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Romy Schneider, De joven irreal a mujer enigma

Romy Schneider, De joven irreal a mujer enigma
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Romy Schneider estaría cumpliendo 80 años y ya dio que hablar dos veces. Primero en febrero en Berlín, donde se exhibió Tres días en Quiberon, ficción que narra 72 horas de su existencia, internada en una clínica de desintoxicación y recordando episodios de su vida. La película no le gustó nada a Sarah, hija de Romy, pero menos gracia le causó el documental Conversación con Romy Schneider, estrenado en agosto en Francia. Allí se presentan imágenes de las mejores labores de la actriz, y también se recuerdan los eventos que marcaron el final de su desdichada vida, jaqueada por el alcohol, los barbitúricos y en medio de un completo desequilibrio espiritual.

Hay dos imágenes demasiado opuestas y por ello muy inquietantes que resumen la vida de Romy. La más icónica es la de la adolescente risueña, extasiada, irreal de Sissi (Ernst Marischka, 1955), bajando por la colina hacia los brazos del rubio y enamorado príncipe vienés. Una segunda imagen nos presenta a la mujer de La muerte en directo (Bertrand Tavernier, 1980), de mirada transparente, rodeada por la sombra, con su cuerpo menudo e inmóvil, sus indolentes brazos caídos, de cara al mar y dando la espalda a una sucia casilla de pescadores. Esa mujer es un enigma, y da la sensación de poseer una ternura violenta similar a la que su personaje siente hacia el ciego despojo humano (Harvey Keitel) que la adivina desde el fondo de la casucha. De una falsa imagen de vida, y luego de un cuarto de siglo de éxito laboral e infortunio personal, Romy capturaba una vigorosa imagen de muerte. Son dos Romy distintas y distantes, separadas no tanto por el paso de los años sino por un verdadero abismo mental.

Se suicidara o no en París el 29 de mayo de 1982, Romy era a los 43 años una persona gastada que dejaba adivinar su muerte prematura, porque hasta la desesperanza se había agotado en su diario sufrir. Lo inquietante en su caso (como en el de Marilyn) no son las circunstancias, sino el marco donde los sucesos tienen lugar, el de la muerte agazapada detrás del éxito. Nacida en Viena el 23 de setiembre de 1938, Romy era hija de Magda Schneider, diva del teatro y el cine de quien heredó un karma difícil de soportar, ya que Magda era una nazi convencida. Llegó a decirse que mantuvo un amantazgo con Hitler. Al acabar la guerra, esa madura diva (que sobrevivió 14 años a su hija) ubicó a Romy en el mundillo del cine para así poder retornar al celuloide, lavando con la imagen diáfana de la hija su turbio pasado. Lo que no imaginó fue que Romy, con 16 años de edad, la eclipsaría al protagonizar la serie de irreales y almibaradas películas sobre la emperatriz Sissi de Baviera. A esas alturas Romy ya portaba un segundo karma familiar: el acoso sexual del padrastro, algo que la oportunista Magda nunca vio, o no quiso ver.

A partir de entonces Romy continuó rodando films cursis en Alemania, hasta que se fue a Francia y se enamoró de Alain Delon, con quien convivió desde 1959 a 1963, cuando el mujeriego galán la abandonó de un día para otro, ocasionándole una de las mayores decepciones de su vida. La ruptura la dejó devastada. Romy tardaría mucho en perdonar a Alain, aunque años después quedaron como grandes amigos, quizá porque ella seguía amándolo. De todas formas, en 1966 se casó con el director Harry Meyen, con quien tuvo a su hijo David. La pareja se deshizo en 1975, y en medio de su infelicidad halló al periodista Daniel Biasini, que se convertiría en su segundo marido. De la unión nació Sarah, pero poco después llegó el fatídico año 1981, que comenzó con la ruptura de su relación con Biasini. Poco tiempo antes su ex marido se había suicidado, ahorcándose. Y el 5 de julio su hijo David volvió a la lujosa vivienda de sus abuelos sin llave. Llamó a la puerta, nadie le abrió, optó por trepar la verja para saltar al jardín, calculó mal los movimientos y se empaló en los hierros, perforándose la arteria femoral: tenía 14 años de edad. Según el reciente documental, David había dicho a Romy que la abandonaría porque no soportaba sus borracheras. Sea cierto o no, desde la muerte del joven Romy no fue la misma: se lanzó a una espiral de bebida, tranquilizantes y barbitúricos, hasta que diez meses después fue hallada sin vida en su casa. En forma inexplicable no se le practicó autopsia, así que oficialmente murió de un infarto, pero eso casi nadie lo cree.

Es mejor recordarla en pantalla, porque la chiquilla cursi del cine alemán terminó siendo una actriz intensa mediante inolvidables roles para Luchino Visconti (Ludwig, donde reencarnó a Sissi), Orson Welles (El proceso), Otto Preminger (El cardenal), Alain Cavalier (Ana), Clive Donner (¿Qué pasa, Pussycat?), Jacques Deray (La piscina), Alberto Bevilacqua (La califa), Michel Deville (El cordero enardecido), Joseph Losey (El asesinato de Trotsky), Claude Chabrol (Inocentes con las manos sucias), Robert Enrico (El viejo fusil), y sobre todo Bertrand Tavernier en La muerte en directo, Andrzej Zulawski en Lo importante es amar y Claude Sautet en Las cosas de la vida, El inspector Max, César y Rosalie, Mado y Una historia simple. La última imagen que debe recordarse de Romy es la de la episódica arpía que encarnó en Ciudadano bajo vigilancia de Claude Miller. Ahí se nota que ya tenía instalado el suicidio en su existencia. Si lo llevó a cabo o el infarto ganó la partida es lo de menos, porque sus bellos ojos y su diáfana sonrisa aún sobreviven a su antigua devastación.

 

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".