Home Opinión Un estado de ánimo por Juan Martín Posadas
0

Un estado de ánimo por Juan Martín Posadas

Un estado de ánimo por Juan Martín Posadas
0

Es difícil –por lo menos arriesgado- interpretar los momentos del Uruguay, los estados de ánimo nacionales. Uno corre el riesgo de la subjetividad. O bien ve lo que quiere ver o traslada a lo general lo que es su situación personal: si a mí me va bien pienso que al país la va bien y viceversa. Siempre fue así, acá y en cualquier parte. Mucho más en períodos en los que la sociedad está más dividida y más todavía cuando la división es entre dos sectores antagonizados, lo que lleva a muchos ciudadanos a desestimar lo que sería su percepción y sustituirla por lo que podría llamarse una fidelidad política o ideológica.

Dichas estas salvedades me arriesgo a plantear en los párrafos que siguen la hipótesis –o mi percepción- de que nuestro país está en un buen momento y que esa circunstancia le ofrece una base para imaginarse futuros, para hacer lugar a una pregunta que sería algo así como ¿qué quiere hacer de sí mismo el Uruguay? La grata impresión de que podemos elegir.

Hay épocas de la historia en las cuales la demanda de las necesidades cotidianas absorbe la totalidad de las energías y de las iniciativas. Estoy hablando de la energía colectiva, es decir, la que se genera y se va acumulando en los actores colectivos; en primer lugar, los partidos políticos y luego los demás motores de la sociedad: las universidades y centros de estudio, la cultura, los sindicatos, las gremiales de productores o de empresarios, etc. etc.

En el lapso de la historia patria que abarca mi memoria personal ya bastante prolongada el Uruguay ha tenido momentos en los que se pudo plantear qué quería hacer de sí mismo. Uno de ellos fue el tiempo de mi niñez y de mis años de liceo (saquen la cuenta). Era un Uruguay muy seguro de sí mismo. Pero la mayoría de las veces, en la mayoría de los tiempos, los agentes colectivos, los motores anímicos, estaban abocados y concentrados en ofrecer soluciones al país: se expresaban en ese lenguaje y se veían a sí mismos en ese rol. Lo cual demuestra que –quiérase o no- todo el mundo veía al Uruguay más bien como un problema.

El tiempo que vive hoy el Uruguay, el momento en que estamos, es un tiempo de alivio. Hay una percepción general de haber dejado atrás con éxito un enorme problema, una amenaza tremebunda: el Covid. La agresión sanitaria exigió esfuerzo, organización y confianza en uno mismo: fue manejada con éxito, quedó atrás y el horizonte empieza a abrirse, a dejar espacio para que el Uruguay se empiece a sentir con ánimo para plantearse su futuro.

El ciudadano común quizás no lea la prensa extranjera, pero de forma difusa le van llegando referencias de elogio y admiración hacia este país. Y ese ciudadano común siente que se trata de algo ganado en buena ley: del episodio del Greg Mortimer que nos hizo conocer y ser elogiados en todo el mundo hasta la exitosa campaña de vacunación, pasando por la creación del GACH y su brillante desempeño. Y la cosa se refuerza cuando, sin mucha investigación, nos vamos enterando, todas las semanas, de que los países vecinos, más grandes y más ricos, han enfrentado las mismas dificultades con acciones y discursos increíblemente torpes e inadecuados. El uruguayo se mide a sí mismo en los ojos del extranjero y siente alivio y también legítima satisfacción.

El Uruguay frentista no lo ve así; tiene una necesidad interna de desaprobar, decir que más bien las cosas andan mal y que ellos –como dijo Fernando Pereira-  viven en un país completamente distinto al país en que vive y describió el Presidente de la República en su mensaje a la Asamblea General. Ellos dirán que la visión del estado de ánimo del país que pinté más arriba es falsa y sin sostén alguno en la realidad.

Yo no atiendo ese discurso que nace de una necesidad político-partidaria. Voy a los resultados de las encuestas de índice de aprobación-desaprobación del gobierno; son altos. Y en lo que refiere al manejo de la pandemia, es decir, a la dificultad más grande, imprevista, sanitaria y económica que se abatió sobre el país (y el mundo), el índice de aprobación popular llega al 80% de la población, según datos de la semana pasada. Yo no puedo prestar atención o tomar en serio las recientes afirmaciones de Fernando Pereira como no presté atención a los que, en lo más bravo de la lucha contra el Covid, agitaban las muertes evitables o acusaban al gobierno de genocidio. Nada de eso obedecía a un análisis de la situación o, menos aún, a un propósito de ayudar: obedecía a una necesidad político partidaria.

Hoy yo veo un Uruguay que se siente satisfecho y más fuerte porque cruzó la correntada en su propio caballo y del otro lado del río se pone a preguntarse ¿ahora qué quiero? Los motores de la sociedad siempre son unos pocos que luego sacuden, empujan y entusiasman a muchos. Generalmente hay una circunstancia articular que hace de detonante.

La primera victoria electoral de Tabaré Vázquez fue, a mi juicio, un momento parecido, es decir, un momento en el que se dieron condiciones para que el Uruguay mayoritariamente se sintiera en condiciones y con ganas de tomar las riendas su destino en sus manos y emprender un rumbo. Pero no se dio. Por qué no se dio es tema para otro artículo. Creo que se da hoy.

En este mundo del siglo XXI quedan pocas probabilidades (o ninguna) de que un país por sí solo pueda elegir mucha cosa sustancial. Globalización mediante el destino manifiesto de los países es irse homogeneizando en una cultura única y en una economía única (y si le gusta, bien, y si no, también).

Pero, quizás, un país pequeño, de población homogénea, con un clima templado, colocado en un punto geográfico estratégico, con estabilidad política y un orden jurídico respetado…quizás pueda escaparse un poco de la homogeneización inevitable. Creo que para nuestro país se está configurando una circunstancia y una conjunción de elementos que le permitan plantearse y elegir cómo quiere ser y cómo quiere hacerse.

La historia de la humanidad registra numerosos casos de pueblos engañados. Auto engañados, a veces, y las más de las veces engañados por presuntos salvadores diestros en el discurso dorado. Como conozco algo del Uruguay me tranquilizo: aquí cuando al tipo le va muy bien dice: vamos tirando. No tenemos riesgo de caer en ilusiones. Sigo pensando que hoy el Uruguay está en un momento en que se siente aliviado y hasta razonablemente contento de sí mismo. Por eso hay fundamento para hacernos la pregunta: ¿ahora qué quiero hacer?

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
temas:
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.