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Siete claves acerca de la situación de los partidos políticos en América Latina por Sebastian Grundberger

Siete claves acerca de la situación de los partidos políticos en América Latina  por Sebastian Grundberger
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En lo que respecta a sus sistemas de partidos, América Latina está mucho más cerca de Europa que gran parte del llamado tercer mundo. Para sobrevivir en medio de la tormenta de protestas sociales, promesas populistas o cortejos chinos, los partidos de América Latina necesitan el apoyo estratégico de Europa. En tiempos de cambio global, ellos son indispensables como aliados estratégicos en cuanto a los valores compartidos.

El coronavirus golpeó a América Latina en medio de una prueba de resistencia para la democracia. En varios países del continente, la pandemia se sumó a agudos conflictos sociales, desconfianza respecto a las instituciones, la erosión del consenso político y social y promesas populistas de salvación. En medio de la crisis del coronavirus los partidos políticos, ya de por sí debilitados, apenas estuvieron en condiciones de convertirse en los intérpretes calificados de la crisis como portadores de conceptos políticos coherentes. El protagonismo del Ejecutivo durante la crisis y el poco frecuente vínculo institucional estrecho entre el Gobierno y un partido político fuerte no bastan como explicaciones para esto. La pandemia además dificulta hallar respuestas según el clásico esquema izquierda-derecha. Si bien los desafíos estructurales que enfrentaron los partidos en América Latina durante la crisis tendieron a atraer menos atención internacional, no solo mantienen su vigencia sino que también son de crucial importancia para el futuro de la democracia en la región. Este artículo se propone analizar siete claves relacionadas con este tema.

1.         Las democracias latinoamericanas (todavía) siguen siendo democracias de partidos

En contraste con lo que sucedió en los notoriamente tardíos procesos de descolonización en África y Asia, en prácticamente todos los países latinoamericanos se formaron partidos políticos apenas lograda la independencia. Las organizaciones que se constituyeron bajo este nombre en la primera mitad del siglo xix, a pesar de su carácter elitista, expresaban incipientes contradicciones ideológicas: por un lado, una orientación conservadora-clerical y, por otro, una liberal-comercial. A esto se sumaron en la primera mitad del siglo XX partidos decididamente de izquierda. Con la llegada de los medios de comunicación, los partidos se afianzaron más firmemente en las clases media y baja. En el transcurso de la guerra fría, los partidos latinoamericanos fueron arrastrados a su lógica interna. Esto se dio a través de fuertes conexiones con uno u otro campo ideológico, o mediante la propagación de la tercera vía con la consiguiente simpatía por el Movimiento de Países No Alineados. Aunque a lo largo de los años hubo fundaciones partidarias basadas en temas de actualidad, y algunas de estas tuvieron la capacidad de afianzarse, los sistemas de partidos de América Latina se mantuvieron notablemente estables hasta principios del siglo XXI.[1] Esto se mantuvo a pesar de los golpes de Estado y las dictaduras militares que se sucedieron a lo largo de la historia del continente en prácticamente todos los países. Al terminar estas, fueron a menudo los viejos partidos los que jugaron un papel decisivo en la democratización.

Aunque hoy en día cada vez se apunta menos hacia una continuada vigencia de la tesis de los sistemas de partidos estables en América Latina, dos aspectos no han cambiado. Por un lado, después de dos siglos, los Estados latinoamericanos se acostumbraron a la existencia de algún tipo de «partido» político. Por otro lado, las agrupaciones políticas existentes en la mayoría de los países pueden ser ubicadas en forma al menos aproximada en un gradiente ideológico de izquierda a derecha, de autoritario a liberal-pluralista, y de nacionalista a cosmopolita. Las familias ideológicas de pensamiento en América Latina y los partidos asociados a estas se corresponden mucho más estrechamente con las categorías europeas de lo que sucede con partidos en África o Asia. Además, en Latinoamérica persisten desde hace décadas algunos importantes partidos con programa, que ejercen influencia en la formación de los gobiernos. Un ejemplo claro es el Partido Nacional, con 184 años de existencia ininterrumpida, que desde el primero de marzo lidera la coalición de gobierno en Uruguay. El origen de los todavía hoy relevantes Partido Conservador y Partido Liberal de Colombia se remonta a los años 1848/1849. Otro ejemplo es el Partido Acción Nacional (PAN) de México, que se formó en 1939. Todo esto le da a América Latina un potencial excepcional para el intercambio y la cooperación entre partidos políticos de Europa y América Latina.

