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Yanina Vidal y el “artivismo feminista”

Yanina Vidal y el “artivismo feminista”
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«la lucha feminista está por encima de lo artístico»

Yanina Vidal, docente e investigadora teatral, publicó a comienzos de año el ensayo Tiemblen: las brujas hemos vuelto, en donde se acerca a prácticas artísticas que nutren a manifestaciones multitudinarias como el 8 de marzo. Aprovechando la cercanía del 25 de noviembre, otra fecha clave del movimiento feminista, conversamos con Vidal para profundizar en algunos aspectos de su trabajo.

¿Cuándo confluye tu interés por la performance y el espacio público con la militancia feminista?

Se dieron varias cosas a la vez, lo primero es el auge de los feminismos, la presencia masiva en los 8 de marzo, algo que dio un vuelco radical en mi investigación a ese tema. Soy profesora de Literatura y veo que muchos colegas y muchas colegas que entran a una maestría en teatro, donde se supone que habría que darle prioridad al tema de la representación, terminan trabajando sobre los textos. Yo quería algo que rompiera totalmente con lo literario. Y además porque me parecía una forma mucho más genuina de teatro político. Y era parte de mí también, de mi propia construcción y de pensarme a mí misma como mujer dentro de los feminismos. Y porque empecé a ver ciertas particularidades que se veían en este tipo de lucha política y no en otras.

¿Cómo acotaste y decidiste que ibas a centrar la investigación en La caída de las campanas, Diez de cada diez, y el trabajo de Decidoras Desobedientas?

En realidad porque me cuadraban un montón de hipótesis, de preguntas que me venía haciendo. Una era el tema del duelo público, más allá de la manifestación o el reclamo había un duelo público. Por otro lado estaba lo de traer lo que le sucede a las mujeres a la escena pública, me parecía que era algo que se estaba repitiendo y empecé a buscar donde se veía eso. Y después por cómo aparecían ciertas denuncias hacia los diferentes aparatos del estado con los que necesitamos tener ciertas relaciones pero que son conflictivas. Las instituciones de salud por ejemplo, cuando decidimos abortar o cuando pedimos una licencia maternal. Quería hablar del tema de los femicidios pero no quería quedarme ahí porque veía también que las performances habrían el campo para otras cosas.

Otra cosa que vi en las tres fue el tema de la participación democrática de muchas mujeres. Y digo democrática porque participan mujeres que nada tienen que ver con el arte, participan ex usuarias del Vilardebó, participan desde ancianas hasta adolescentes, y me pareció que toda esa democratización y trans-generacionalidad era algo propio de estas performances pero que veía también en cada manifestación que se daba en un 8 de marzo, en un 25 de noviembre o en una alerta feminista.

¿Cómo fue abordar prácticas nuevas con herramientas teóricas no siempre pensadas para esas prácticas?

 Primero que nada estoy formada como docente de secundaria y creo que la práctica misma te lleva a ser concreta y a dar ejemplos claros. Quería hacer algo cercano y por eso empecé a trabajar con las categorías teatrales y desplazarlas al espacio público y a lo que yo veía. Por eso sigo hablando de espectador, de multiplicidad de espectadores. Sigo hablando de escenario. Sigo hablando de actrices. Sigo hablando de texto dramático si se quiere. Sigo hablando de teatralidad, una teatralidad social o marginal, como se quiera decir. Sigo hablando de las mismas categorías porque tengo formación en teatro y lo que quería comprobar es que esto sigue siendo teatro político, con otra forma, con otro devenir, pero en definitiva sigue siendo teatro político. Por eso necesitaba traer en relación algunos conceptos que suelen ser un poco más herméticos, más cerrados, a ponerlos a prueba en otra cosa.

Un concepto muy interesante es el de flaneur, como una suerte de espectador-transeúnte.

