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Aciertos, olvidos y desencuentros por Nelson Di Maggio

Aciertos, olvidos y desencuentros por Nelson Di Maggio
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Indiferente a las anticipadas advertencias, Uruguay debe ser el único país empeñado en mantener la feroz vocación del olvido. De los aniversarios redondos. Inaplazables. Esta afirmación se repite con regularidad, pero son los hechos que se repiten regularmente.

Con natural orgullo y acertada oportunidad, la Embajada de Francia eligió para su edición 2020 del Premio Paul Cézanne, creado en 1982 para jóvenes artistas uruguayos, el tema sobre la obra de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, en ocasión del 150 aniversario de su muerte. Los cantos de Maldoror, su magistral obra revolucionaria, es valorada y discutida con entusiasmo urbi et orbi. En 1992 se organizó en Montevideo un encuentro internacional, «La cuestión de los orígenes: Lautréamont & Laforgue», organizado por Lisa Block de Behar entonces miembro de la Academia Nacional de Letras, François Caradec y Daniel Lefort. Asistieron numerosos especialistas de varios países. Además, se hizo la traducción al español del libro Lautréamont austral (Brecha, 1993), con textos iluminadores de Emir Rodríguez Monegal y Leyla Perrone Moisés. Se recuerda también que, hace unos diez años, Miguel A. Battegazzore realizaba una exposición sobre Los cantos de Maldoror.

Lautréamont (1846-1870) nació, vivió y murió entre dos ciudades sitiadas: Montevideo, por los ejércitos del dictador Rosas durante el Sitio Grande (1843-1851) y París (1870), por los prusianos. A los 13 años se marchó a completar sus estudios en Francia y poco más se sabe de su existencia, aunque el maragato Prudencio Montagne, amigo de los Ducasse, asegura haber estado con él en el célebre Hotel des Pyramides, 1867, tres años antes de fallecer. No por acaso refería sus palabras al «Montévidéen. Enfants, c’est moi que vous le dit», como un ciudadano más de la Nueva Troya (Alexander Dumas dixit) y si no puede asegurarse que dominaba el español, lo conocía más que suficientemente. Es que la población gala era mayoritaria en esa época y faltó poco para que el francés se convirtiera en lengua materna o patria.

Los concursantes al Premio Paul Cézanne 2020 tenían un material inagotable y apasionante para investigar y crear imágenes, tanto de la vida parcialmente conocida como en la sorprendente lectura de la deslumbrante poesía. En el Centro de Exposiciones Subte once artistas despliegan sus trabajos. En casi ninguno de los seleccionados surge un conocimiento firme de la época, la singularidad de su adolescencia, la demorada atención a sus escritos y la indudable procedencia provocadora de su poesía. Un desafío singular, quizá, para talentos jóvenes. Porque las obras exhibidas, realizadas durante los angustiantes meses del coronavirus, debieron implicar varias limitaciones al acceso de materiales, las necesarias consultas teóricas en diferentes planos de la producción y ejecución de las ideas. Tal como está, el Premio Paul Cézanne 2020 tiene un honorable montaje y un nivel profesional en la ejecución que dejan buena impresión.

Otra cosa son los resultados y la relación con el tema. Es una lástima. El excelente escultor Santiago Dieste, una de las revelaciones de los últimos años, titula su obra La forma de la sombra, consistente en zapatos recogidos en la calle, vaciados en cemento, y fotografiados de acuerdo con determinados criterios con unas sombras de personas, una alusión a la inasible personalidad de Lautréamont, donde caben todos los posibles. Nicolás Pereira Scayola lo saca del imperdonable olvido y la deuda por el pago de la tumba del padre que aún se mantiene. Tinno Circadian encuentra material en los basurales y ferias vecinales, sin conseguir que el intento fructifique. Camila Lacroze en Acta de defunción desde l’autre monde copia la letra del poeta para tratar de incorporar el pensamiento propio. Otras obras están asociadas a experiencias personales o a limitadas lecturas. Una arriesgada propuesta que el escaso tiempo de elaboración y las circunstancias críticas del país quizá constituyeron factores poco propicios para crear imágenes que, además de bien hechas, estuvieran recorridas por el relámpago de la imaginación creadora.

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