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Tremendismos

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Acompaño y casi reproduzco nota de Hoenir Sarthou en VOCES última.

El Senado aprobó por unanimidad la reforma del artículo 312 del Código Penal, para incluir la figura del femicidio como homicidio muy especialmente agravado. Acto fallido. Salió al grito de la talú. Lo factual privó sobre la razonabilidad legislativa. Consenso demagógico. Nadie mentó los consabidos reparos expuestos por magistrados, catedráticos y penalistas. Un tipo delictivo no es un pote de publicitadas emociones: debe ser funcional a determinada política criminal. Y éste no lo es. No lo ha sido en ninguno de los países que lo han creado y lo aplican. Ni siquiera las organizaciones feministas alegan supuestos efectos positivos. Licencia radical. Penas más severas no cambian nada. Institucionaliza una grieta en el espejo. Ciénaga jurídica.

La víctima sólo puede ser mujer y el victimario (aunque no se dice expresamente) sólo hombre. Un fulano causa la muerte de una mujer por motivos de odio o menosprecio a la condición de mujer, siendo prueba de éstos “que a la muerte le haya precedido algún incidente de violencia física, psicológica, sexual, económica, o de otro tipo, cometido por el autor contra la mujer, independientemente de que el hecho haya sido denunciado o no por la víctima” –cabe todo pero por lo menos habrá que probar los alcances del incidente previo-. Estereotipa relaciones humanas. El quebranto letal en una pareja o ex pareja no es resultado de una conducta racional o esquemáticamente establecida. Muchos afectos están implicados en ese naufragio. El amor, en demencial forma de expresarse, también suele estar presente en actos de violencia final. (Estamos conmovidos por reciente asesinato/suicidio enmarcado en este loco extravío). La condición humana es incertidumbre y hechura cultural. Alteración emocional y psicológica está en el centro de la cuestión. Lo irracional no es prevenible. Y ya está penalmente castigado.

Se consagró una distinción que viola el principio de igualdad. Si mi mujer me limpia “por odio o menosprecio” a mi condición de man number one no hay machicidio (¿acaso  legítima defensa?). Me siento agraviado. Matar a una mujer pasa a ser más grave, y particular, que matar a un hombre o a un niño, cuando, se sabe, toda vida humana vale lo mismo. El homicidio muy especialmente agravado es plenamente abarcativo; y ecuánime. Lo que hay que cambiar es el código país, la realidad machista, intolerante, xenofóbica, racista, en la que el culpable siempre es el otro. Tema de educación –como limpieza en el hogar y mugre en el espacio público-. Tarea para rato.

En otro orden de ideas, está la muerte accidental de un caballo en la Criolla del Prado.

En contratapa de Brecha, “De hombres y caballos”, 21/4/2017, Martín Bentancor (escribe muy bien pero adjetiva demasiado) termina diciendo: “que nadie puede otorgarse la potestad de castigar a otro ser vivo y, mucho menos, celebrar el gesto con aplausos, fanfarria y vueltas de honor; que la vida, en su concepción más elemental y palpable, es un todo en sí mismo, indivisible y, en su concepción más esencial, es asimismo sagrada”. Abomina la domesticación animal, algo que introdujo el Neolítico. Sin ella, no irían a la escuela dos niños en Río Negro (veintiocho quilómetros ida y vuelta) por puente roto entre campos anegados, ni habría tropeo de ganado, ni carros, ni patrullaje ecuestre, ni fiestas hípicas (el potro sólo es montable tras la doma); ni perros en las casas, o conduciendo ciegos, o en custodia del predio; ni lechería. Con el criterio allí expuesto deberíamos dejar de comer carne (y de repente verduras): ¡adiós a la pesca, a los frigoríficos, a las avícolas (y a los panales de abejas)!

Una duda: ¿está contemplada la sacralidad vital de serpientes, bacilos, ratas y cocodrilos, de piojos y mosquitos trasmisores de pestes,  o el sentido común ha sido acallado momentáneamente por razones poéticas?

A veces, la exaltación de las composiciones “La Primavera” llega hasta el mismo tuétano del absurdo.

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Jose Luis Baumgartner Abogado, periodista y escritor.