Siempre me gustó la figura del flaneur, y siempre la trabajaba en Literatura más allá de Baudelaire. Creo que es algo que todos hacemos cuando caminamos en una ciudad, como que no estás tan pendiente de nada pero estás pendiente de todo a la vez y te dejás llevar por lo que estás pensando, por lo que ves, por los ruidos de la calle. Estás constantemente comunicándote con todo ese borde. A mí me abrió la cabeza una investigación que leí de Malala González que se llama La Organización Negra, donde habla de un espectador que está en tránsito, en una intervención que se hizo durante la dictadura argentina, llamada el vomitazo. Paraban los autos, los tipos hacían que vomitaban arriba de los parabrisas y seguían, y me quedó sonando eso. El tipo en el auto, los actores caminando, porque en realidad no te podías detener porque venía la policía y te llevaba. Esa cosa de la rapidez, de lo instantáneo me hizo pensar. Yo misma estaba intervenida por acciones así. La primera vez que vi una intervención un 8 de marzo yo estaba saliendo de Tristán Narvaja y vi algo medio de lejos y seguí, pero me quedó en la cabeza, al punto que terminé escribiendo un libro. Allí hay un tipo de espectador que no se puede quedar, no se detiene, pero algo le llama la atención, con algo se queda. Y otra cosa que se da en este plano de las intervenciones artísticas feministas es el de la espectadora que se termina convirtiendo en participante. Esa dualidad entre espectadora y actriz, que unas veces fue una cosa y otras veces otra era algo que me parecía sumamente rico en este proceso.

Eso termina derivando en la hipótesis de la existencia de un arte feminista ¿En qué momento surge esa idea?

Eso fue llegando al final, porque empecé a comparar con otras cosas. Empecé a ver qué pasaba en la marcha de la diversidad, qué pasaba en la marcha del silencio, y con otras manifestaciones, con otros artivismos de otros lugares. Y ahí me empecé a dar cuenta que hay algo que se repite, se está creando una estética feminista que desplaza lo que se puede encontrar en otros procesos artísticos. Por ejemplo traer lo doméstico a la escena pública. Lo que pasa en mi casa puertas adentro y cómo le muestro a la gente que camina por la calle. Lo que pasa en un hospital puertas adentro cuando voy a un ginecólogo. Lo que pasa cuando para conseguir un trabajo tengo que hacer determinada cosa porque me entrevista un hombre. Empecé a ver que ese tipo de cosas se repetían y llevaban a la construcción propia de una escena que rompía eso de lo público y lo privado. Incluso cuando se habla de femicidios creo que ayuda para que más que centrarnos en la víctima se puedan reconstruir los procesos de violencia, que no esté presente solo la víctima sino los procesos por los que los cuerpos llegan a ese lugar. Creo que esa detención del tiempo y del ritmo de la calle tiene que ver con que es necesario prestar mayor atención, prestar el tiempo para ver qué otras cosas pasan también en la intimidad. Y mostrarlo de forma que sea cercana a ese transeúnte que capaz que nunca tuvo una experiencia teatral ni de danza pero capta enseguida qué es lo que está pasando ahí.

Se podría pensar que en este tipo de actividad el texto podría desaparecer, pero está muy presente en tu trabajo.

 Para mí el texto era sumamente importante porque si está es por algo. Y era importante porque no había una finalidad literaria, no está creado con un fin poético, es un texto directo, prácticamente informativo y que va a lo medular. Si yo te grito: «Diez de cada diez mujeres sufrimos violencia de género» y estás en la esquina capaz que lo escuchás. Y eso te queda. Así como las Decidoras, que trabajan mucho con el tema de las proclamas, con textos que son bien políticos. Te ponen la historia de la bella durmiente deconstruída si querés, pero después las tipas te dicen cuáles son las necesidades de género hoy por hoy. Y en el caso de La caída de las campanas capaz no hay texto pero sí hay una composición musical. Dejar esas cosas de lado me parecía una brutalidad. Había que darle sentido al tema del texto y obviamente teniéndolo en cuenta con respecto al espacio que habitamos. No da para decir un texto que dure una o dos horas, porque nadie se va a quedar a escucharte. Pero una palabra sí, un grito, un cántico, siempre combatiendo con el ritmo de la calle, con el tiempo de las personas que están yendo a trabajar, volviendo a su casa.

Una característica de estas acciones es la horizontalidad en el proceso creativo. En el teatro el rol de la dirección es central, y ese espacio está siendo cuestionado, más que nada por los procedimientos de maltrato a que muchas veces habilita.