2.        La polarización social agudiza la pérdida de prestigio de los partidos políticos y de las instituciones

Las encuestas muestran que, a pesar de tres a cuatro décadas de gobiernos civiles continuados, en la mayoría de los Estados del continente las instituciones democráticas no lograron afianzar la confianza de la ciudadanía como garantes de un buen desempeño en el gobierno y de la estabilidad institucional. De acuerdo con el Informe Latinobarómetro[2] de 2018, solamente un 24 % de los encuestados declararon estar conformes con la democracia en sus respectivos países, lo que constituye el valor más bajo desde la primera encuesta en 1995. En contraste, un 71 % declararon estar insatisfechos. Con solo 9 %, Brasil ocupó el último lugar en la escala, seguido por Perú y El Salvador (ambos con 11 %), Venezuela (12 %) y México (16 %). En total, solamente 48 % de los encuestados declararon apoyar a la democracia, mientras un número récord de 28 % se declararon indiferentes. Estos bajos valores tienen un impacto directo sobre un amplio espectro de instituciones democráticas como las autoridades electorales (28 % de confianza), el Poder Judicial (24 %), el gobierno en general (22 %) o los parlamentos (21 %). Sin embargo, particularmente afectados resultan los partidos políticos, que solamente cuentan con la confianza de un 13 % de los encuestados. En 2013, este valor todavía era de 24 %. La pérdida de reputación de los partidos políticos no puede verse independientemente del apoyo cada vez menor a las instituciones democráticas y a la democracia en su conjunto. Sin embargo, es llamativo que los partidos políticos sufran particularmente este daño a su imagen.

En la búsqueda de modelos de explicación, ayuda elevar la mirada a los desarrollos globales. En los últimos años, América Latina muestra participa de la tendencia global a una erosión del consenso político básico y a una polarización del panorama político en dos campos enfrentados en forma irreconciliable. Lo que en Argentina es llamado la grieta se repite en cada vez más países de la región, aunque con diferente vehemencia. En Brasil, Chile o Perú se constatan fenómenos similares en los últimos años, por no hablar de los países gobernados en algún momento o en la actualidad en forma «bolivariana», como Bolivia, Ecuador, Nicaragua o Venezuela. Hay una tendencia a que los contrincantes políticos sean convertidos en enemigos irreconciliables en el contexto de una disputa orientada según la lógica de la llamada identity politics. En este entorno del todo vale, los partidos institucionalizados son asfixiados en su capacidad de articular demandas sociales a través de discusiones. La disposición a defender las instituciones democráticas contra amenazas populistas y autoritarias desde los extremos del espectro político tanto de izquierda como de derecha disminuye a medida que aumenta la polarización social.

3.        Grupos de interés y no partidos son los portadores de la nueva protesta social

Severos estallidos sociales llevaron a actos de violencia de distinta intensidad y sacudieron países como Chile, Colombia, Ecuador o Perú y Guatemala. En especial, la crisis política en Chile hizo plantearse a observadores incrédulos la pregunta de cómo «el país más rico de América Latina […] podría convertirse de repente en algo así como un campo de batalla».[3] Respecto al contexto chileno, el analista Carlos Peña afirma que una de las varias causas de la crisis es que «el Estado apenas ha sido reformado y es percibido como obsoleto por una sociedad que avanza a mucha mayor velocidad». De esta forma surgió una situación en la que «la sociedad dispone hoy mayores grados de complejidad que un Estado, cuya fisonomía viene del siglo xix».[4] Este diagnóstico ciertamente puede trasladarse a los partidos políticos como parte de este diseño institucional. En ninguno de los contextos mencionados los partidos políticos estuvieron significativamente involucrados como articuladores políticos de las demandas sociales. Por el contrario, los partidos, frecuentemente debilitados por escándalos de corrupción y disputas internas, a menudo eran percibidos por los manifestantes como parte de un sistema injusto susceptible de ser combatido. En estos casos, los partidos no fueron capaces, en su calidad de sistemas de alerta temprana anclados en la sociedad, de hacerse eco de las demandas sociales, y de orientarlas hacia canales institucionales, evitando así una explosión violenta.

La motivación principal de las protestas fue a menudo un movimiento de defensa de intereses particulares, sin liderazgos claros, principalmente activos a través de las redes. Estos grupos se agitaron bajo consignas como «no más AFP» en Chile o, algunos años antes, «Vem pra rúa», en el marco de las protestas contra Dilma Rousseff en 2016 en Brasil. A esto se suman movimientos estudiantiles y variados colectivos, en los que es difícil de discernir una única fuerza motora o una figura que los lidere.

