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Tarantino sueña, fantasea y ama los años 60.

Tarantino sueña, fantasea y ama los años 60.
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Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood), USA 2019. Dirección, libreto y selección de banda sonora: Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Con: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Al Pacino, Emile Hirsch, Margaret Qualley, Julia Butters, Dakota Fanning, Bruce Dern, Mike Moh, Kurt Russell, Michael Madsen, James Remar, Nicholas Hammond, Luke Perry. Estreno: 15.08.2019. Calificación: Muy buena.

La novena película de Tarantino no es una en realidad, sino dos. Por un lado presenta las andanzas cotidianas de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt). El primero es un actor en decadencia debido a que dejó una exitosa serie de TV para hacer cine, pero en ese medio “superior” nadie le da un trabajo decente. El segundo es su doble de riesgo en las escenas peligrosas, pero además oficia de conductor y hombre útil. Es lo más cercano a un amigo que tiene Dalton. Y por otro lado la película presenta la historia de los nuevos vecinos de Dalton, ni más ni menos que Sharon Tate (una muy adecuada Margot Robbie) y su marido Roman Polanski.

Un primer punto a favor del film es que dura 161 minutos y nunca miramos el reloj. Ese logro resulta mayor, porque los 120 minutos iniciales tienen un aroma de fábula que puede desconcertar a los fanáticos del cineasta. En ese largo primer tramo Tarantino presenta una película autorizada para todo público: verlo para creerlo. Es una broma tan bizarra como inteligente construir un relato ambientado en los años 60, llenos de sexo, droga y violencia, sin que se vea un solo desnudo (pese a que una escena se ambienta en la Playboy House) o chorros de sangre salpicando la pantalla. Teniendo en cuenta lo que ocurrirá más tarde, en la media hora final, ése es un primer indicio de lo que intenta Tarantino: no quiere retratar fielmente a una época, sino evocar el paisaje imborrable que provocan los sentimientos. No vemos aquí la triste realidad en blanco y negro sino el camino de ladrillo amarillo que conduce al sueño, la fantasía y el catártico escapismo.

Estamos hablando de una película en la que pasan muchas cosas, y eso da para celebrar, empezando por el constante tono mordaz de la propuesta, que a primera vista puede parecer banal pero se revela como el retrato hilarante de una atmósfera y una fauna desquiciadas. En segundo lugar cabe destacar que Tarantino balancea a la perfección el retrato de sus protagonistas (que funcionan muy bien tanto juntos como por separado) y deja al desnudo las incertidumbres, perplejidades, desdichas y olvidos con los que se suelen pavimentar los caminos de la gloria, que pueden ser los mismos que conducen a la perdición. Al respecto, tanto DiCaprio como Pitt están brillantes, y cada uno tiene por lo menos dos escenas de lucimiento: Leo en un hilarante ataque de nervios en el set porque es incapaz de recordar sus líneas de diálogo, y en una sensible secuencia junto a una niña actriz; y Brad en su inquietante visita al rancho donde vive el Clan Manson, y en el descacharrante enfrentamiento con un arrogante Bruce Lee, encarnado por Mike Moh en un rapto de exagerado sarcasmo.

Una tercera vertiente creativa merece un párrafo aparte, porque Había una vez… en Hollywood resulta impactante en su maniático perfeccionismo estético. El trabajo de ambientación y vestuario (Barbara Ling, John Dexter, Arianne Phillips, Nancy Haigh) no ha dejado librado al azar ni siquiera el más mínimo detalle, desde distinguir un cine de clase A donde se exhibe Romeo y Julieta de Zeffirelli, a una sala clase Z en la que recaló Rebelión contra la generación hipócrita del aún ignoto William Friedkin, que aún no había entrado en contacto con Francia ni con exorcistas. El resultado de ese perfeccionismo será un placer para los que peinen canas, que sabrán gozar con una banda sonora evocativa y que muchas veces comenta la acción; con la aparición de las luces de neón de varios restoranes (El Coyote, Musso & Frank Grill), salas (Cinerama Dome, Pantages, Nuart, Bruin, Paramount Drive-In) y edificios (Capitol Records); con las referencias al spaghetti western y la gente arremolinada frente al televisor para ver Mannix, Mr. Solo, Combate o F.B.I. en acción; o con el placer fetichista con que la cámara observa los zapatos y las botas, las coloridas camisas hawaianas y los entallados jeans. La excelencia estética no acaba allí, porque además Tarantino se da el lujo de experimentar con el formato y la textura fílmica, al recrear el pasado de DiCaprio y Pitt en forma de flashbacks insertados a la acción presente, y donde se pueden ver los tics de la labor de Dalton como actor de TV, o algún rol que pudo tener y perdió: el fragmento en que compone el papel de Steve McQueen en El gran escape es un placer aparte.

Otro punto a favor es el desenlace, la violenta media hora final de la cual está prohibido adelantar algo. Esa “segunda película”, la siniestra, la referida a Sharon Tate y el Clan Manson, pudo haber quebrado la propuesta. Sin embargo la estructura del relato resiste intacta debido a su significado último y a cómo está rodada, recogiendo sutiles detalles que el film nos había ido contando y redimensionándolos mediante una vuelta de tuerca que con el tiempo será tan icónica como algunas de Tiempos violentos y Bastardos sin gloria. El resultado es un verdadero acto de amor por el cine, por sus personajes y sus instituciones, y sobre todo por una época. O mejor dicho, por cómo debió haber sido ese momento histórico. Leída la película en profundidad, hasta su mayor violencia proviene del amor. Eso es nuevo en Tarantino, y bienvenido sea.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".