Águeda Dicancro y las transparencias de la hermosura por Nelson Di Maggio
La inesperada, repentina muerte de Águeda Dicancro (Montevideo, 5/2/1930-15/8/2019), personalidad estelar del arte nacional, conmovió la cultura toda de Uruguay para dejarla triste y empobrecida. Su obra de grandes proporciones y excepcional singularidad en el empleo del vidrio, madera y hierro suscitó la admiración dentro y fuera del país.
De físico menudo, voz suave, cordial y dialogante, mirada crítica sin concesiones, visitante puntual de las principales inauguraciones montevideanas con la infaltable vincha en la cabeza que, de alguna manera, lucía como signo de su arriesgada práctica con el fuego, era también fruidora entusiasta de los conciertos del Centro Cultural de Música y el ballet, en especial las versiones actuales e innovadoras.
Esa mujer aparentemente frágil parecía imposible que pudiera crear las esculturas gigantescas que recorrieron los museos nacionales (Museo Nacional de Artes Visuales, Museo Torres García en deslumbrante instalación registrada en un perfecto video); galerías (Alianza, Colección Engelman Ost, el Patio Bullrich en Buenos Aires y la Galería Clara Scremini en París); bienales (Venecia, San Pablo, Porto Alegre, Buenos Aires); centros culturales (Instituto Ítalo-Americano de Roma, cayc porteño). Desde sus comienzos estuvo aliada, en perfecto relacionamiento conceptual, a los arquitectos diseñadores de montaje César Barañano —hasta su muerte en accidente de tránsito en 1994— y Martha Cecilio.
Interesada en la artesanía, estudió en la utu y frecuentó el taller del escultor Díaz Yepes; amplió los conocimientos técnicos mediante una beca de estudios de la oea en 1964, en la Universidad Nacional Autónoma de México (Escuela Nacional de Artes Plásticas) y se interesó en la orfebrería en la Escuela de Diseño Industrial. Viajó a Nueva York, tomó contacto con las tendencias actuales y del pasado que, sin duda, la hicieron conocer y reflexionar sobre los procesos de la creación en todos los tiempos. Abandonó las preciosas y exquisitas artesanías (el colgante de la Galería del Notariado es una de ellas). En 1976 participó en Tiro al blanco (Alianza Francesa, foco de resistencia cultural contra la dictadura), muestra colectiva en homenaje a Malévich, junto con Jorge Abbondanza-Enrique Silveira (escultura-cerámica), Ana María M. de Abbondanza (textil), Miguel A. Battegazzore (pintura), Carlos Pellegrino (música) y montaje de Osvaldo Reyno.
Siguió, individualmente, la experimentación y la investigación acerca de las posibilidades del vidrio, su consistencia, pesadez, corporeidad. Vinculada a la empresa Artesanos Unidos se familiarizó con las necesidades de la arquitectura, la funcionalidad y la decoración. Descendiente de italianos, desconfió de ayudantes o posibles discípulos en su taller de la calle Minas; sola, con una mujer fuerte que aliviaba su esfuerzo y un herrero esporádico, luchó por ocupar un lugar en un ambiente dominado por varones. Lo consiguió.
En las muestras o, mejor, instalaciones que realizó en los lugares ya citados, el vidrio transparente u opaco, de colores diversos —rojo, azul, blanco, verde claro—, manipulado con pasmosa facilidad al someterlo a plegados y torsiones, a infinitas texturas y grosores, incorporando hilos y signos, el agregado de espejos y luces de neón que multiplican los puntos de vista, complejizan la lectura y el espacio al incorporar al contemplador, va discurriendo sobre la vida y el hombre, lo individual y lo social, los sometimientos y las humillaciones en rostros o fragmentos de cuerpos insinuados, ropas tendidas en un cordel, simbólicos elementos de una búsqueda porfiada por la liberación del ser, en un mundo tan quebradizo como el material que utiliza. La realidad es elusiva, reflejante, cambiante como las visiones y las interpretaciones de una obra de envergadura como la de Águeda Dicancro. Su taller, donde experimentó cada día de su existencia, por el volumen de trabajos conservados, puede considerarse un museo personal. Tímida en contactos humanos, ajena a los agentes de la publicidad o mercantiles, a la influencia de los poderosos de la política, galerías, museos o embajadores a quienes conoció, que no supieron o no se preocuparon, empero, en integrarla al círculo internacional por su producción fantástica.
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