Si bien estos movimientos sustituyeron a los partidos parcialmente en su función movilizadora, no fueron capaces de formular soluciones o nuevas formas de liderazgo democráticamente legitimadas. Lo que sí lograron fue empujar a los partidos y grupos parlamentarios existentes a través de demandas fuertemente emocionales, amplificadas a través de los espacios virtuales de resonancia. Las discusiones con contenido, por ejemplo, sobre los detalles técnicos del diseño del sistema de pensiones o del electoral, se moralizan así de una manera muy perjudicial para el debate racional que requieren estas cuestiones con muchos detalles técnicos. Además, como resultado de esta especie de moralización pública, se están transfiriendo cada vez más a las calles o a las redes elementos de la toma de decisiones democrática tradicionalmente reservados para los parlamentos en las democracias representativas. Si este proceso sigue avanzando y la democracia parlamentaria se ve amenazada de ser por lo menos parcialmente reemplazada por lógicas plebiscitarias, los partidos perderían en gran medida nada menos que su razón de ser y, por tanto, se vería severamente mermado su rol amortiguador contra las ambiciones autoritarias de poder.

4.        No hay forma de matar al caudillo, sea analógico o digital

A pesar de todos los problemas, las protestas sociales actuales son una expresión de la demanda de nuevas formas de participación social y política — es decir, de más democracia— por una clase media creciente y cada vez mejor educada. Más anacrónico aún es que el caudillo, una tradicional especie de la «fauna política» de América Latina,[5] se beneficie del descontento generalizado con la política y la clase política. Esta expresión, proveniente de la jerga militar para denominar a un líder del ejército, se usa en América Latina siempre que un líder carismático-populista se presenta como un tribuno del pueblo, acapara y utiliza el poder con medios a veces cuestionables. También los populistas contemporáneos de América Latina se sitúan ayer como hoy en una especie de «lucha binaria entre el pueblo por un lado y una especie de exclusiva élite por el otro»[6] y, de esa forma, se benefician de una moralización de la política.

Llama la atención que tres de los cinco países mencionados con los valores más bajos de satisfacción con la democracia, según datos del Latinobarómetro 2018 (Brasil, México y El Salvador), hayan entregado su fortuna a una figura populista caudillesca. Los nuevos caudillos utilizan, mientras tanto, las herramientas digitales para sus objetivos y logran con esto darles un barniz de modernidad a estilos políticos en realidad apolillados.

Un caso particularmente especial es el del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien se ha convertido en una especie de cibercaudillo. Elegido para el cargo en 2019 con la promesa de sustituir «a los de siempre», es decir, a los partidos tradicionales de su país, Bukele se celebró primero en Twitter como el «presidente más cool del mundo», para luego de recurrir al más clásico de todos los patrones de legitimación de los caudillos latinoamericanos, el apoyo de la fuerza armada. Esta estrategia encontró su clímax en la emblemática ocupación del Parlamento por las fuerzas armadas el 9 de febrero de 2020.[7] En este contexto parece cínico que Bukele llame Nuevas Ideas al partido fundado a su imagen y semejanza en el mejor estilo caudillesco.

Si bien la pandemia ha demostrado claramente los déficits de la gestión de crisis de algunos líderes populistas,[8] no parece más que una expresión de deseo que esta crisis pueda colocar a los caudillos en su lugar y oriente a la ciudadanía hacia partidos moderados con programas. Por el contrario, podría darse que el empobrecimiento como consecuencia de la pandemia y el sentimiento de desamparo frente a estructuras estatales den fuerza a propuestas populistas y soluciones supuestamente simples.