 En realidad lo que trabajo en el ensayo y lo pongo como parte del artivismo es el tema de la creación colectiva y la autogestión. Si bien hay casos en que se han solicitado fondos y les ha ido bien en muchos de los artivismos que intervienen en el 8M y el 25N se da esa cosa de la autogestión y del trabajo colectivo, lo que no quita que haya una figura que dictamine qué se hace. A veces está bueno porque ordena, porque la creadora o la figura de la directora ordena, y si es una persona formada y es la que tiene la idea en la cabeza está buenísimo que se la siga. Ahora ¿Qué pasa cuando eso se empieza a desdibujar? Me han contado algunas colectivas del interior que a veces se empiezan a desdibujar esos roles y empiezan a tener comportamientos sumamente patriarcales, autoritarios, violentos. Tengo una colectiva muy amiga, que trabajó con una directora que participa mucho de los artivismos y que les planteó «traje la idea, se hace esto y se termina» y no es así, porque para eso nos dedicamos a otra cosa. Pero eso en realidad no pasa únicamente con el arte y los artivismos. Creo que es algo en que tenemos que tener cuidado las mujeres, ver la forma de no reproducir cierto orden masculino en esas cosas. Es muy difícil no reproducir ese tipo de mandatos. Pero acá sí lo veo, en la creación colectiva, en la autogestión, en el hacer con lo que podemos, con lo que tenemos. Además está el tema de la emergencia. Es decir, te juntás con 20 compañeras más y no todas tienen tiempo de ensayar. Y querés salir a la calle, y se sale con lo que se tiene, no hay tiempo. Si mataron una persona hoy tenemos que salir hoy, no dentro de veinte días. Eso genera que sí o sí tiene que ser colectivo, porque una sola cabeza a veces no puede pensar por veinte para actuar ya. Cuanto más colectivo sea de forma más rápida se resuelven los problemas. Pero, en cosas que son mucho más cuidadas, que llevan un proceso de ensayo y de tiempo, se empiezan a desdibujar las cosas, y eso es lo complicado. Una cosa que digo en el libro es que la lucha feminista está por encima de lo artístico, no importa en una performance si tal movimiento sale bien o mal, no es lo que importa porque la lucha feminista está por encima. No importa quien es ese cuerpo, cuantos años tiene, cómo se llama. Está ahí porque está comprometida con es lucha. Y cuando querés profesionalizar, cuando cambiás a esta chica que estaba súper comprometida pero es ama de casa y nunca hizo danza contemporánea y entonces la vuelta de cabeza no la va a poder hacer, ahí se empieza a desdibujar la causa y queda un artificio como es el teatro. Y no es que sea una antiteatrera, me encanta el teatro. Pero creo que allí es cuando se desdibuja, ya no lo estás haciendo desde el artivismo, desde lo político, por una causa, lo estás haciendo con una finalidad estética, que está buenísimo, pero me parece que no tendría que estar acá.

Y algo que me faltó decir en el libro es el tema de tratar de hacer un feminismo decolonial, no estar reproduciendo performances que viste en Europa, haciendo conexiones con libros que se editaron en Estados Unidos. Hacer un feminismo decolonial creo que es lo más complicado, pero también porque vivimos en una sociedad en que todo lo yanqui y todo lo del norte es mucho mejor porque existe nomás. Creo que el tema de la profesionalidad y del disciplinamiento tiene que ver con acercarse a mandatos coloniales que no deberían ir con nosotras. Creo que la primera ruptura que hubo de eso fue el tema de Las Tesis. El hecho de que nos hayamos sumado a la causa de Las Tesis y a la causa de Chile me pareció sumamente fuerte. Y creo que así debería ser siempre, sumarse a la causa latinoamericana sin perder lo local. Buscar pensarnos a nosotras desde nuestras propias problemáticas y de nuestras propias carencias también, y no buscando que nos llamen de una determinada Universidad del Norte, ahí ya se desvirtúa totalmente lo político.

Tiemblen: las brujas hemos vuelto. Artivismo, teatralidad y performance en el 8M.Autora: Yanina Vidal. Edita: Estuario.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.