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Sordos en la Educación Pública: Inequidad, injusticia, insensibilidad Por Adriana Riotorto

Sordos en la Educación Pública:  Inequidad, injusticia, insensibilidad Por Adriana Riotorto
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Igual que en años anteriores, tanto en Montevideo como en el interior, los cursos en muchos centros de estudio con estudiantes sordos integrados dan comienzo sin la presencia ineludible de intérpretes de Lengua de Señas Uruguaya. Esta situación de vulneración de derechos no sólo contraviene la legislación vigente sino que, además, genera angustia e indignación entre los estudiantes sordos, sus familias y la comunidad sorda uruguaya.

Es marzo, un mes emotivo para un enorme grupo de personas. Comienzan las clases y con ellas ansiedad, reencuentros, expectativas, un nuevo ciclo.

Los centros educativos son el lugar para socializar, aprender y donde comenzar a visibilizar un proyecto de vida, porque la educación en definitiva nos ayuda a ser, a formarnos como seres humanos, como seres cívicos, porque las aulas nos obligan a convivir con las diferencias, nos enseñan a conocernos, a manejar las frustraciones, a ser empáticos y aprender que somos “el otro” de “los otros”.

Todo esto le es vedado a las personas sordas, les arrancamos sus sueños y la posibilidad de realizarse y realizarlos; porque, como todos los años, comienzan los cursos sin intérpretes de Lengua de Señas Uruguaya, por lo tanto, sus planes y expectativas, frustrados.

Los estudiantes sordos hoy no están en las aulas, una vez más, pero no por su voluntad ni por la de los intérpretes, sus mediadores en la comunicación y su instrumento para estar en ellas en igualdad de condiciones, sino por indiferencia, inoperancia y falta total de empatía de un grupo de personas que deberían velar por el cumplimiento de la “Ley de Educación”, del “Protocolo de Inclusión educativa para personas con discapacidad en centros públicos y privados” y, fundamentalmente, de la ley 18.651 de “Protección integral  de personas con discapacidad”.

Si hablamos de derechos, equidad, equiparación de oportunidades, inclusión, integración social, ésta es la vulneración de derechos más flagrante que puede sufrir una persona, es una vejación. Dejar a una persona sorda sin intérprete durante quince o veinte días, sin recibir información en su lengua, es no sólo dejarla aislada, es quitarle la oportunidad de ser educada y, lo que es más grave, dejarla en la situación de desigualdad más absoluta que se pueda imaginar, ya que su grupo de pares (el de los estudiantes oyentes) sigue adelante con sus estudios, sin ellos.

Son los intérpretes los que habilitan la comunicación pedagógica, esa interacción e influencia mutua entre profesores y estudiantes, entre iguales y con la institución educativa, para alcanzar aprendizajes significativos.

La mayoría, frente a esta realidad que desespera e impide acceder no sólo a la educación formal, sino también a todo lo que implica estar y pertenecer a un centro educativo, abandonan, decepcionados una vez más, por confiar en aquella promesa que todos como sociedad hicimos: la construcción de un país equitativo, que da las mismas oportunidades a todos, sin importar su capacidad, raza, origen o clase social.

Y les fallamos, una y otra vez, les fallamos.

Esa equidad existe sólo en papeles, las leyes no cambian realidades per se; sólo ayudan a hacerlo, siempre y cuando las personas nos apropiemos de ellas y las transformemos en parte de la realidad.

Los únicos que pagan las consecuencias de esta mala gestión son las personas sordas y los profesionales que los acompañan, los intérpretes de Lengua de Señas Uruguaya, que también las sufren al no poder tomar sus horas en tiempo y forma, y que, por razones totalmente ajenas a su voluntad, pierden la posibilidad de trabajar y, con ello, el salario, los beneficios sociales, la salud, entre otras cosas de no menor importancia.

No vemos ninguna otra cabeza rodar por esta atrocidad más que la de inocentes, que esperan una solución de quienes tienen el poder de hacerlo.

Las personas sordas son las que llevan la peor parte. Ellos, en situaciones normales, ya se encuentran en desventaja por habitar en un mundo hablante de otra lengua, con otra cultura, y van a tener que esforzarse el triple para, de alguna manera, tapar ese hoyo negro que forzosamente se genera como consecuencia de que todo el centro educativo siguió con su ritmo normal de aprendizaje, mientras ellos, en sus casas, esperan una solución; y es por ello que en un gran porcentaje abandonan sus estudios con esa tan conocida sensación de  impotencia, de hartazgo.

No hay justificativo posible para esta inequidad, esta injusticia, sólo la insensibilidad, el desconocimiento de la importancia que este hecho tiene y que afecta a una enorme comunidad sorda de todo el país, que durante décadas y décadas vio trunco su desarrollo académico por no contar con las herramientas mínimas que les permitieran ser parte.

Los ilusionamos a partir del año 1996, abriendo Secundara por primera vez con intérpretes, y UTU y la Universidad en el año 2006, pero en la realidad fue y es una gran pompa de jabón que explota cada año cuando en marzo suceden estas cosas y todas las promesas se esfuman en el vacío injustificable de la nada.

No más disfraces a situaciones de flagrante mal desempeño, de desinterés, de falta de empatía, de falta de profesionalismo.

Quiero, queremos, ponerles caras a los responsables. Hay culpables, no puede quedar impune el dolor causado a tanta gente.

Exijo, y deberíamos exigir todos, una solución ipso facto a esta situación.

No seriamos una sociedad justa y equitativa si así no lo hiciéramos.

NOTA: El dibujo que ilustra esta nota es obra del dibujante, ilustrador y diseñador, sordo de nacimiento, Rodrigo González.

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