Ediciones de la Plaza ha editado 100 sobre 100: Ilustraciones para cien filmes del siglo XX. La obra recoge cien diseños gráficos del artista visual y ensayista uruguayo Oscar Larroca, con breves textos y fichas técnicas a cargo del crítico Guillermo Zapiola.
EL POSTER DE CINE. Nació a principios del siglo 20 como invento de la propia industria. Su finalidad fue la de publicitar la película de turno. De Georges Méliès a los futuros magnates de Hollywood, cada productor involucrado con una obra determinada supo darse cuenta que el poster era el vehículo más certero para llegar a transmitirle al público la esencia del film, dejando a su elección que lo vean o no. Idéntica finalidad ha cumplido la sinopsis o tráiler: resulta inimaginable una sala de cine sin carteles en sus halls ni sinopsis previas a cada función. Respecto a los posters, al principio todo fue muy artesanal y dependió en gran medida del impulso que cada productor quisiera darle a su trabajo, pero ya en los años 20 predominaron los carteles artísticos, con ilustraciones hechas a mano, tipografías muy elaboradas, colores llamativos y uso primordial de las litografías. Son los que hoy conocemos como carteles clásicos (Metrópolis, por ejemplo).
En los años 30 se hizo notar la influencia del Art Decó, con más trabajo en la ilustración del rostro de los protagonistas (Frankenstein, Lo que el viento se llevó). Esa tendencia continuó durante la siguiente década, hasta que en los años 50 la tipografía dejó de ser un simple apoyo para convertirse en elemento fundamental de la composición, mientras los diseños se volvían mucho más conceptuales (La Dolce Vita, Ben Hur). En los años 60 se deja bastante el dibujo y nace el “poster fotográfico” (Psicosis), que en los 70 se volcó a una tendencia psicodélica (los films de James Bond con Roger Moore). En los 80 volvió con enorme fuerza el dibujo, llegando a rivalizar con la tipografía (Los Goonies, Los cazafantasmas). A partir de los 90 los carteles comenzaron a diseñarse como hasta hoy: composiciones con fotografías sobre fondos muy cuidados, donde destacan elementos que descubren parte del contenido del film (Silencio de los inocentes), hasta llegar a una máxima simplificación del elemento gráfico y textual (Under the Skin, Nebraska). De todas maneras, conviene tener en cuenta algo fundamental: estadounidenses o europeos, directos o conceptuales, actuales o antiguos, todos los carteles -aún los más “artísticos”- no perdieron nunca de vista su finalidad: la publicidad. Todos contienen cuatro elementos que no deben faltar: el título del film, el logo de producción, la referencia a los derechos de distribución y la fecha de estreno.
100 SOBRE 100. Por eso lo de Larroca es otra cosa. Para empezar, en sus cien carteles ignora las cuatro normas citadas, porque si bien es cierto que su labor está subordinada a una obra anterior (una película) y a un formato típico (el del poster), el resultado obtenido es el de una pieza artística personal (no hecha por encargo), que funciona por sus propios méritos. El propio autor en el prefacio es claro al respecto: “Los títulos de filmes fueron elegidos debido a variadas razones: algunos significaron el descubrimiento de una forma de ‘representar’ una historia mediante un vuelco expresivo novedoso; otros fueron la revelación de un universo poético oculto bajo las costuras de una aparente formalidad; y otros por sus climas, sus estéticas visuales, sus pinceladas humorísticas o descabelladas e inocentes narraciones. Cabe agregar aquellos filmes buenos o malos contemplados en situaciones y estados de ánimo específicos, y que por ello conforman el paisaje audiovisual de mi memoria”. Es decir, lo de Larroca es la esencia de todo arte: parcialidad y subjetividad.
Es bajo esa óptica que el lector deberá acceder a este libro bellamente impreso y de tamaño generoso (32 cm. por 24 cm.), en el que cada persona “sentirá” los cien diseños propuestos. Si hay algo fuera de duda es que el objetivo primario del autor parece ser el de despertar en el lector el deseo por descubrir, revisar o revalorar las películas elegidas. Para contribuir a ello Larroca utilizó varias técnicas combinadas en cada trabajo: grafito, tinta, collage digital, acuarela, fotografías originales, pastel óleo, óleo sobre lienzo, lápiz policromo, bolígrafo e incluso fragmentos de posters preexistentes. El resultado obtenido son cien piezas de arte visual que celebran otras tantas películas que dejaron una huella indeleble en la historia del cine. En algunos casos Larroca parece remontarse a ilustres antecesores, como la influencia de Caspar Friedrich en los fondos del cartel de Nosferatu. En otras ocasiones el autor utiliza un film para evocar la estética propagandística del propio momento de su estreno (El acorazado Potemkin). De un estupendo clasicismo (El árbol de los zuecos) se pasa a alegorías de afiebrada imaginación (Freaks). Algunos casos evocan la esencia del film (Ojos bien cerrados, Taxi Driver, Tiempos violentos), y en otros se da un paso más, reinterpretando el material: el cartel de Persona es un puzzle incompleto, y el de Psicosis muestra lo que podría ser un estilizado útero ensangrentado que, al poner el cuadro de cabeza, reflejaría la silueta del protagonista.
Ese amplio abanico artístico se ve coronado por la labor casi invisible pero importante de Guillermo Zapiola, ya que cada pieza exhibe la ficha técnica del film y un brevísimo comentario (tres renglones), donde no sólo se esboza de qué trata cada película, sino que se la ubica en su momento y lugar específicos. Esa labor de síntesis es casi prodigiosa tanto en su exactitud como en su afán didáctico, y no debe ser pasada por alto. 100 sobre 100 es un libro al cual tendrían que acceder todos los amantes del cine y de la plástica.
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