5.        De corta vida y de poca cohesión interna. La peruanización de los partidos latinoamericanos

Mientras algunos caudillos se convirtieron en una amenaza para la constitución democrática de los Estados latinoamericanos, por debajo del límite de percepción internacional a menudo surgen microcaudillos que determinan a sus partidos políticos. Particularmente, en países donde los sistemas de partidos apenas se perfilan, candidatos presidenciales prometedores tienden a fundar ellos mismos «partidos», cuya duración a menudo se limita al ciclo de su propia actividad política en primera fila como candidato o candidata. En Perú, por ejemplo, el expresidente Pedro Pablo Kuczynski incluso dio nombre a un partido con sus iniciales PPK (Peruanos Por el Kambio). Con el final prematuro final de la presidencia de Kuczynski en 2018, también su «partido» se descompuso, mientras sus miembros se dispersaban para sumarse a nuevos agrupamientos políticos. Este fenómeno, ya típico para Perú, llevó a que politólogos llamaran al país andino «democracia sin partidos».[9] Tuesta et al. explican las características constitutivas de este modelo;[10] en ciclos políticos cada vez más cortos se forman franquicias políticas[11] alrededor de líderes, que se disuelven rápidamente. Una vez que alcanzan el gobierno, carecen de cuadros del partido para ocupar importantes funciones dentro del Estado, lo que resulta en administraciones tecnocráticas sin clara orientación política. A eso se suma el peligro de que personas que se acercan a proyectos políticos de estas características lo hagan más bien por motivos personales que por una comunión de convicciones políticas. Esto aumenta el peligro de que estructuras ilegales ejerzan influencia, lo que resulta en una marcada inestabilidad de la política y en una mercantilización[12] de candidaturas y campañas electorales.

El destino de los partidos políticos, tal y como se describe en el contexto peruano, se está volviendo cada vez más notorio hasta en países como Colombia o Chile, hasta ahora más institucionalizados en términos de política partidaria, sin mencionar los sistemas de partidos más volátiles, como en Ecuador, Bolivia, Venezuela o los Estados centroamericanos con excepción de Costa Rica. El politólogo Juan Pablo Luna, por tanto, también ve el modelo peruano como un posible escenario futuro para otros países de América Latina.[13]

6.        Los partidos latinoamericanos buscan su lugar en la democracia digital

El término transformación digital se utiliza principalmente en relación con la economía, mientras que los actores y partidos políticos aparecen al final del espectro de percepción al respecto.[14] Ni obstante, los partidos políticos no solamente tienen que afirmarse en el espacio digital; su capacidad de adaptación a la democracia digital y sus dinámicas determina cada vez más sus posibilidades de éxito en las urnas. Esto vale especialmente en América Latina. Aunque la región todavía esté muy por detrás de Europa o de Estados Unidos en la expansión de la infraestructura digital,[15] a pesar de los avances el continente es, según datos estadísticos, la región con el uso diario más intensivo de las redes sociales en todo el mundo. Según un estudio de 2019, los latinoamericanos pasaban un promedio de alrededor de tres horas y media al día en las redes sociales, casi el doble que los norteamericanos.[16]

No obstante, los partidos políticos de América Latina hasta ahora se comportaron en forma más bien pasiva con respecto a los desarrollos en la comunicación digital, en vez de utilizar las nuevas herramientas para trabajo partidario de manera innovadora, por ejemplo, en el reclutamiento de miembros, discusiones de programas o recaudación de fondos.[17] Mientras que en el continente en campañas electorales se pueden encontrar enfoques muy innovadores y profesionales en el área digital, esto difícilmente se aplica a la comunicación y el trabajo partidario cotidianos en épocas más lejanas a los procesos electorales. Por otro lado, los partidos políticos muchas veces aun no ven a la digitalización como un campo futuro de formulación de políticas. Apenas hay políticos especializados que conviertan a la digitalización en su tema principal, y ni hablar de que existan grupos de trabajo sobre este tema dentro de los partidos. Todo ello resulta en que los partidos tradicionales latinoamericanos, frecuentemente sobrecargados de estatutos y reglamentos internos complejos, a menudo se queden en desventaja frente al estilo político emocional y personalista de los caudillos. Como internet y especialmente las múltiples plataformas de redes sociales permiten a los líderes políticos dirigirse en forma directa a grupos de votantes cada vez más segmentados, queda cuestionada una función importante del partido político, a saber, su presencia territorial y, por tanto, la proximidad física con los ciudadanos. Por tanto, los partidos latinoamericanos necesitan urgentemente encontrar respuestas estratégicas a la realidad de la democracia digital si quieren seguir siendo vigentes.

