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Tabárez, la moral y el fútbol por Juan M. Bertón

Tabárez, la moral y el fútbol por Juan M. Bertón
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En estos días se discutió mucho acerca de la continuidad de Tabarez al frente de la selección, de resultados deportivos, de procesos, de organización, de valores. Es sobre éstos últimos que me quiero explayar aquí.

Existe un discurso muy fuerte respecto de los valores que transmite nuestra selección de fútbol, nuestro director técnico, nuestros jugadores. Se habla de su adhesión, su compromiso, su solidaridad y respeto al orden. Personalmente no creo que efectivamente sean ejemplo de nada, pero, aunque lo fueran, elijo pensar que no deberían serlo.

El fútbol y la moral tienen una relación imposible por definición: el juego es amoral, porque tiene reglas. La moral es un conjunto de normas, valores y creencias existentes y aceptadas en una sociedad que sirven de modelo de conducta y valoración, para establecer lo que está bien o está mal. El fútbol, el ludo o el karate no necesitan eso; las reglas del juego se escriben antes; lo bueno, lo deseable y lo permitido están perfectamente definidos de antemano.

Los valores que transmite el juego en equipo son intrínsecos al juego, no a las personas que lo practican. Cuando uno juega con otros diez compañeros para ganarle a un rival, necesita ser solidario: pasar la pelota, cubrir el espacio de un compañero que está fuera de puesto o ayudarlo a levantarse. Lo necesita porque el éxito en el juego lo exige, y ahí está la gracia. No importa si en mi equipo juega mi peor enemigo y enfrente juega mi mejor amigo; voy a colaborar con mi enemigo y tratar de ganarle a mi rival, sea quien sea. Esa es la perfecta definición de trabajo en equipo; no importa quienes son mis compañeros, ni lo que hagan en su vida privada, ni si me caen bien o mal. No me importa a quién votan, con quien duermen ni a qué santo le rezan. Dentro del terreno de juego, colaboramos para lograr un fin, porque estamos comprometidos a ganar como equipo. Y si el rival es más lento o más torpe, o no cuenta con las ventajas que tenemos nosotros para ganar, debemos aprovechar esa diferencia. En eso consiste el juego y el deporte profesional, y es estrictamente diferente a muchos órdenes de la vida social, a donde no deberíamos pensar con esa lógica de competencia.

Todo lo demás, todo lo que está fuera del terreno de juego, no importa ni debería importarle a nadie que valore a un equipo de fútbol. Lamentablemente, no sucede; hemos establecido un escrutinio celoso para decorar –o criticar– a nuestros deportistas por su compromiso político, fidelidad a su familia o solidaridad con los más necesitados. Tenemos una necesidad imperiosa de colocarlos como referentes, y los linchamos públicamente si se desvían mínimamente con un mal gesto o unas declaraciones polémicas. Quizás, lo peor del proceso Tabarez ha sido colocarse él, y a los jugadores, en ese lugar; las declaraciones públicas de la selección destilan referencias moralistas y no se centran nunca en el juego, que es para lo que están, para lo que se prepararon y para lo que se les paga.

Creo que ser solidario, comprometido y amable es muy importante para la vida; es el tipo de cosas que uno quiere transmitirle a sus hijos. Pero no podría nunca garantizar un lugar en la selección uruguaya de fútbol ni en ningún equipo profesional. Aunque suene contradictorio, ponderar –o cargar– a un jugador de fútbol en todas esas dimensiones es justamente lo contrario a la deportividad.

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