia actual, que luego a finales del siglo XV liberaría a la parte occidental de la Rusia actual del yugo mongol.

Por su parte, la actual Ucrania se organizó en torno a otro estado tributario del Imperio Mongol, el Reino de Galicia-Volinia, o Reino de Rutenia. Tras liberarse del yugo mongol, a diferencia de los moscovitas que pasaron a ser un estado independiente, los rutenios fueron absorbidos por el Reino de Polonia y convertidos en la Provincia de Rutenia, a mediados del siglo XV. Aquí vemos una separación clara entre las futuras Rusia y Ucrania: Moscú mirando hacia oriente y Rutenia hacia occidente. Sin embargo, la raíz histórica y cultural común entre ambos pueblos es clara: el idioma rutenio (hoy ucraniano) y ruso siendo muy similares y manteniendo la fe ortodoxa.

En el siglo XVIII con la desintegración de la Mancomunidad Polaco-Lituana y la división de sus territorios entre las potencias linderas (Austria, Prusia, y Rusia) la actual Ucrania pasa al dominio ruso, reunificando a ambos pueblos por primera vez desde los orígenes del Rus de Kiev. En el XIX empiezan a surgir voces que hablan de una “nación ucraniana”, diferente de la rusa. Y en el siglo XX, en el contexto de la Guerra Civil Rusa, hubo varios intentos de establecer un estado ucraniano independiente, los cuales fracasaron y la inmensa mayoría de la actual Ucrania terminó siendo parte de la recién formada Unión Soviética. De todas formas, dentro de la URSS se dio un reconocimiento a la nación ucraniana, siendo una de las repúblicas constitutivas de la Unión. En este período se dan eventos que también explican el anti-comunismo y sentimiento anti-ruso en parte de la población ucraniana: el Holodomor, una hambruna causada por las expropiaciones de tierras de la Unión Soviética y su industrialización forzada, causó la muerte de entre 2 millones y 5 millones de ucranianos.

Tras estos conflictos Ucrania siguió siendo una parte relativamente autónoma de la URSS, y una importante base económica y política (varios “premiers” soviéticos fueron de origen ucraniano, o con cercanía familiar a Ucrania, como Nikita Khruschev, Leonid Brezhnev y Mikhail Gorbachov), hasta su disolución en el 91. Tras la independencia de Ucrania la minoría rusa existente en Ucrania (mayoritaria en las regiones del Este) se vio entonces separada territorialmente de la que consideraban su patria, por lo que las tensiones étnicas se mantuvieron candentes a pesar de nunca volverse violentas.

Esto hasta el año 2013, cuando el entonces líder ucraniano pro-ruso, Viktor Yanukovych, fue derrocado en un golpe de Estado apoyado por las potencias occidentales (debido a su negativa a aumentar sus lazos comerciales con la Unión Europea), tras lo cual Rusia aprovechó para tomar control de la región de Crimea, de mayoría rusa, y entonces también con una presencia militar y naval rusa importante, heredada de la época soviética. El nuevo gobierno ucraniano también redujo la autonomía de las regiones de mayoría rusa y sus derechos lingüísticos, tras lo cual apoyados por el gobierno de Putin en las regiones orientales de Donetsk y Luhansk comenzó una guerra civil con el interés de “reunir” esas regiones con Rusia.

Así se mantuvo el conflicto hasta este año, cuando tras la escalada de las tensiones con Rusia llevada a cabo por el gobierno demócrata del Presidente JoeBiden en los Estados Unidos (en un error geoestratégico garrafal, viéndolo desde la perspectiva de los intereses norteamericanos, sobre el que ampliaría mucho más), Putin tras dar un discurso en el que afirmaba básicamente que Ucrania era parte inseparable de la nación rusa, decide invadir oficialmente el país, dando inicio al conflicto que sigue hasta hoy.

Hay mucho en lo que se puede ahondar: los intereses rusos en evitar la expansión de la OTAN hacia Oriente; el consumo europeo del gas natural ruso; las relaciones EEUU-UE-Rusia-China. Pero me pareció interesante realizar esta reseña histórica, más que nada para combatir algunos lugares comunes de este conflicto y la guerra en general. Que la guerra, particularmente en la era industrial, tiene un potencial destructivo infinito y las penurias que causa entre gente inocente es terrible y debe ser evitada, comparto plenamente. Sin embargo, no se puede reducir las motivaciones de aquellos que las luchan a “son manipulados por sus líderes”; la mayoría de quienes luchan lo hacen convencidos. Luchan por su Patria. Y la Patria no es solo una bandera o un gobernante de turno: es tu familia, tu barrio, tus amigos, su belleza natural, sus obras literarias, su música. La tierra donde tus ancestros están enterrados y donde vivirán tus hijos. Es tu comunidad. No tiene ninguna diferencia con arriesgar tu vida para defender a tu familia inmediata.

