Home Cine 30 Años de «Danza con lobos»
0

30 Años de «Danza con lobos»

30 Años de «Danza con lobos»
0

La Academia de Hollywood y su premio anual, el Oscar, siempre posaron de “serios”, y a lo largo de la historia se resistieron a premiar películas de géneros. En 1990 rompieron el molde y galardonaron un western: era la segunda vez en 63 años.

ANTECEDENTES. Un error siempre repetido es creer que la producción del cine de Hollywood se dedicó sistemáticamente a denigrar a los indios, y que esa realidad negativa recién comenzó a revertirse en los últimos años. La verdad es otra, aunque resulte difícil negar que para la mayoría de la producción de Hollywood los indios fueron unos crueles villanos dedicados a espiar desde las colinas, a la espera de caravanas o solitarios pioneros a los que podían masacrar y arrancarles las cabelleras. Esa visión absurda y maniquea ha sido objetada por los historiadores: 1) los primeros contactos entre los indios y los blancos fueron en general pacíficos, como lo mostraban en 1978 los primeros capítulos de la miniserie televisiva Centennial; 2) las guerras indias comenzaron cuando la expansión blanca los expulsó de sus tierras y prácticamente exterminó a los bisontes, su principal fuente de alimento, para dar de comer a los trabajadores chinos que tendían las vías del ferrocarril a través de las planicies del Oeste, como se vio en La conquista del Oeste en 1962; y 3) el gobierno estadounidense celebró docenas de tratados con los jefes indios y luego desconoció casi todos, como se explicitó en El ocaso de los cheyennes en 1964.

Respecto a esa visión maniquea de indios malos y blancos buenos, los historiadores del cine más serios han podido sostener que durante el período mudo la pantalla dio una visión más equilibrada de las relaciones entre indios y blancos de la que ofrecería luego durante el sonoro. Muchos cortometrajes de David Wark Griffith y Thomas Harper Ince eran muy ecuánimes, al igual que la comedia de Buster Keaton El carapálida (1922) fue bastante satírica acerca de los manejos de petroleros blancos, mientras El último de su raza de Jay Hunt (1914) mostró que el héroe era el cacique, y los villanos los blancos. Es claro que la villanía de los indios se acentuó entre 1930 y 1950, pero ya a fines de los años 40 las cosas volvieron a cambiar para bien. En 1948 Sangre de héroes de John Ford presentaba al jefe Cochise como un hombre de honor, mientras su adversario, el coronel Thursday (Henry Fonda), era un obcecado que arrastraba a su pelotón a una masacre inútil, al estilo del general Custer. Cochise volvió a aparecer como personaje positivo en Flecha rota de Delmer Daves (1950), arquetípico western liberal de los años 50, junto a Apache de Robert Aldrich (1954). Los tiempos cambiaban, y hasta los cineastas más conservadores se volcaban a la nueva onda: en 1964 Raoul Walsh dirigió La brigada de los valientes, y John Ford culminaba la ya citada El ocaso de los cheyennes. En ambos casos el enfoque era claramente pro indio. El espíritu contestatario de la generación del 60 volcaría mucho más vitriolo sobre el tema en dos películas de factura impecable y clarísimo revisionismo histórico, ambas en 1970: Pequeño gran hombre de Arthur Penn y Cuando es preciso ser hombre de Ralph Nelson.

COSTNER REVISIONISTA. Por todo lo dicho, cuando Kevin Costner lanzó Danza con lobos no inventó nada nuevo, como en cambio decía la mentirosa publicidad del film en su momento, sino que prolongó una vigorosa tradición de realismo histórico. Ello no significa que la película carezca de importancia, ni desmerece para nada el esfuerzo épico de este empeño personal de Costner, que para la ocasión se desempeñó como director, productor y protagonista. Como contrapartida, debe decirse que los siete Oscar (quizás algo exagerados) que obtuvo no deben hacernos pensar que el planteo inicial fuera presuntamente comercial. En realidad, la película que se exhibió mundialmente en 1990 duraba 180 minutos, pero la versión original (que ahora se puede encontrar digitalizada en diversas plataformas de internet) tenía cuatro horas de duración, estaba hablada en parte en idioma lakota, y se ubicaba en el marco de un género como el western, cuyo cuarto de hora había pasado dos décadas atrás, y en 1990 no parecía a priori una propuesta atractiva para los mercaderes del cine. Por lo tanto, al César lo que es del César: si el film llegó a muy buen término el mérito corresponde ciertamente a Kevin Costner, porque los galanes bonitos a veces también pueden ser inteligentes.

La historia del oficial que da la espalda a las violencias de la Guerra de Secesión y pide ser transferido a un puesto fronterizo encerraba posibilidades de espectáculo y aventura que Costner aprovechó en forma adecuada: una cacería de bisontes, un enfrentamiento con indios más agresivos, y diversas escenas de acción acreditaron una solvencia y un aliento épico inesperados. El film funcionó también a nivel dramático, aunque algunos personajes blancos sean villanos caricaturales o luzcan borroneados, como el comandante suicida del inicio. En cambio, en el haber de Costner hay que colocar su mirada a la naturaleza y el paisaje, la actitud contemplativa y serena con que se acercaba a las desconfianzas mutuas, las hostilidades y la posterior integración de su personaje al universo indígena, e incluso la calidez y el humor con que manejaba ciertas situaciones, o la fuerza dramática de algún convincente pasaje final. Con todos esos ingredientes, más lo que por entonces significó el descubrimiento de una buena actriz (Mary McDonnell), hay que decir que el resultado era muy atendible. ¿Mejor que su directa competidora, la estupenda Buenos muchachos de Martin Scorsese? Quizás sí, quizás no. Pero esa ya es otra historia…

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.