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Un polémico camaleón enamorado del poder por Hugo Acevedo

Un polémico camaleón enamorado del poder  por Hugo Acevedo
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El anuncio del secretario general de la OEA Luis Almagro que regresaría al país no bien concluya su mandato en 2025 y solicitaría su ingreso al Partido Colorado, provocó reacciones de sorpresa, desconcierto y, en el caso concreto del ex presidente Julio María Sanguinetti, de abierta algarabía.

La confesión fue formulada por el funcionario del organismo internacional en el libro “Luis Almagro no pide perdón”, de los periodistas Gonzalo Ferreira y Martín Natalevich.

En lo personal, confieso que inicialmente no pensaba referirme al tema, porque, desde mis columnas de opinión en más de un medio escrito, defendí -enérgicamente y con sobrados fundamentos- su brillante gestión como Canciller de la República y su ulterior designación como Secretario General de la OEA, contra la opinión de la derecha uruguaya que lo descalificaba sin piedad.

Luego, inevitablemente, debí modificar radicalmente mi opinión, porque Almagro, que para mí fue una profunda decepción, desde la máxima jerarquía del este organismo títere de Estados Unidos, fue funcional al hegemonismo imperial.

La pregunta es: ¿realmente Almagro cambió o estamos conociendo al verdadero y más genuino Almagro? En efecto, es claro que no se puede ser –simultáneamente- antiimperialista y pro-imperialista, blanco, frenteamplista del Movimiento de Participación Popular y confeso batllista, capaz de integrarse a un partido que, desde hace más de medio siglo, está literalmente vacío de batllismo.

Empero, esas flagrantes contradicciones suelen ser moneda corriente para este sagaz diplomático, cuya idoneidad técnica no estuvo antes ni está ahora en tela de juicio.

Cuando se concretó su incorporación al Frente Amplio en 1999 y fue designado Canciller de la República en 2010 por el presidente frenteamplista, ex guerrillero y dirigente histórico del MLN-Tupamaros José Mujica, a casi nadie le extrañó que alguien de origen blanco progresista –ya que era votante del hoy cuasi extinto Movimiento Nacional de Rocha- se integrara a una izquierda diversa y plural con anclaje en el wilsonismo, entre otras corrientes de pensamiento.

Antes, Almagro había ocupado altos cargos jerárquicos en el Ministerio de Relaciones Exteriores y fue embajador en China, principal socio comercial de nuestro país, lo cual le otorgaba suficientes credenciales para asumir dicha responsabilidad.

Por su gestión al frente de la política exterior uruguaya de firme adhesión al principio de no intervención, al respeto por las soberanías y a la solución de los conflictos mediante la negociación y el arbitraje acorde a los mandatos de la ONU, Almagro fue elogiado con calor desde las filas del FA -por entonces en el gobierno- y vituperado y virtualmente crucificado por una oposición derechista rabiosamente reaccionaria y afiliada al intervencionismo de la potencia imperial unipolar.

Esta es la primera versión de este personaje singular y sin ninguna duda camaleónico, entendiendo el vocablo en cualquiera de las dos acepciones –una de ellas muy peyorativa si se hila bien fino- que le atribuye el diccionario de la Real Academia Española.

La sorprendente mutación, que devino en su expulsión del FA hace dos años, no debe ser extraña para quienes lo conocen bien o bastante mejor que nosotros o están en su círculo más íntimo.

Sólo lo conocemos en la esfera pública y, en ese espacio, nuestro concepto sobre el Luis Almagro del presente es que se trata de un hombre de conductas sinuosas, enrevesadas, erráticas, condenables y contradictorias.

¿Cómo se puede creer en alguien que afirma haber querido ayudar a la derrocada presidenta brasileña Dilma Rousseff, pero luego permaneció impávido ante la inmoral maniobra conspirativa que instaló en el poder al usurpador neoliberal Michel Temer?

¿Cómo se le puede creer que intentó una gestión ante Evo Morales para evitar un quiebre institucional cuando, con su actitud, convalidó el Golpe de Estado que desplazó al presidente boliviano, alegando un fraude electoral que luego se comprobó inexistente?

Por supuesto, la contundente victoria del Movimiento al Socialismo que transformó a Luis Arce en el presidente de la flagelada nación, demolió literalmente la patraña armada por el imperialismo, los sectores más reaccionarios y entreguistas de la oligarquía del país del Altiplano y naturalmente la OEA, que, desde su propia creación, siempre ha sido obsecuente a las pérfidas intrigas de Washington.

A ello se suma, naturalmente, la actitud de Luis Almagro de permanente hostigamiento al gobierno bolivariano de Venezuela y su prescindencia o no tan soterrada complacencia ante una eventual invasión de tropas norteamericanos al martirizado país caribeño. En este, como en otros casos, se puede ser cómplice por acción u omisión y Almagro lo es en ambos sentidos.

Ahora, quien antes se declaraba públicamente blanco y luego mutó a integrante de una de las alas más radicales del Frente Amplio como lo es el MPP, descubrió que es batllista.

Consultado por los autores del libro acerca de su eventual integración al Partido Colorado, declaró: “Siendo blanco, es algo que cuesta, le va a costar a la gente entender. Pero dije también que me siento absolutamente batllista. Probablemente, lo que más sea en este mundo es batllista”.

Evidentemente, Luis Almagro es un enamorado del poder. Tiene claro que el Partido Colorado -aunque esté en vías de extinción y carezca de relevo generacional- tiene una marca histórica que lo vincula a la flor y nata de la oligarquía uruguaya y del poder económico, que es el verdadero poder entre bambalinas.

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