7.        China intenta sacar provecho de las debilidades y potenciales de los partidos latinoamericanos

Hay un actor global extranjero que aparentemente detectó la creciente debilidad de los partidos latinoamericanos como un potencial: la República Popular China. Hace años que Beijing persiste en incorporar a los partidos latinoamericanos en sus incursiones geoestratégicas. La intención es la propagación de un «nuevo modelo»[18] de relaciones partidarias impulsado por el jefe de Estado y del partido en China, Xi Jinping, según el cual los partidos en vez de resaltar sus diferencias se concentran en sus «similitudes» y en el «respeto» mutuo. En 2015, el Partido Comunista de China (PCCh) invitó a un Foro de Partidos Políticos China-CELAC, que repitió en 2018 con participación de «más de 60 partidos y organizaciones».[19] El atractivo más importante de Beijing ante los partidos políticos de América Latina sigue siendo el de las invitaciones personales para viajar a China. Según el autor Juan Pablo Cardenal, tales viajes y la enorme cortesía mostrada hacia los invitados tienen un «efecto hipnótico» en los visitantes, que puede nublar la visión de la «compleja realidad de China y su sistema político».[20] Hacer sentir particularmente importantes a los invitados permite que estos se sientan halagados y corran hacia los brazos abiertos del Partido Comunista.

El entrelazamiento del liderazgo del partido y del Estado en China lleva a Beijing a una línea divisoria solamente retórica de las relaciones entre el Estado y el partido. Esta conexión directa no siempre se revela a los representantes de los partidos latinoamericanos, quienes suelen estar acostumbrados a una estricta separación entre las actividades partidarias y las estatales. Desde un punto de vista estratégico, es particularmente relevante para China mantener al mismo tiempo estrechas relaciones con los gobiernos y sus respectivos partidos más allá de su orientación ideológica.[21] En todos estos casos, el PCCh se presenta como un partido político del mismo nivel que los partidos democráticos establecidos en América Latina y enfatiza la cooperación y el intercambio de experiencias. Al firmar documentos conjuntos de «solidaridad» y «respeto», el Partido Comunista utiliza a los partidos latinoamericanos como paraguas de legitimación mientras crea dependencias políticas y geoestratégicas. Son muy escasas las voces críticas sobre los intereses estratégicos chinos detrás de las invitaciones y las pomposas declaraciones redactadas en un lenguaje ceremonial difícil de traducir adecuadamente al español. Dado que la firma de tales documentos apenas es visible a la opinión pública, los partidos no pierden capital político en el escenario nacional mientras complacen a Beijing.

8.        Diálogo entre partidos como objetivo estratégico en la cooperación basada en valores compartidos

En lo que respecta a sus sistemas de partidos, la mayoría de los países latinoamericanos están mucho más cerca de Europa que gran parte del llamado tercer mundo. Si bien los procesos de erosión en algunos contextos latinoamericanos (palabra clave: peruanización) pueden estar aún más avanzados que en los países de la Unión Europea, los partidos europeos enfrentan cada vez más desafíos similares a los de sus socios latinoamericanos. Dada la coincidencia de ambas regiones en el concepto de partido, un diálogo intenso en pie de igualdad seguramente será beneficioso para todos.

Esto es especialmente válido frente a alternativas autoritarias a las democracias claramente reconocibles, como ejemplos disuasorios en ambas regiones. Las áreas a desarrollar en la intensificación del diálogo partidario se encuentran en todo lo relativo a la conexión entre los partidos y sus sociedades. Esto comprende el programa político, la búsqueda de un consenso básico en la sociedad y la orientación estructural de los partidos hacia los patrones de comunicación y debate rápidamente cambiantes en la era digital.

Si desde el lado europeo se descuidara la cooperación entre los partidos políticos, se estaría dejando el campo libre a actores como China, con su partido único dictatorial. Europa, por esto, no debería ser indiferente a que China logre entrar con su cooperación y propague en América Latina su modelo de partido político. Los partidos son portadores y sostén de democracias vivas, liberales y plurales. La voluntad de Europa de fomentar con visión estratégica este diálogo entre socios que comparten valores será decisivo para que los partidos latinoamericanos puedan resistir la prueba de fuerza que enfrentan.

 

Publicado en colección por DP Enfoque Nro. 2, editado por Diálogo Político. Fundación Konrad Adenauer

Notas

[1]             En relación con los años ochenta, noventa y comienzos de dos mil, Manuel Alcántara constataba esa estabilidad en los sistemas de partidos latinoamericanos. Manuel Alcántara Sáez, Partidos políticos en América Latina: Precisiones conceptuales, estado actual y retos futuros. Barcelona: CIDOB, 2004, p. 29.

2            Latinobarómetro, Latinobarómetro Opinión Pública Latinoamericana, 2004, http://www.latinobarometro.org/lat.jsp [25.07.2020].

