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Trump, economía y elecciones en EEUU por Ruben Montedonico  

Trump, economía y elecciones en EEUU  por Ruben Montedonico  
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De acuerdo con lo que señalamos en nuestra colaboración anterior, un total de 76 procesos de auscultación, consulta, plebiscito o elecciones generales fueron demorados o aplazados por la vigencia del Covid-19 en distintos puntos del planeta. La policlasista pandemia se sumó a otros males preexistentes en diversos sitios que los difundieron (sarampión, varicela, dengue) y se produjo como una suerte de ola imparable que azotó el sudeste asiático, Asia Menor, el Mediterráneo y Europa toda, deteniéndose -tras cruzar el Atlántico- en América, sumándose -de esta forma- a aquellos grupos humanos que huían de las guerras, la inestabilidad, las bandas criminales y el hambre en el África Subsahariana, Asia Menor y Centroamérica y el Caribe.

En un grupo más reducido de naciones, no se modificaron fechas de concurrencia de la ciudadanía a las urnas o las mismas fueron de significación relativa menor; tales son los casos de la antillana República Dominicana -que el pasado domingo votó por un nuevo presidente y un Parlamento renovado-; de Bolivia, donde a pesar de las protestas de la “interina” Jeanine Áñez, tuvo que emitir un decreto en el que se anuncian elecciones presidenciales y legislativas para sustituir al gobierno del presidente legal Evo Morales, destituido mediante un golpe fraguado por sectores de oposición cívico-militar, con apoyo de Estados Unidos y una mayoría de países integrantes de la OEA, acusándolo de un inexistente fraude electoral. Asimismo, para el próximo 3 de noviembre se anuncia la votación popular para escoger a un nuevo inquilino de la Casa Blanca (lo decidirá el Colegio Electoral que se forme al respecto) y la composición del Congreso.

En Davos, a fines de enero -antes que los órganos estadunidenses de espionaje detectaran la existencia de una epidemia en evolución (coronavirus) que habría de alterar la convivencia y la economía occidentales- se reunieron los principales regidores del capital mundial y con un cierto aire festivo -de año electoral- el entorno republicano de Donald Trump presentó al auditorio los logros de la administración que se postula para un segundo mandato al frente de Washington.

Si el cambio climático y anuncio del retiro estadunidense de los Acuerdos de París (consecuentemente, de las obligaciones a que se comprometió) su claro fanatismo en algunos temas (defensa, por ejemplo) y su misoginia estuvieron presentes en ese mal sabor de boca de años atrás, terminaron archivados u olvidados ante las reducciones ficales de millonarios y empresas, tomados más en cuenta que otras consideraciones.

Permitir mayores contaminaciones ambientales y aéreas, más propaganda de laboratorios farmacológicos para atraer clientes a los opioides y niños desprotegidos y obesos para acceder a facilidades de productores de supuestos alimentos: todo configuraba para el 1% de los ricos del país, ingresos que sólo les habían ofrecido lo recursos del Plan Marshall -en determinados años de los 50- según confirman prodirigentes de derecha europea (ver Jean-Jacques Servan-Schreiber, “le défi américain”, 1967).

Todo lo anterior lo podemos resumir como en su presentación: era la desregulación de la economía prometida en campaña por Trump. Un veterano economista y docente demócrata, Joseph Stiglitz, opina que pese a la desastrosa campaña de las autoridades contra la pandemia y su secuela de innúmeras muertes por decenas; el racismo imperante en esquistos sociales y lo desagradable para muchos que resulta el presidente con sus tropelías, opina que se está instalando la idea de que será difícil derrotarlo electoralmente porque, independientemente de las reservas que los votantes puedan tener sobre él, ha sido bueno para la economía.

Sobre esa idea cabalga el equipo económico reeleccionista, entendiendo que en el país el presidente es el que propone el presupuesto de la nación, en tanto será el Congreso quien acordará cuánto se gastará y en qué programas oficiales para luego distribuir las asignaciones.

Una pregunta recurrente es acerca de qué harán los ciudadanos de izquierda demócrata que se quedaron sin candidato: ¿votarán?; ¿por quién?

“El presupuesto del presidente para 2021 ofrece un enfoque moderado del gasto, continuando la propuesta demás recortes que cualquier otra administración en la historia, volviendo a alinear el gasto con los promedios históricos”, indica la Oficina de Administración y Presupuesto de Estados Unidos. “Garantizará que Estados Unidos se mantenga por delante de nuestros competidores mundiales y siga siendo próspero”.

La respuesta llega más como un curso de acción que como un consejo con perfume a alguna corriente de naturaleza trotkista: se recuerda que históricamente en el país una izquierda vigorosa ha florecido mejor bajo los gobiernos demócratas que con los republicanos. Basta pensar en el New Deal y la organización del trabajo; en la Nueva Izquierda de la década de 1960 y el cambio cultural, ambos bajo gobiernos demócratas. Si los demócratas ganan en noviembre, heredarán una depresión económica de Trump y no harán lo suficiente ni lo correcto para ayudar a las personas a regresar al trabajo o a una vida estable. Esto abrirá una puerta para desafiarlos desde una izquierda ahora mejor organizada o para crear un verdadero partido de los trabajadores. Por lo tanto, la primera tarea es ocupar con demócratas progresistas la mayor cantidad posible de cargos actualmente en manos de la derecha. Luego, la izquierda organizada debe insistir en que los demócratas promulguen una legislación progresista, que incluya y, lo que es más importante, cambie las leyes laborales más represivas del mundo desarrollado. Finaliza el consejo sobre el qué hacer con estas palabras: en las actuales circunstancias, la política reformista y la política radical no son opuestas: están vinculadas.

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