Tener conciencia histórica es importante, porque estos elementos juegan incluso en el subconsciente de quienes pelean, y es fundamental para entender tanto las razones políticas de los conflictos actuales como las motivaciones de la gente común. Y está bueno que nosotros, lejanos como somos del conflicto, podamos analizarlo sin caer en dicotomías berretas o tomar partido por cuestiones que jamás podremos entender a un nivel profundo como lo hacen quienes viven allí.

Holodomor + Segunda Guerra Mundial, ¿no es suficiente dolor? (1) por Eduardo Vaz

 Ucrania es escenario de una guerra interimperialista con Rusia y USA como líderes de ambos bandos. Ni con unos ni con otros.

Es muy difícil, con información básica y pública, decir que hay un bando bueno y otro malo ya que la única intención de ambos es asegurar su supremacía económica, política y militar. En absoluto tienen en cuenta al pueblo ucraniano o, en todo caso, cada bando apoya y financia a poderosos grupos interiores con los cuales mantiene fuertes lazos e intereses, ya sean culturales e históricos (rusos), políticos (gobierno pro occidental actual), económicos y militares (ambos).

Sobran argumentaciones de ambos lados:

Fundadas:

– Rusia defiende su seguridad y no está dispuesta a admitir el cerco de la OTAN ni sus armas en la propia frontera (tan razonable como la prohibición yanqui de los misiles soviéticos en Cuba).

-USA se bate contra la invasión rusa contraria a toda norma jurídica internacional (cierto y muy compartible).

Infundadas:

-Rusia no ha invadido Ucrania, es una acción puntual con objetivos limitados.

-USA siempre actúa en defensa de la libertad y nada tiene que ver con el cerco a Rusia.

Carnaval político-ideológico

Es interesantísimo ver cómo se paran los distintos estados y diferentes fuerzas políticas respecto a la invasión. La posición de apoyo o neutralidad con simpatía hacia Rusia de Brasil, Cuba, Venezuela, Nicaragua o China debería servirnos, a todos, para no pensar en blanco y negro ningún asunto.

Lo mismo muestran las posiciones de los partidos políticos: Putin es líder de un partido de derecha, conservador, reaccionario y autoritario, enemigo declarado de la agenda de derechos y, sin embargo, no deja de sorprender oír voces izquierdistas de apoyo y justificación con acusación exclusiva al imperialismo yanqui. Por otro lado, suenan fuerte las voces de condena a la invasión de decenas de partidos comunistas y obreros que firman la declaración ¡No a la guerra imperialista en Ucrania! (2)   o la izquierda de España, Francia o Chile o Convocatoria Seregnista Progresistas aquí.

Censura inadmisible

Gurméndez, presidente de ANTEL, nos cuida prohibiendo RT y la penetración de ideas enemigas y del mal que puedan dañarnos. Patético, peligroso, inaceptable.

No estamos en guerra con Rusia. Tenemos una sociedad madura, democrática y plural que merece y necesita escuchar todas las campanas. Claro, salvo que haya una verdad oficial obligatoria para la ciudadanía, al estilo Putin, aunque hasta el propio Canciller Bustillos muestre dudas de cómo proceder.

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Holodomor

(2) https://www.pcte.es/internacional/no-a-la-guerra-imperialista-en-ucrania-declaracion-conjunta-de-los-partidos-comunistas-y-obreros/

 

Cuando fallan los balances por Rodrigo da Oliveira

Difícil nos es balancear tensiones a nivel nacional, políticas, sociales, culturales, históricas, de diverso tipo. Cuanto mayor es la dificultad de intentar poner en situación sostenible, teniendo como actores principales a la OTAN, Rusia, China y a aquellas naciones que han quedado ubicadas en la hoy llamada «línea roja», vale decir aquella que demarca los límites de los países que manejan fuerzas con gran poderío militar, económico y político, por ende. Finlandia, Ucrania, Polonia, Taiwán y algunos otros son claro ejemplo de ello.