3            Carlos Peña González, La crisis social en Chile y sus implicaciones para América Latina, Diálogo Político, 2020, https://bit.ly/38roRrA [09.11.2020].

4            Ibidem.

5            Álvaro Vargas Llosa, La fauna política latinoamericana. Neopopulistas, insoportables y reyes pasmados, Santiago de Chile: La Tercera-Mondadori, 2004.

6            Latin News, Latin American Populists and the virus, Latin American Special Report, 2020, p. 1, https://bit.ly/3dLW5Cz [22.10.2020]. Gerne setzen Caudillos die eigene Person rhetorisch mit dem Volk gleich. Beispiel: «Yo no me voy a divorciar del pueblo; vamos a estar siempre juntos». Melissa Galván, 50 frases de AMLO en sus primeros 50 días de gobierno, Expansión Política, 19 de enero de 2019, https://bit.ly/37J3txF [22.07.2020].

7          Álvaro Bermúdez-Valle, El Salvador: la conversión del presidente millennial, Diálogo Político, 21 de febrero de 2020, https://bit.ly/3d2fA9x [05.10.2020] y Álvaro Bermúdez-Valle, El Salvador y la cooptación del Estado desde la emergencia sanitaria, Diálogo Político, 30 de junio de 2020, https://bit.ly/2Svc2D7 [05.10.2020].

8          Eva Usi, América Latina: el coronavirus desnuda a los líderes populistas, Deutsche Welle, 2 de junio de 2020, https://p.dw.com/p/3d9vd [05.10.2020].

9          Juan Pablo Luna, ¿El fin de los partidos políticos?, Diálogo Político, 2017-1, p. 54, https://bit.ly/3mbHsv7 [22.10.2020].

10        Fernando Tuesta Soldevilla, Paula Valeria Muñoz Chirinos, Milagros Campos Ramos, Jessica Violeta Bensa Morales y Martin Tanaka Gondo, Hacia la democracia del Bicentenario. Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política, Lima: Konrad-Adenauer-Stiftung, 2019, pp. 21-37, https://bit.ly/3oh6niQ [22.10.2020].

11         Ibidem, p. 29.

12        Ibidem, p. 30.

13        Juan Pablo Luna, Perú, ¿el futuro político de Chile?, Centro de Investigación Periodística (CIPER), 29 de noviembre de 2016, https://bit.ly/3d0sd4L [05.10.2020]; Fernando Tuesta Soldevilla et al., 2019, o. cit., p. 22.

14        Elaine Ford, El reto de la democracia digital, Lima: Konrad-Adenauer-Stiftung, 2019, p. 112, https://bit.ly/31wwpEO [22.10.2020].

15        ASIET, El estado de la digitalización de América Latina frente a la pandemia. La región en busca de la resiliencia digital, 5 de mayo de 2020, [webinar], ASIET, https://bit.ly/3cYx3zu [05.10.2020].

16        José Gabriel Navarro, Social media usage in Latin America. Statistics & Facts, Statista, 15 de mayo de 2020, https://bit.ly/2GB8wEE [05.10.2020]; Fernando Duarte, Los países en los que la gente pasa más tiempo en las redes sociales (y los líderes en América Latina), BBC World Service, 9 de septiembre de 2019, https://bbc.com/mundo/noticias49634612 [05.10.2020].

17        Elaine Ford, 2019, o. cit., pp. 113-114.

18        Xinhua Español, Enfoque de China: Xi pide a los partidos políticos del mundo construir comunidad de futuro compartido para la humanidad, Xinhua, 2 de diciembre de 2017, https://bit.ly/30Bi35Q [05.10.2020].

19        Pueblo en Línea, Representantes de partidos políticos de China y América Latina buscan soluciones para dificultades de desarrollo, Pueblo en Línea, 29 de mayo de 2018, https://bit.ly/35D2f4n [26.06.2020].

20        Juan Pablo Cardenal, El «poder incisivo» de China en América Latina y el caso argentino, 2018, Buenos Aires: CADAL, p. 24, https://bit.ly/36xGFA8 [05.10.2020].

21        Ejemplos de esto son los vínculos del PCCh con partidos de gobierno en países ricos en materias primas como Brasil (Partido de Trabajadores, 2003-2016), Ecuador (Alianza País, 2007-2017) o Perú (Partido Nacionalista Peruano, 2011-2016). Intentó también relacionarse en forma estrecha con el PRO, partido de centroderecha del expresidente Mauricio Macri (2015-2019).

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