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Xi Jinping: un nuevo mandarinazgo por Ruben Montedónico

Xi Jinping: un nuevo mandarinazgo por Ruben Montedónico
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En un escenario internacional de acelerados hechos cambiantes o novedosos que pueden influir de manera determinante sobre la mayoría de los habitantes del planeta y perdurar, China Popular -considerada gran potencia emergente- y el Partido Comunista (PC) que la dirige dieron el paso de incorporar el pensamiento -derivado del momento y sus acciones- del presidente y secretario general de la organización política al texto constitucional vigente y que, como inevitablemente se compara y se comenta, sólo había ocurrido con Mao Tse-Tung.

De manera adicional le aseguraron a Xi Jinping la reelección en la conducción del país y el partido, con el sostenimiento de su opinión y decisiones taxativas en el Buró Político del Comité Central del PC, el Consejo de Estado, la Asamblea Popular Nacional y la Comisión Militar Central (CMC). De acuerdo con la información disponible, la CMC ordena un sistema de responsabilidades presidenciales que debe exponer ante la Asamblea Popular Nacional, se renueva cada cinco años y Xi Jinping puede dirigirla durante el tiempo que sea mandatario. Sobre la base del apoyo de generales cercanos, dispondrá de un presupuesto para 2018 equivalente a 170 mil millones de dólares -que lo sitúan como el segundo a nivel mundial- aunque es algo menos de la cuarta parte del de Estados Unidos (EEUU). Con dicha cantidad emprenderá la renovación del ejército de tierra (por ejemplo, de un tercio de sus 8 mil blindados), la modernización de los sistemas de defensa antiaérea y el fortalecimiento de sus fuerzas naval y aérea, lo que le dará presencia, parte del dominio en aguas e islas regionales y capacidades de disputa ante EEUU y Japón y Surcorea, socios locales menores de aquel. Desde Washington -que mantiene amenazas y presión militar contra Pyongyang– se acusa a Pekín por su presencia en las islas del Mar Meridional de China.

De acuerdo con la opinión coincidente de diversos sinólogos, las decisiones adoptadas por el PC vaticinan que su actual dirigente permanecerá en los cargos más allá del 2023: «En este momento no sabemos si puede ser de por vida, pero está claro que al menos estará otros dos periodos” (10 años más). También se atiende en la prensa occidental a expresiones de analistas como Bill Bishop -desde Seúl- en el sentido que el presidente chino se está convirtiendo en un “Vladimir Putin más efectivo, mucho más poderoso y, francamente, mucho más ambicioso» al calificar la decisión del PC de que «le abren las puertas para perpetuarse en el poder«.

Los sobresaltos del paso de cambio en la escena en un territorio de 9,6 millones de kilómetros cuadrados con más de mil 300 millones de habitantes ayudan a valorar sus dimensiones y posibles consecuencias. Apunta el analista Ken Cheung, del Mizuho Bank Ltd, con base en Hong Kong: «El potencial cambio de un liderazgo colectivo (como había estipulado el antiguo dirigente Deng Xiaoping) a un liderazgo único aumenta el riesgo de una mala gestión política y la falta de un sistema transparente en la transición de poder apunta a un incremento del riesgo político». La eventualidad de que ese único líder aumente controles y medidas coercitivas sobre la sociedad sí están presentes en los comentarios de Joseph Cheng: «El régimen será más severo con la represión; habrá menos tolerancia con las críticas», declaró a la Ap. Muchos recuerdan a Deng Xiaoping afirmando que “la construcción del país con base en el renombre de una persona es poco saludable y muy peligroso».

Por su lado, la prensa china asegura en el Diario del Pueblo que la propuesta del Comité Central «mejorará el liderazgo» del partido y que «el cambio no significa que el presidente se mantendrá de por vida. Todos los chinos apoyan la enmienda y esperan que pueda contribuir a nuestro bienestar», asegura la nota. Hacia el exterior, la agencia Xinhua redactó en un despacho: «Las masas dicen que apoyan que se apruebe la reforma constitucional”. Lo que puede asegurarse es que los elogios descomedidos hacia el personaje Xi Jinping devendrán en un nuevo culto a la personalidad, lo que nos lleva a recordar -entre otras muchas expresiones sobre el tema- la dicho más de un siglo atrás por el revolucionario mexicano Práxedis Guerrero: “Creen un mito y se pondrán un yugo”.

Un desafío a Xi es el de Donald Trump que en un documento de seguridad nacional de diciembre pasado caracterizó a China como un «competidor estratégico» de EEUU. En los últimos tiempos la tensión entre ambas naciones en el capítulo comercial se ha acrecentado y son varios los especialistas que alertan sobre un inminente choque de ignorada magnitud. Su asesor económico principal, Liu He, abordó -con resultado aún incierto- las diferencias, en conocimiento de que el hombre del implante capilar de rubio ocasional declaró que preveía aplicar una gran multa a las importaciones de China con la imposición de impuestos del 45 por ciento, considerado por diversos gobiernos una declaración de guerra comercial.

Trump, a quien John Brennan, un ex director de la CIA, definió como “inestable, inepto, carente de experiencia y una persona con ausencia de valores morales y éticos”, preliminarmente desea imponer a los productos chinos impuestos por entre 50 y 60 mil millones de dólares. Sin que con ello se vaya a suplantar el mercado estadunidense, queda claro que la autoridad china seguirá promoviendo e impulsando agresivas propuestas comerciales -que le han dado resultados positivos- en África y América Latina.

Por otra parte, más allá de las disputas y planes militares, el liderazgo chino protagonizó otro episodio en el campo internacional que lo confronta con EEUU: recibió oficialmente al norcoreano Kim Jon-un. De acuerdo con el descifrado que se permitieron las agencias y la gran prensa, se trató de una obligación que impuso Pekín, que antes había obligado al dinástico heredero a aceptar reunirse con el presidente surcoreano -Moon Joe-in- y luego proponerle lo mismo a Trump. Si nos afiliamos a esas creencias -sin conceder y sólo a los efectos de una reflexión-, lo único que queda claro es que China se propuso y consiguió ser considerado como factor mediador y facilitador de la distensión en la península coreana. Si nos atenemos a los resultados de la acción siguiendo las declaraciones de la Casa Blanca, los escritos y dichos de los observadores y el impacto en los medios pro-occidentales, todos fueron tomados por sorpresa. Según esta lectura, quien quedó contra las cuerdas fue Washington y en el centro del cuadrilátero -orientando al debate entre los contendientes- Pekín.

En unas líneas finales, tras presentar los hechos, daremos nuestra propia opinión, no sobre el encumbramiento de Xi Jinping -que de facto se venía dando- sino sobre lo que se denomina “revolución china”. Para tan cacareada transformación, hubo mucho que no se hizo; entre esos faltantes están que no se cuestionó el trabajo asalariado, la acumulación de capital o el papel omnipresente del Estado en el desarrollo capitalista, carente de todo rasgo de socialismo. La “liberalización” económica emprendida desde finales de la década de los años setenta del siglo pasado estuvo asociada a la necesidad de traspasar de manera progresiva la infraestructura productiva a una burguesía debidamente desarrollada y capaz de tomar el relevo de la burocracia a fin de reforzar el proceso de acumulación y el correspondiente abuso de los trabajadores. Con la misma finalidad de apalancar la competitividad de la economía, los cambios consistieron, en los años noventa del siglo veinte, en impulsos dirigidos a la incrustación de la nación en el mercado mundial y en adoptar fórmulas capaces de ser atractivas para las empresas extranjeras.

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