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Shejitá en la Nelly Goitiño

Shejitá en la Nelly Goitiño
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Once meses después el ritual vuelve a los escenarios

El jueves 12 de marzo del 2020 se estrenaba en el Teatro Victoria Shejitá, espectáculo de Ximena Echevarría sobre texto de Analía Torres que ubicaba su acción en la zona rural del norte de nuestro país. Al día siguiente al estreno la pandemia se instalaba oficialmente y se cancelaban los espectáculos públicos. Por diversas razones los posibles reestrenos se fueron cancelando hasta que el lunes 15 de febrero pasado, casi un años después, el espectáculo volvió a palpitar, ahora en la sala Nelly Goitiño.

En el número 686 de Voces recordábamos que Shejitá es el nombre de un ritual judío mediante el cual se sacrifica a los animales permitidos para ser consumidos. La faena shejitá está reglamentada y tanto la persona que la realiza (shojet) como el cuchillo que utiliza (jalaf) tienen determinadas características que confirman el carácter ritual que permitirá comer a los animales muertos bajo este procedimiento. Las tres protagonistas centrales del espectáculo de Echaverría le arriendan a un shojet un galpón para que se realice el ritual de forma casi clandestina. Durante uno de esos días en que se realiza la shejitá transcurre la obra.

Algunas acciones deberán ser reelaboradas, ya que, por ejemplo, en el hall del Victoria el público era abordado por Luisito, un joven transparente e ingenuo, que convidaba tortas fritas iniciando la inmersión en el espectáculo ya desde los olores y el gusto. Y es desde ese estímulo sensorial que se comenzaba el vínculo con un universo rural olvidado, de trasfondo casi mítico.

Tres mujeres, como decíamos, protagonizan Shejitá, tres mujeres que representan tres generaciones: la abuela, su hija Sara y su nieta Clara. Viven en un rancho descascarado de una zona rural. Si bien no hay referencias específicas, el habla responde a una forma no urbana, y en particular la canción que se oye por la radio (A vaquinha preta, de los gaúchos Os 3 Xirus), cantada en portugués y con un acordeón ondulante poniendo el ritmo, ayuda a ubicarnos en la frontera norte de nuestro país, una de las más pauperizadas históricamente de nuestro territorio. Y la obra comienza con una discusión entre Clara y su abuela por la poca leche que les queda, ya que a diferencia de la de la canción, la vaca que poseen ya casi no produce. Desde el comienzo las discusiones giran alrededor de las carencias en que viven, en principio carencias materiales, pero también de otro tipo, más vinculadas a la autopercepción de los tres personajes. En ese sentido es muy interesante ver cómo el descenso moral en que han caído estas tres mujeres luego de que un hecho trágico las dejara “solas” nunca es “explicado”, sino que se va jalonando por algunas situaciones como la forma en que la madre se higieniza, o como cuando vamos descubriendo cómo se ha introducido la prostitución en esa casa.

Los dos personajes masculinos parecen simplemente ser necesarios para señalar el deterioro en que viven las tres mujeres luego de que el padre dejara de estar en sus vidas. El rabino que organiza la shejitá parece venir con algo siniestro, que se potencia por la clandestinidad en que realiza su ritual. Pero las mujeres dependen del alquiler del galpón, y cualquier prurito tiene un límite allí. Parece casi otra forma de prostitución. Y Luisito, con su ingenuidad, viene a subrayar ese descenso moral en que viven las mujeres, que explotan de carcajadas llenas de cinismo cuando el muchacho muestra sus intenciones de casarse con Clara.

La clave de todo parece ser, en definitiva, que ninguna de las tres puede hacer nada que les permita subsistir sin caer en esa debacle en que están inmersas. Las tareas para las que están adiestradas, sus actividades “rituales”, pasan por lo que se hace dentro de la casa, y al no tener quien se haga cargo de lo que sucede afuera, de “proveer” como ha indicado la propia Echevarría, incluso las tareas dentro del hogar se envilecen. Evidentemente no es el interés de la directora señalar la incapacidad “esencial” de las mujeres de hacerse cargo de sus vidas, sino indicar cómo se definen roles, cómo se producen rituales micro sociales que generan que ante la ausencia de uno de los ejes todo el orden se derrumbe. Una de las cosas más interesantes, repetimos, es que la dirección muestra el deterioro, pero no señala explícitamente las causas. La obra nos va dejando entrever la abyección en que viven estas mujeres, la absoluta falta de perspectivas en que están inmersas, pero no da sermones, no señala causas, no realiza moralejas. Vemos el resultado de una forma de organización social rota, y el resto le queda al espectador.

La obra apuesta a introducir al espectador en el universo de estas mujeres, por lo que el diseño es clave para que nos ubiquemos “dentro” de ese rancho en que conviven carencia y desorden. También el diseño nos permite desde husmear en la intimidad de un dormitorio hasta experimentar la lluvia dentro del teatro. Pero, por paradójico que parezca, no es naturalista la puesta. La apuesta es a una convencionalidad que se explicita, que no pretende demostrar “realismo”, aunque sí verosimilitud. Esto hizo que en lo personal necesitara de algunos minutos para aceptar el código desde el que se estaba actuando, pero una vez aceptado nos quedamos por una hora en ese universo. Quizá lo más difícil haya sido que la miseria material y moral en que viven esas mujeres haya estado siempre matizada por el humor, lo que permitió que el público combinara casi a la vez la risa con el asco, la repulsión con las carcajadas.

Shejitá puede ser agresiva por momentos, muy divertida por otros, pero el resultado global es más bien desolador. Si embargo no deja de ser una reflexión sobre cómo algunas personas quedan absolutamente determinadas por una forma de organizar la vida social, y esto no necesariamente es una fatalidad, a no ser que creamos que esa forma de organizarse sea inmutable, como el ritual que le da nombre al espectáculo. Son pocas funciones, no se la pierdan.

Shejitá. Dramaturgia: Analía Torres. Dirección: Ximena Echevarría. Elenco: Jessica Yaniero, Sofía Ferreira, Mariella Chiossonni, Germán Weinberg y Joaquín Rojas.

Funciones: 15 al 21 de febrero 21:00 horas. Auditorio Nelly Goitiño del SODRE (18 de Julio 930)

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.