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Sudar la inteligencia por Marianella Morena

Sudar la inteligencia  por Marianella Morena
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 Soy actriz, aunque hace mucho que no ejerzo,  pero  el cuerpo ha tenido un rol determinante en mi creación escénica. Detecté la inteligencia física primero en la actuación  antes que en la vida. Los que tenemos formación actoral, pensamos desde ahí.

Con mis actores trabajo las situaciones límites, hasta dónde llego con la capacidad reactiva, en  la dimensión humana que tenemos para reaccionar, y accionar.

Cuando ensayamos, nos adelantamos, antes que la cabeza tome decisiones, el cuerpo es lúcido en la práctica, cuando se le permite ser, sin la estructura cultural que tiraniza . No hay  cuerpo sin idea, ni  ideas sin sensibilidad, claro que hablamos de  gente sana sin patologías clínicas. El ser humano es integral, de arriba hacia abajo y al revés, que nos hayamos dedicado a anular ciertas naturalezas, es otro cantar. Son líneas  educativas que pautan lo jerárquico. ¿Dónde se aprende, desde dónde se adquiere conocimiento?

Así estamos adiestrados, donde lo sensorial está censurado, reprimido y puesto bajo lupa sin chance. Las únicas experiencias que nos permitimos son las personales, en la construcción de vínculos afectivos.

Así elegimos la alegría para momentos eventuales, como si la vida pudiera elegirse para cosas puntuales. Como si sentir pudiera colocarse en la lista del supermercado.

El teatro conservador, al igual que la estructura social, imponen  la letra escrita, el relato que ordena, organiza y define: yo soy la verdad. El testimonio del documento.

El relato que el cuerpo crea se diluye con el sudor,  no hace historia,  ya que la producción de gestos es infinita, imposible de contabilizar, o de colocar en algún soporte rígido. Se va, como se van las relaciones y se esfuman como  recuerdos en la niebla. Es el cuerpo  productor de sentidos, y de sentido.

El cuerpo sabe  porque fracasa  rápido,  en concreto: con la cabeza vuelo, con las piernas camino. Lo más alto que puede lograr  una persona es un salto acrobático.

Cuando las mujeres nos exponemos a opinar, el otro te divide en dos categorías: las que son atractivas sexualmente, y las que no. Para decirlo en lenguaje más cercano: las que se pueden llevar a la cama y las que no.

Un amigo periodista con el que tuve una larga charla, me dice lo siguiente: “a los hombres nos amenazan de otra manera, la denigración sexual es peor que la amenaza del golpe. El placer lo define el varón y luego también define el maltrato.”

El machismo  es  resiliente, como esos bichos extraterrestres que se modifican biológicamente para sobrevivir. El machismo se resignifica de forma sorprendente desde intelectuales hasta artistas, desde hombres a mujeres, desde gente valiosa y talentosa, a los menos pensados. Vive y lucha. Sí. Aunque a veces sea demoledor y uno no sabe desde dónde empezar la batalla, porque es: otra vez, desde dónde.

La palabra revolución está en el borde de caerse al precipicio, pero es la ventaja que tienen las palabras: son inmortales. A lo sumo, se congelan, o quedan en espera como la bella durmiente.

Entonces no la voy a usar.

Voy a cambiar algunas cosas de sitio, o que hagamos ese ejercicio. Algo muy simple, el punto de vista. Tan solo eso. ¿lo hacemos, lo hacen conmigo?

Una pregunta. ¿Qué es un torturador?

Alguien que disfruta con el maltrato ajeno, ¿qué más? ¿Sigo?

Inflige dolor, herida, daño, ¿Por qué lo hace?

Los  torturadores no responden ni a clase, ni género, ni edad,  ni poder o lo que sea. Sí, eso son, trabajan minuciosamente con la carne ajena. El placer de la destrucción y de la aniquilación, ver al otro convertido en una nada, un cuerpo maltrecho, un cuerpo que se puede bombardear aunque no le toque un pelo.

Esos son los nuevos torturadores. Sigamos con el ejercicio.

¿Qué pasa en las redes, qué pasa con internet, qué pasa con lo virtual?

Hay sujeto, hay alguien, pero  no hay mirada, no hay energía, no hay tono,  no hay evidencia. ¿Dónde está el cuerpo? Un maltrato al cuerpo que no está. El cuerpo en el centro de la tormenta en el siglo XXl, en la expansión tecnológica, la interpretación más reaccionaria que podamos tener sobre nosotros mismos.

Hace días que estoy con esta reflexión, escribí y deseché, hablé y lloré. La impotencia de no saber bien cuál es la mejor respuesta, en caso que sea posible pensarla así.

Después están todos los lugares comunes: “el que se expone que se la banque”.  Es casi lo mismo que te decían cuando eras chico: “te lo dije, pero igual te lo buscaste”. Es la escuela que incita a no correr riesgos, a que nadie se anime a cruzar la línea, ahora, ¿decir lo que uno piensa es un acto de valentía? ¿Tan bajo está nuestro listón de cobardías?

No me considero valiente, ni heroica, ni guerrera, ni nada de eso. Intento todos los días de mi vida ejercer la humanidad que me habilita ser, pensar, sentir, sin divisiones ni exclusiones en mi propia carnalidad.

Sin discriminación entre cerebro y sensación, ya no, ya no, ya no.

No es posible nada, pero nada, no es posible ninguna modificación política en lo que sea: educación, salud, cultura, si por dentro somos tan rígidos como un ladrillo. Nada es posible si no nos miramos la interioridad cada día de nuestra vida, cada noche antes de dormir. Nada es posible. Nada.

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