Ambivalente son las ventajas y perjuicios de estar ahí ubicados a lo largo de los tiempos históricos: tanto les es válido para comerciar con los poderosos como costoso sufrir sus embates imperialistas, nacionalistas, de conquista o de simple invasión cultural, todo esto sin ser exhaustivos en su enumeración por supuesto.

Esto es lo que ocurre hoy mismo con Ucrania, sus regiones independentistas de filiación prorusa por un lado y el intento del gobierno central de integrar la OTAN por otro, causando revuelo en la madre Rusia, que veía acercarse demasiado la inferencia de la coalición armada a sus fronteras históricas.

Acusaciones varias de uno y otro lado, desconocimiento de los tratados Minsk I y II para tratar el asunto de las regiones que buscaban su independencia, permisividad del mismo gobierno ucraniano de elementos filo nazis (al punto de tener un batallón de ese tipo entre sus filas formales) y el histórico imperialismo de la Rusia blanca, hoy llevado adelante por Putin, hijo dilecto del viejo sovietismo pero no por ello olvidado de sus métodos y características distintivas.

Esto no hace que sea un conflicto comunismo – capitalismo per se, pero también involucra lecturas históricas de este tipo. Basta para ello ver los aliados que han cosechado una y otra partes, a nivel mundial.

Esta invasión, así debemos llamarla sin dudarlo, posee características propias que además marcan lecturas con ojos del siglo XXI. La primera de ellas es que se trata de la primera guerra que vemos en tiempo real pero no sólo a través de las lentes de las cadenas interesadas, sino por las lentes y cámaras de la población directamente involucrada en el conflicto. Este punto en particular ha hecho que rápidamente la posición ucraniana haya despertado la inmediata simpatía de la población general mundial. No ha sido necesaria la existencia convocante de un Churchill, un Roosevelt o un de Gaulle, sino que los mismos gritos desoladores de la gente siendo atacada, herida, amedrentada y muerta, ha bastado para que la enorme mayoría de los ciudadanos del mundo hayan dado por buena y suficiente la causa ucraniana, frente al invasor avasallante fuertemente armado y yendo por todo, encima.

Detalle este último que no escapa siquiera a la mirada del espectador menos informado.

Hoy se libra una guerra en la que la publicidad también pesa, como en las del s XX, pero en la cual las víctimas elevan directamente su causa y el mundo juzga, presiona y veta lo que considera malas acciones de los actores, pero además de sus propios gobiernos y como se plantan estos, en la coyuntura. Acá mismo en Uruguay generó chisporroteos entre Ejecutivo, una Cancillería que parece manejarse con aliento propio en algunas oportunidades. Otra vez dejó en entredicho al Canciller Bustillo, al Presidente Lacalle Pou y declaraciones de aquel al parecer en otra línea a la marcada por el gobierno, directamente enfocada a una condena clara a la invasión rusa.

Volviendo a lo anterior, estamos frente a una situación inédita que aún nos deja muchas más dudas que certezas. ¿Hasta dónde llegará Putin con todo esto? ¿Hasta establecer un gobierno filo ruso en Ucrania? ¿Hasta la ocupación militar directa de todo el territorio? ¿Hasta lograr la autonomía/independencia de las regiones separatistas y una eventual anexión a Rusia?

¿Implica esto un «Anschluss», una conexión al estilo moderno, pero con las mismas características?

Detrás de todo este paquete de eventualidades se ubica lo energético, que no es menos importante que lo primero, en la ecuación europea. Hoy mismo, Alemania tiene apenas reservas de un treinta por ciento de gas natural, con la consiguiente restricción que ven a la vuelta de la esquina y el agregado del aumento de los costos. Dicho gas viene de aquella región. El aumento de costos de petróleo, gas y trigo ya se ha hecho visible, apenas comenzado el conflicto.

Importante es tener en cuenta que nada de ello era desconocido para los actores, antes bien, era bien conocido por todos ellos, así como sus consecuencias.

¿Faltaba algo en toda esta mixtura de factores? China. El gigante que, bien despierto, se ha abstenido de pronunciarse, aunque seguro que no de actuar tras bambalinas a nivel diplomático. ¿Cuál será la posición China en todo esto? ¿Hasta dónde llegará su silencio e inacción? Militarmente es casi seguro que no intervendrá, así como tampoco lo hicieron los «aliados» ucranianos (más allá del envío de algún armamento puntual).

