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Venenoso cuento de salón

Venenoso cuento de salón
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El cuento de las comadrejas, Argentina 2019. Dirección: Juan José Campanella. Libreto: el mismo y Darren Kloomok, basados en libreto previo de Augusto Giustozzi y José A. Martínez Suárez. Fotografía: Félix Monti. Música: Emilio Kauderer. Con: Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni, Marcos Mundstock, Clara Lago, Nicolás Francella. Estreno: 23.05.2019. Calificación: Buena.

años de su última película con actores (El secreto de sus ojos) vuelve Juan José Campanella. De manera un tanto inesperada lo hace con una remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico, la notable y poco vista, aunque mítica obra de culto, de José A. Martínez Suárez. Esa película se estrenó en Buenos Aires en marzo de 1976, en momentos en que se instauraba en el país hermano la más atroz dictadura militar de su historia. Debido a esa desoladora circunstancia el film no tuvo repercusión, pero el paso del tiempo dio a esa comedia ácida, corrosiva, provocadora y negrísima un estatus de clásico del cine rioplatense. Con un cuarteto de viejas glorias de antaño (Narciso Ibáñez Menta, Mecha Ortiz, Arturo García Buhr, Mario Soffici), más una joven muy talentosa (Bárbara Mujica), Martínez Suárez narró la historia de una pareja (Ortiz, García Buhr) y dos amigos (Ibáñez Menta, Soffici) que viven juntos en una mansión que la mujer ansía venderle a una ejecutiva (Mujica), mientras los hombres se rehúsan. Ellos eran los cinco únicos actores de la película, lo que desde el inicio daba a la historia una atmósfera de encierro y claustrofobia en la cual el único universo posible eran ellos. Pero la película iba más allá, porque todo su contenido era simbólico: la vieja mansión era la Argentina que se caía a pedazos, la dueña personificaba a una clase política antigua y esclerosada, los viejitos eran los tres estamentos militares, y la joven el posible cambio, una factible modernidad que terminó vencida junto a la clase dirigente de antaño. Ese film reveló inteligentes osadías, y una de ellas pasó a la historia. En determinado momento Mujica preguntaba cómo podía haber desaparecido la esposa de Ibáñez Menta sin haber dejado rastro alguno, a lo cual el veterano actor respondía con su inquietante tono de voz: “¿Y usted se pregunta eso? Tanta gente desaparece hoy, y nunca nadie los encuentra”. El resultado era una obra madura y compleja pese a lo convencional de sus formas (tenía inicio, nudo y desenlace), exhibía rasgos de cinismo y misoginia nada habituales en el cine de nuestra región, y utilizando un filoso escalpelo especulaba sobre la decadencia y la vejez, sobre lo que ocurre con las personas cuando llegan a una edad en la que el sistema los considera improductivos y los hunde en el olvido y en un sinsentido difícil de sobrellevar.

Algo de todo eso aflora en El cuento de las comadrejas, pero sería desleal juzgar sus aciertos y desaciertos comparándola con la original. Es verdad que Campanella (confeso admirador de Martínez Suárez y su obra) no elimina por completo cierto aire tenebroso que era primordial en 1976, pero sus intenciones son diferentes, y eso no está mal. Aquí la vieja diva (Graciela Borges) y su marido, un ex actor en silla de ruedas dedicado a las artes plásticas (Luis Brandoni), no viven junto a un médico y un antiguo manager, sino junto al director (Oscar Martínez) y el libretista (Marcos Mundstock) de sus éxitos de antaño, hoy ya retirados. Y aunque la excusa que pone en marcha la historia es la misma (la venta del terreno, ansiada por la vieja dama indignada, y el plan macabro de los tres hombres) las diferencias son tan sustanciales como para cambiar la esencia del film. Dos ejemplos: 1) Brandoni es aquí un marido enamorado, lo cual quita omnipotencia al macabro plan masculino; 2) para Campanella los males de este mundo se originan y desarrollan en el corazón del capitalismo salvaje, por eso elimina simbolismos mientras canjea a la joven solitaria de ayer por dos agentes inmobiliarios (Clara Lago, Nicolás Francella), que son las caras visibles de un sistema tan arrollador como destructivo.

Pese a esos cambios estructurales, y a otro dado por el lado formal (Campanella airea el material con salidas fuera de la mansión y escenas en oficinas y restoranes porteños), la película conserva sus dosis de mordacidad y cinismo latentes debido al buen nivel del diálogo. Pero como los tiempos actuales son distintos a los de 1976, el verdadero interés del cineasta es denunciar el enfrentamiento entre dos estilos (o dos filosofías) de vida. Aquí ya no hay una batalla de sexos, sino un duro combate generacional entre el pasado y el futuro, jugado a muerte en tiempo presente. Por ese lado la película presenta algún desnivel: ciertas frases a veces suenan demasiado obvias o explicativas; la melancolía y la nostalgia liman un poco el nivel corrosivo que latía en la historia; el libreto presenta algún giro puntual que no cierra muy bien con lo que se ve (en su momento las iniciales sospechas de la joven sobre ciertos asesinatos no parecen justificadas); y se cuela un tono de moraleja que aclara la espesa negrura que debió tener el desenlace.

De todas formas son reparos menores que no dañan al conjunto, sostenido además por el veterano y magnífico trío masculino, junto al innegable divismo de Borges y la perfecta dicción porteña de la española Clara Lago. El resultado es un venenoso cuento de salón que, aunque ofrece un antídoto final para dar respiro al espectador, se deja ver mucho mejor que el 90% de lo que se exhibe actualmente en la cartelera capitalina.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".