El Holodomor stalinista está vivo y presente en la población de los ucranianos; los veinte millones de muertos rusos provocados por los nazis que vuelven a la actualidad de la mano de grupos afines a ellos que han venido actuando en la zona separatista y con la mirada benévola del gobierno central.

Lo que parecía un paseo de domingo para el poderoso ejército ruso no fue tal, aunque el resultado a largo plazo no está en duda.

Qué será de todo esto es algo que resulta aún complejo vislumbrar. Lo que es segura es la secuela de muertos, desplazados, heridos y huérfanos que ya comenzamos a enumerar.

Ucrania, Yemen, Siria, Afganistán, apenas peones en el tablero de las grandes potencias. Otros, los que nos percibimos alejados, pronto veremos que el mundo sigue siendo ancho, pero mucho menos ajeno de lo pensado.

 

No sabemos quién gana en Ucrania, pero si quién pierde por Federico Kreimerman

 La verdad nunca suele ser lo presente cuando se desata una guerra. Todos tratan de justificar sus acciones y ocultar los verdaderos intereses razones que han provocado la acción bélica que encierra conflictos económicos, políticos y geoestratégicos provocados por el incremento de la competencia entre potencias imperialistas.

El conflicto en Ucrania no es nuevo. Desde la anexión de Crimea por Rusia en el 2014 y el inicio de la guerra del Dombás ha habido 14.000 muertos, 3.000 de ellos civiles, según cifras oficiales. En las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk, limítrofes con Rusia, ha habido una guerra permanente, de baja intensidad, durante 8 años. Entonces, después de tanto tiempo, ¿por qué los dirigentes de Rusia, EEUU y la UE se acuerdan, precisamente ahora, de la seguridad, la soberanía, la libertad o los derechos democráticos en la zona?

En los 90, las potencias capitalistas occidentales aprovecharon la caída de la URSS y los gobiernos populares de Europa del Este para arrebatarle a Rusia todo lo que pudieron de su esfera de influencia. Trece de los países que en su día pertenecieron al Pacto de Varsovia hoy forman parte del entramado OTAN y UE.

Tampoco la Rusia de hoy es la URSS de ayer, la nueva clase burguesa rusa agrupada en torno a Putin tiene un gran interés en no perder ni un solo milímetro más en lo que consideran “sus territorios históricos”, sobre todo en aquellos que hacen frontera directa con Rusia. Tiene su lógica que reaccionen frente a las reincidentes maniobras expansionistas de la burguesía europea y norteamericana. Además de la disputa territorial y la escalada armamentística, una industria de fuerte lobby siempre en el gobierno de EEUU, el trasfondo es la disputa por el mercado mundial del gas. Rusia y EEUU son los dos principales productores mundiales de gas, son también los dos principales consumidores del gas, pero tienen ambos un importante excedente. Esto implica una mayor competencia entre ellos para colocar su gas en el mercado mundial. Esto es vital, sobre todo para Rusia en la medida que la exportación de hidrocarburos supone más del 50% de sus ingresos por exportaciones, fuente esencial para su economía.

A su vez, la situación energética de la Unión Europea, es sumamente débil debido a su dependencia del exterior, ya que importa el 60% de su energía, y en el caso concreto del gas, importa el 90% de lo que necesita y consume. El 40% del gas consumido en Europa proviene de Rusia. En los países bálticos y algunos del norte de Europa el 100% del gas es ruso. Para llevar el gas a Europa, Rusia cuenta con dos largos gasoductos, el principal de ellos atraviesa todo el territorio de Ucrania, país que cobra un “peaje” que representa el 4% de su PBI. Por otro lado, la forma en que EEUU suministra gas a Europa es mediante el gas licuado, en barcos metaneros que luego utilizan regasificadoras. Asistimos a una disputa entre sectores de la burguesía mundial, donde Rusia ha reaccionado a la provocación Estados Unidos que ha fomentado el conflicto y luego dejado a Ucrania a su merced. No podemos saber el desenlace final, pero sí podemos estar seguros quienes serán los perdedores: el pueblo de Ucrania en primer lugar, pagando con muertes y destrucción de su país, el pueblo Ruso que está financiando la guerra y luego la clase obrera de Europa y luego del resto del mundo, que ve cómo se encarece el costo de vida, empezando por los combustibles que luego provocarán un aumento general de precios.En la guerra entre los dueños del mundo, los trabajadores nunca tienen nada para ganar. Por eso decimos NO A LA GUERRA.

[1] Dicho popular ucraniano que prefiere al diablo en la casa a un soldado ruso (moskal).

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